El historiador británico Eric Hobsbawm publicó en 1994 su Historia del siglo XX -el siglo corto, como él lo llamaba porque había comenzado en 1914 con la Primera Guerra Mundial, y terminado en 1989, con el colapso de la Unión Soviética-.
Decía Hobsbawm que la versión antagónica a la soviética también estaba en quiebra: “La fe teológica en una economía que asignaba totalmente lo recursos a través de un mercado sin restricciones, en una situación de competencia ilimitada; un estado de cosas que se creía que no solo producía el máximo de bienes y servicios, sino también el máximo de felicidad y el único tipo de sociedad que merecía el calificativo de libre”.
Sus críticos reaccionaron de inmediato: “revancha del viejo marxista”, sostuvieron aludiendo al pensamiento político del historiador.
Más de 20 años después, el capítulo final de ese libro, titulado El fin del milenio, tiene resonancias proféticas que hubiera sido bueno advertir antes.
El libro señalaba dos problemas centrales: el demográfico y el ecológico. Era esencial determinar cómo se alimentaría a una población mundial 10 años mayor en número, en apenas 50 años. Decía el historiador: los países ricos se enfrentarán a la opción de permitir la inmigración en masa, algo que advertía que produciría problemas políticos internos (¿suena familiar?), o rodearse de barricadas inútiles para protegerse de inmigrantes a los que necesitan.
En cuanto a los problemas ecológicos los percibía como cruciales a largo plazo, pero no tan explosivos en el corto. Si el indicador de crecimiento económico se mantuviera indefinidamente en los niveles de la segunda mitad del siglo pasado, tendría “consecuencias irreversibles y catastróficas para el entorno natural del planeta”. Lo que obligaría, concluía, a tener una política ecológica radical y realista a la vez.
Todo lo que refuerza el concepto de “economía sostenible” que se viene abriendo camino.
Mientras tanto el incesante avance tecnológico ha continuado desplazando y transformando empleos; la globalización trasladó las industrias del centro a la periferia, buscando menores costos; y debilitó los mecanismos estatales para gestionar las consecuencias sociales de los nuevos procesos económicos.
No solo hubo una enorme transferencia de industrias buscando trabajadores baratos, desde los países ricos a los más pobres. También ocurrió lo mismo en el interior de cada país rico. Y esta es una buena explicación para entender la reacción de los votantes británicos a la hora de seguir o no en la Unión Europea.
Hasta ahora, no había ninguna amenaza creíble que impulsara al capitalismo y a sus principales actores, a buscar reformas rápidas y eficientes. En cierta medida, el Brexit o abandono británico de la Unión Europea, puede compararse con la caída de la Unión Soviética. No importa solamente lo que pase con el Reino Unido. Más grave todavía sería la fractura y desintegración del viejo proyecto de unidad continental.
Las organizaciones supranacionales debilitaron la noción del Estado Nación, pero también lo hicieron las fuerzas internas con movimientos autonómicos, como Escocia en Gran Bretaña o Cataluña en España.
Lo que ahora se advierte con claridad es mucha gente no está de acuerdo con la globalización porque no percibe su utilidad o conveniencia en su vida cotidiana. Están asustados por lo que advierten como un cúmulo de amenazas, y sobre todo, están enojados. Lo que se nota a la hora de votar.
Con transparencia han dicho que votan contra las élites dirigentes, gobernantes, teóricos, empresarios y en especial bancos que los someten ?así lo expresan? a una vida peor a la prometida. Para liberarse hay que rescatar el poder entregado a estas élites. Aunque sea para caer en manos de una nueva burocracia. Aquí es donde se ve con gravedad lo que está en juego en este momento de la historia.
El sector privado, en la delantera
Son las empresas, según sostienen autores y consultores, quienes deben asumir el liderazgo en una de las batallas más concretas que se han planteado en materia de protección ambiental.
No es una opinión unánime. Muchos críticos sostienen que no es una buena estrategia poner al zorro al frente de un gallinero. Lo que están diciendo -y hay una cuota de razón que no se puede omitir- es que la historia muestra los desaguisados y descuidos de las empresas en materia ambiental. Hay que hacer mucho y pronto, para modificar esta memoria.
Es cierto que por primera vez los Estados se han sumado con tono enfático a metas como detener o revertir el deterioro climático y combatir el efecto de los “gases invernadero”. Pero todavía hay mucho trecho del dicho al hecho. Y los tiempos se acortan. Importantes naciones en proceso de industrialización adhieren a las metas de modo estentóreo pero hacen poco por cumplirlas. Primero quieren obtener el grado de desarrollo que exhiben los ya industrializados. Hasta ese momento, las preocupaciones conservacionistas serán manifiestos de buenas intenciones.
