Los ricos, los nuevos ricos y los pobres

    Cuando el FMI y el Banco Mundial fueron fundados hace poco
    más de 50 años, Estados Unidos y los países de
    Europa Occidental eran claramente las potencias que dominaban la
    economía mundial. Pero en el escenario internacional de hoy,
    donde países de Asia, América latina y Europa oriental
    gradualmente ganan terreno, la estructura e imagen de estas
    instituciones se torna cada vez más anticuada.

    Las naciones en vías de desarrollo más exitosas
    presionan cada vez más por obtener mayor participación
    en el FMI y por el reconocimiento de la fortaleza de sus
    economías. Los países industrializados están
    divididos ante la propuesta de dar o no mayor acceso a las
    líneas de crédito del Fondo.

    La complicación del proceso para establecer una línea
    de crédito de US$ 50.000 millones para ser usada en el caso de
    futuras crisis financieras, como la que afectó a México
    en diciembre de 1994, también refleja la escasa voluntad de
    las instituciones financieras internacionales a adaptarse a los
    cambios. Los miembros del Grupo de los Diez (G10) —Estados
    Unidos, Canadá, Japón y ocho países
    europeos— pidieron a varias naciones en vías de
    desarrollo que se les unieran para duplicar el monto de la
    línea de crédito que ellos ya proporcionan al FMI.
    Pero, al mismo tiempo, el G10 se niega a dar a estos países la
    categoría de miembro pleno en su club.

    Estos ejemplos ilustran lo difícil que es balancear el deseo
    de los nuevos países industrializados de ser reconocidos como
    piezas importantes para la economía mundial con la falta de
    voluntad de las potencias tradicionales de resignar siquiera parte de
    su influencia. Este dilema obstaculiza la expansión del
    número de miembros de organismos como el Banco de Pagos
    Internacionales o la Organización para la Cooperación y
    el Desarrollo Económico (Ocde). También causará
    problemas cuando la Unión Europea acepte el ingreso de los
    expaíses comunistas de Europa Oriental.

    Una tensión similar aflige al Grupo de los Siete (G7). Rusia
    está ya parcialmente asociada y ha manifestado su
    interés en convertirse en miembro pleno. China también
    reclamará su lugar en el futuro. Mientras tanto, la
    representación individual de los cuatro países europeos
    —Alemania, el Reino Unido, Francia e Italia— será
    cuestionada cuando algunos o todos ellos compartan la misma
    moneda.

    Un fuerte argumento en contra de la expansión de estos grupos
    y organizaciones es que la incorporación de nuevos miembros
    crearía dificultades a la hora de tomar decisiones, y
    reduciría la capacidad de actuar con eficacia. Sin embargo, la
    principal razón es que la arquitectura del sistema financiero
    internacional es difícil de reformar y, si ha de
    transformarse, lo hará lentamente. Debido a que las
    catástrofes que ponen al descubierto la debilidad del sistema,
    como la crisis mexicana, son poco frecuentes y no puede determinarse
    claramente la magnitud de su impacto, los países
    industrializados no consideran que haya urgencia para emprender
    cualquier reforma importante.

     

    Ciclos de debilidad

    Lo cierto es que, década tras década, la tasa de
    crecimiento en los países industrializados se ha desacelerado.
    En promedio, las economías de los países miembros de la
    Ocde crecen hoy sólo 2% anual, mientras que durante la
    década de 1980 el índice llegaba a 3,3%, y en los
    prósperos años ‘70 exhibía 4,3%. El informe
    titulado World Economy and Finance, publicado por el diario
    británico Financial Times, vaticina que este período
    cíclico de debilidad durará por los menos otros seis o
    siete años. Dentro de este ciclo, la tasa de crecimiento se
    aceleró en 1994, se paralizó en 1995 y volvió a
    acelerarse en los primeros seis meses de 1996. Durante el primer
    semestre de 1996 las instituciones financieras internacionales y los
    gobiernos de las potencias económicas prometieron que
    tomarían todas las medidas necesarias para sostener este
    aumento de la tasa de crecimiento, pero a fines de año las
    promesas permanecían incumplidas.

