Aunque el perfil exportador de la economía argentina sigue siendo básicamente primario, y persiste la debilidad de su participación en el comercio mundial, durante la última década se produjeron fuertes transformaciones en el contexto en el que operan las empresas y en sus respuestas al nuevo clima competitivo.
El cambio en el entorno macroeconómico (mayor apertura, privatizaciones y desregulación) y las reacciones microeconómicas de las empresas (adaptación a los nuevos patrones de competencia), configuran los rasgos centrales del nuevo escenario productivo.
Una de las principales características del modelo emergente es la evidencia de que la industria manufacturera ha dejado de ser el motor del crecimiento, tal como lo había sido hasta hace unos 25 años. Tampoco es hoy una fuente importante de generación de nuevos empleos: según datos oficiales, en los últimos cinco años la industria expulsó 145.000 trabajadores, en su mayoría, del sector textil y del alimentario.
Desde el punto de vista de la eficiencia, aunque con importantes diferencias según los sectores, se produjo un fuerte incremento de la productividad laboral. Según un estudio del Instituto para el Desarrollo Industrial de la Fundación de la Unión Industrial Argentina, entre 1991 y 1999 la productividad del sector manufacturero aumentó cerca de 80%.
Los unos y los otros
Sin embargo, la realidad muestra fuertes contrastes. Se estima que en el sector industrial hay unas 100.000 empresas, de las cuales sólo 0,5% realizó fuertes inversiones en máquinas y equipos, reformuló la organización del proceso productivo y opera con una productividad y escala cercanas a las mejores prácticas internacionales.
Los sectores a los que pertenecen estas empresas marcan el patrón de especialización vigente en el país:
- algunas actividades industriales intensivas en capital, que gozaron de
regímenes de promoción, como la siderurgia, la petroquímica,
el cemento o el aluminio; - la industria automotriz, que también fue beneficiada por un régimen
especial, que en los últimos años alcanzó récords
de producción y exportación, aunque con fuerte incertidumbre
con respecto a su futuro, en el marco de las difíciles negociaciones
sectoriales con Brasil; - las empresas vinculadas con la extracción y procesamiento de recursos
naturales, como los aceites, vinos, carne y lácteos; - otro sector que exhibió un fuerte crecimiento, ligado al dinamismo
de la demanda interna de los primeros años de la convertibilidad, es
el que produce algunos bienes diferenciados, con participación de compañías
transnacionales, como en el caso de la industria alimentaria, los electrodomésticos
y la telefonía, entre otros.
Estrategias de supervivencia
El resto de la actividad industrial exhibió un comportamiento muy heterogéneo. Muchas empresas tuvieron que cerrar o cambiar de rubro ante la imposibilidad de hacer frente a la competencia del mercado mundial. Otro grupo significativo logró sobrevivir ajustando sus costos, con mejoras de productividad relacionadas con inversiones selectivas para resolver problemas puntuales, mejoras de tipo organizacional y expulsión de mano de obra, pero sin alcanzar la escala y la eficiencia del grupo más dinámico.
En general se observa un cambio en el patrón de especialización hacia la producción de bienes intensivos en el uso de capital y recursos naturales, en detrimento de aquellos intensivos en el uso de mano de obra, como los textiles y calzado, y los intensivos en conocimiento tecnológico, como la industria metalmecánica (con la excepción del complejo automotor, que gozó de un régimen especial).
Hubo, además, una redefinición estratégica de muchas empresas manufactureras en cuanto al eje central de su actividad. En los últimos años se registró cierta concentración de los sectores capaces de producir bienes y servicios en condiciones de enfrentar la competencia internacional.
Un segundo grupo modificó su comportamiento para adaptarse a las nuevas relaciones de costos en un marco de apertura y aumentó de manera significativa el abastecimiento de insumos importados, con tendencia hacia el ensamblado. Y están, por último, aquellos que dejaron de producir y se volcaron directamente a desarrollar redes de comercialización y distribución de productos importados.
En este sentido, los principales cambios internos de las empresas, que surgen como respuesta a la modificación del entorno competitivo son los siguientes:
- mayor captación de tecnologías de origen externo,
- abandono considerable de los esfuerzos tecnológicos locales para
el desarrollo de nuevos productos y procesos, - desverticalización (tercerización) de actividades,
- reemplazo de valor agregado nacional por suministro externo, y
- cambio de las actividades de las empresas, a favor de un mix de
productos más acotado.
Los de afuera
Otro rasgo relevante es el alto grado de concentración económica que se consolidó en la última década. Este fenómeno obedece, en parte, a que el cambio en el entorno competitivo no fue neutro: un reducido número de grandes conglomerados nacionales y de subsidiarias locales de empresas transnacionales lograron aprovechar mejor las condiciones operativas abiertas por las nuevas políticas públicas y el marco regulatorio vigente.
En cambio, la mayoría de las empresas pequeñas y medianas fue perdiendo participación en la producción y en el comercio.
Otro fenómeno característico de la estructura productiva argentina actual es el acelerado proceso de extranjerización. A comienzos del 2000, entre las 200 empresas que más venden en la Argentina, las de capital extranjero captan casi 70% de las ventas. En los últimos 10 años, se vendieron a manos extranjeras 576 empresas por un valor de US$ 48.224 millones. Las multinacionales ya participan en casi 50% del Producto Bruto Interno.
En general, estas compañías llegaron al país, en una
primera oleada, seducidas por el proceso de privatizaciones. Luego fue el turno
de las empresas privadas orientadas al mercado interno, como en el sector alimentario.
En el primer caso, la principal motivación fue el gran potencial de crecimiento
y las favorables condiciones de venta. En el segundo, la oportunidad de aprovechar
el prestigio de las marcas y explotarlas en el mercado interno.
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