En un nuevo libro firmado por John Elkington (que hace 20 años habló por primera vez de The triple bottom line, o resultados financieros, más informe de lo que se hace en responsabilidad social, más la defensa del ambiente) y por Jochen Zeitz (implementó el primer informe de este tipo), los autores concluyen que si se pretende contar con una economía sustentable, los empresarios deben asumir el liderazgo.
El nuevo libro (The Breakthrough Challenge: 10 Ways to Connect Today?s Profits with Tomorrow?s Bottom Line) sostiene que el ataque creciente a la globalización, el mayor poder de las empresas multinacionales y la incidencia de una recesión generalizada tornan más difícil la acción de los Gobiernos.
El planteo tiene su lógica. Si hay catástrofes naturales y deterioro del ambiente, si la gente no tiene empleo y por tanto no tiene ingresos, y si el sistema financiero colapsa, peligran las utilidades de las empresas. Al menos, las empresas deberán intentar una economía sustentable no por filantropía, sino en la búsqueda de su propio interés.
Sin embargo, en ningún momento subestiman los autores el esfuerzo a realizar.
Las tareas pendientes incluyen: impulsar nuevas estructuras como las empresas B (que reinvierten todos sus beneficios en el crecimiento de la firma); principios contables sólidos y verdaderos; cálculo real de los verdaderos retornos; perseguir beneficios en el plano humano, social y del planeta; eliminación de subsidios o incentivos con efectos destructivos; plena trasparencia; cambiar el modo en que se educa a los líderes empresariales del futuro; y eliminar el corto plazo. Esos son los requisitos a cumplir.
Transparencia radical
El uso generalizado de social media y de data analytics hace que sea cada vez más fácil seguir y observar el comportamiento de una empresa. Muchos individuos declaran que basan sus decisiones de compra en esta información que recolectan.
Es lo que se ha dado en llamar “transparencia radical”, según la expresión que en su momento acuñó Allen Hammond, jefe de la Oficina de Información del World Resources Institute.
La información obtenida en Internet, sostiene Hammond, permitirá a los ambientalistas demandar mayores estándares éticos por parte de las empresas. Pero todo indica que el gran cambio no es la nueva herramienta de la que disponen los activistas para ejercer mayor presión. Es especialmente efectiva entre los clientes y compradores, sobre todo los que generacionalmente forman parte de los “milennials” (nacidos entre 1980 y 2000).
La expectativa de los consumidores es que las marcas sean totalmente transparentes en sus prácticas comerciales. Como las marcas hacen uso intenso de social media, permiten que un potencial cliente se haga “amigo” de la marca. Y la expectativa es que la marca se comporte como “una amiga”.
Este nuevo concepto de la “transparencia radical” donde todos saben todo lo que hacen todos tiene una dificultad: todavía hay muchas empresas que no están preparadas para hacer los cambios que esta nueva situación exige.
Las empresas que prefieran ganar confianza entre sus clientes tienen que aceptar y facilitar el escrutinio público. Es algo más que mejorar las prácticas habituales. Es mostrar, sin tapujos, lo que ocurre dentro de la empresa.
Ética y crecimiento
Lentamente, es cierto, la economía global comienza a recuperarse y a mejorar, en algunas áreas geográficas de modo más claro que en otras. Durante la recesión, la instancia válida fue sobrevivir. Ahora, la atención se concentra en el crecimiento, un motor moldeado por fuerzas externas con capacidad de transformar la sociedad y los negocios.
El nuevo escenario se define por obra de cinco tendencias globales: avances tecnológicos; cambios en la demografía; ciclos económicos globales, urbanización; y escasez de recursos y el cambio climático.
El impacto que pueden tener estas tendencias está cambiando de modo drástico las expectativas que la sociedad tiene sobre el mundo de los negocios.
Cuando una empresa funciona de modo coherente con estas tendencias, adquiere confiabilidad, que es la base de toda relación, y de toda transacción en cualquier mercado. Es cómo se adquiere la famosa “licencia para operar”.
El corto plazo, por tentador que pueda resultar, no funciona. No hay más remedio que volver al principio. Todo líder empresarial debe concentrarse en el triple?bottom?line. Tener en claro cómo la manera de hacer negocios incide sobre el nivel de utilidades, sobre la comunidad en la se está inserta, y efecto sobre el ambiente y el planeta.
A pesar de que en los últimos años -hay encuestas reveladoras- aumentó de modo sostenido la fe y la confianza que el gran público tiene sobre las empresas, muchos directivos del sector siguen empeñados en reducir lo que perciben como la brecha de la verdad.