    Los diagnósticos acerca del grado de fortaleza de la
    economía estadounidense variaron notablemente durante los
    últimos meses del año pasado. Una tasa de crecimiento
    moderada y débiles presiones inflacionarias provocaron que la
    Reserva Federal recortara las tasas de interés oficiales a
    5,25% en enero de 1996. Esta medida acarreó que la actividad
    económica registrada durante el primer semestre del año
    fuera más fuerte que lo que se esperaba. Antes de 1996, la
    mayoría de los economistas opinaba que el gobierno
    debía mantener el crecimiento a una tasa de 2-2,5%. Pero como
    Estados Unidos logró mantener al mismo tiempo la
    inflación y el desempleo a niveles bajos (3% y 5,6%
    respectivamente), es probable que la administración Clinton se
    proponga llevar la tasa de crecimiento a 3-3,5% para 1997.

    De no lograrlo, el mantenimiento de una razonable tasa de crecimiento
    a escala global dependerá de la contribución que hagan
    otras regiones. El FMI confía en que la tasa de crecimiento
    mundial será de 4% en 1997, la misma que se logró por
    última vez en 1988.

     

    ¿Dónde está la locomotora?

    El candidato lógico para liderar la recuperación
    pudo haber sido Japón, que durante el primer trimestre de 1996
    experimentó un fuerte aumento de su producto. En los primeros
    meses de 1996, cuando el PBI creció a una tasa de 12,7%
    —la más alta en Japón en los últimos 10
    años— la prensa económica mundial anunciaba el fin
    de la recesión japonesa para fines de ese año.

    Pero la desaceleración que siguió a ese primer
    trimestre y se extendió hasta fin de año hizo que
    muchos economistas cambiaran sus pronósticos. Las
    últimas proyecciones indican que la tasa de crecimiento
    japonesa descenderá de 3,9% en 1996 a 2,1% en 1997 a medida
    que el estímulo fiscal para la industria y los altos impuestos
    comiencen a caer. En 1996 Japón sólo logró una
    pausa para evitar un agravamiento de la recesión. Lo
    más probable, según concluye el informe del Financial
    Times, es que a corto y mediano plazo mantenga una tasa de
    crecimiento baja.

    En todos los países de Europa Occidental el tema dominante
    durante 1997 será la Unión Monetaria Europea (UME). Los
    gobiernos de los países miembros de la UE, especialmente los
    más entusiastas en lo que a la UME se refiere —Italia,
    España y Finlandia— harán lo imposible para
    cumplir con los requisitos del Tratado de Maastricht. Los resultados
    económicos de 1997 determinarán qué
    países estarán entre los primeros que compartan la
    misma moneda. Para el primer trimestre de 1998 deberá estar
    preparada la lista de aquellos que cumplen los requisitos de
    Maastricht para la UME, que será efectiva desde el primer
    día de enero de 1999.

    Las condiciones en que se encuentran los países para integrar
    la UME son bastante variadas. Alemania se recuperó a fines de
    1996 y se espera que continúe así durante 1997, para
    terminar el año con una tasa de crecimiento 1,2% superior a la
    que exhibió en 1996. La tasa de crecimiento también
    debería acelerarse en el Reino Unido y España. Las
    grandes expectativas están concentradas alrededor de Italia y
    especialmente de Francia. Ambos países tienen que ajustar su
    déficit para ingresar a la UME, pero en Francia hay grandes
    controversias con respecto a los sacrificios necesarios para hacer
    realidad el sueño de la moneda única. En conjunto, los
    analistas económicos esperan que los países miembros
    del G7 crezcan 2% en 1997.

     

    Los tigres en problemas

    En su último informe anual, el FMI concluyó que las
    economías del hemisferio sur son ahora menos vulnerables a las
    retracciones de la actividad económica mundial. Esto se debe
    en gran parte al crecimiento sostenido que vienen exhibiendo los
    países del sudeste asiático. La resistencia se
    fortaleció a medida que estas economías lograban
    mayores lazos financieros con el hemisferio norte. También
    contribuyeron a esto el crecimiento del comercio intrarregional y la
    diversificación de sus exportaciones.

    Sin embargo, en los últimos meses de 1996 los hechos pusieron
    en duda la conclusión de los expertos del FMI. Varias
    economías asiáticas sufrieron una fuerte caída
    del volumen de sus exportaciones debido a la falta de demanda de
    productos electrónicos, especialmente semiconductores, por
    parte de los países industrializados del norte. El crecimiento
    se desaceleró en Corea del Sur y Singapur, donde la industria
    electrónica aporta entre un tercio y la mitad de las
    exportaciones totales. Malasia y Tailandia también se vieron
    afectadas, pero Indonesia y Filipinas lograron esquivar el efecto.
    Pese a esto, los economistas del Instituto de Finanzas
    Internacionales (IFI) de Washington todavía esperan una tasa
    de crecimiento de alrededor de 8% en Asia en 1997.

    Para el conjunto de las economías emergentes de América
    latina, los mismos expertos del IFI pronostican una tasa de
    crecimiento de 4,2% para 1997, lo que equivale a 1,2% más que
    el índice registrado en 1996. Y en los principales mercados
    dentro de la región el IFI proyecta una tasa de crecimiento de
    5,5% para 1997, la más alta desde 1994.

    Según un informe de The Economist Intelligence Unit (EIU),
    América latina necesita una tasa de crecimiento sostenida de
    6% anual, y esto está muy lejos de lograrse. Aunque los
    negocios y la economía están mucho mejor administrados
    que 10 años atrás, los latinoamericanos están,
    en términos reales, peor que antes de la crisis de 1982. Las
    economías latinoamericanas en general, y muy especialmente sus
    sistemas bancarios, continuarán vulnerables a sacudones
    externos, como el que podría producir el aumento de las tasas
    de interés en Estados Unidos.

    No será una sorpresa que los países en vías de
    desarrollo continúen creciendo más rápido que
    los industrializados. Podrán obtener la más alta
    tecnología a precios cada vez más bajos, mientras que
    las naciones desarrolladas sólo pueden seguir creciendo si
    invierten enormes cantidades de dinero en innovaciones. Esta ventaja
    se aprecia con claridad entre las economías emergentes de
    Europa del Este, que adquirieron creciente importancia, como
    proveedoras y consumidoras de componentes industriales. Para esta
    parte del mundo la EIU proyecta un crecimiento promedio de 3,7% para
    1997, salvo en Rusia y Bulgaria, donde serios problemas de
    déficit podrían desacelerar la actividad
    económica.

    En contraste, el nivel de vida en varios países de la
    región africana al sur del Sahara se alejará más
    todavía del que gozan los países ricos. El intercambio
    comercial entre el continente —exceptuando a
    Sudáfrica— y el resto del mundo se redujo a la mitad
    entre 1980 y 1996. También las inversiones directas cayeron en
    dos tercios durante el mismo período. Para que sus 700
    millones de habitantes no se empobrezcan todavía más en
    1997, las economías de la región tendrían que
    crecer a un ritmo de 7% anual. Pero durante este año
    sólo siete países africanos podrían alcanzar esa
    meta: Sudáfrica, Nigeria, Costa de Marfil, Uganda, Senegal,
    Kenia y Ghana.

    ¿Las organizaciones financieras internacionales como el Banco
    Mundial y el FMI están adaptándose con suficiente
    rapidez a los cambios en el escenario del poder económico?
    Esta es una pregunta que podría responderse afirmativamente si
    son capaces de contribuir a cerrar la brecha entre los países
    ricos y los pobres. Esto requiere alentar a los países a que
    se integren al sistema global de comercio, ayudar a aliviar
    insoportables cargas de deuda y tratar de asegurar que las
    inevitables crisis que afectan a las economías emergentes de
    tanto en tanto no sean contagiosas. Pese al crecimiento, las
    economías en vías de desarrollo permanecen vulnerables
    a los errores políticos y las crisis de los mercados en el
    mundo industrializado.

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