La síntesis del trabajo indica que si Argentina pretende crecer sostenidamente, y mientras los términos de intercambio se sitúen por encima del promedio histórico, necesitará recuperar un manejo sustentable macroeconómico (en lo fiscal, monetario, sector externo y política de ingresos) de forma de reducir la inflación y continuar con la expansión de la demanda agregada, pero centrada más en la inversión (innovación) y exportaciones.
Añade que enfrentar los riesgos macro es condición necesaria pero no suficiente para lograr el desarrollo sustentable y el cambio estructural requerido, de modo que Argentina salga de la trampa de ingresos medios.
Advierte que esto no será automático en una economía dual con problemas subdesarrollo financiero doméstico, fallas de mercado, fallas de gobierno, limitado acceso al financiamiento internacional y externalización o fuga del ahorro interno.
Y que se necesita asimismo formular una nueva política industrial o política de desarrollo productivo con el fin de incrementar los niveles de inversión, innovación y liderazgo emprendedor.
Esto es clave para obtener aumentos significativos en la productividad y cambios en la estructura productiva e industrial que mejoren el potencial de generación de ingreso de la economía en el largo plazo y provean una plataforma competitiva para una mayor y mejor integración en el Mercosur y con el mundo, puntualiza.
En un trabajo sobre Innovación y competitividad realizado en ITBA por el rector José Luis Roces, el director Escuela de Posgrado, Diego Luzuriaga, y los investigadores y docentes Beatriz Nofal y Marcelo Elizondo, desarrolla la temática a partir de la descripción de la agenda del desarrollo productivo, inversión, innovación e integración al mundo que realiza Nofal.
Luego Marcelo Elizondo aborda el desarrollo del nivel mesoeconómico como condición para la competitividad sistémica; el rector Roces se ocupa de la Cultura de la Innovación y por último Diego Luzuriaga trata acerca de la reconfiguración e innovación en modelos de negocios, el futuro hoy.
Al iniciar el trabajo con la agenda del desarrollo productivo, inversión, innovación e integración al mundo, la investigadora y docente de la Escuela de Postgrado del ITBA, Beatriz Nofal (Ph.D.), formula la pregunta ¿por qué impulsar el desarrollo productivo, la inversión, la innovación y la inserción internacional?
Y destaca una como una de las principales causas de las crecientes disparidades en el ingreso entre los países las diferencias de competitividad o productividad entre los países en desarrollo y la diferente complejidad del aparato productivo y de las capacidades de innovación en las empresas.
Argentina es un país de ingreso medio, como lo es la región de América Latina, un 80% inferior al ingreso per cápita de un país desarrollado como Estados Unidos.
A pesar de los recientes progresos, impulsados por el superciclo de alza o boom en el precio de las materias primas y los altos términos de intercambio, Argentina y América Latina (con la excepción de Chile) no están convergiendo hacia los niveles de ingreso y bienestar de los países desarrollados, mientras que otras países y regiones del mundo, como la región de Asia Pacífico, si lo están haciendo.
Detrás del decepcionante desempeño en el ingreso per cápita y de la falta de convergencia, hay no sólo problemas de índole macroeconómica e institucional, sino también déficits sustanciales en las capacidades productivas, una baja productividad en la utilización de los factores de producción y una baja capacidad de innovación.
Las performances en materia de productividad y desarrollo productivo pueden ser divergentes entre países y regiones y aumentar la brecha en el tiempo.
No hay fuerzas endógenas que les permita retornar hacia la convergencia. Revertir esas tendencias no es fácil, requiere concertar e implementar políticas, como lo demuestra la experiencia en el mundo de países y regiones exitosas.
El desarrollo productivo, y la inserción internacional, de un país y sus regiones, en los flujos de comercio, inversión y conocimiento son pilares clave de una estrategia de desarrollo económico sustentable que contribuya al crecimiento económico y el progreso tecnológico y al desarrollo social del territorio.
El carácter determinante y estratégico que tienen estos pilares dentro del desarrollo económico y social, los convierte en sujetos de políticas de Estado
¿Qué enseñanzas principales se desprenden de la teoría económica?
En primer lugar, la teoría enseña que la dinámica productiva e industrial y el crecimiento económico son procesos entrelazados y motorizados por la innovación tecnológica y organizacional.
Adam Smith en La Riqueza de las Naciones ya destacaba la importancia del progreso tecnológico para el crecimiento y de la ampliación del mercado para posibilitar los aumentos de productividad resultantes de la división del trabajo.
Desde los economistas clásicos, en casi dos siglos, no hubo demasiados avances en la comprensión de como el nuevo conocimiento técnico es generado y cómo impacta esto en la economía. Joseph Schumpeter y Karl Marx fueron dos excepciones importantes en este sentido, aunque solitarias.
En la visión de Schumpeter, el desarrollo económico es un proceso de cambio cualitativo liderado por la innovación.
Según el autor, hay cinco tipos de innovación i) nuevos productos, ii) nuevos métodos de producción, iii) nuevas fuentes de oferta, iv) la “explotación” de o el acceso a nuevos mercados y, v) nuevas formas de organización.
La innovación la concibe como nuevas combinaciones de recursos o factores existentes y esta nueva actividad combinatoria es la esencia de la función emprendedora.
Por su parte, Karl Marx destacaba que el progreso técnico es la cara brillante del capitalismo, lo cual requiere de competencia, mientras que la cara oscura es la desigualdad y la explotación.
Hasta ese momento, el progreso tecnológico había sido tratado como un factor exógeno.
Posteriormente, en los modelos de crecimiento desarrollados por Abramovitz y Solow, el progreso tecnológico pasó a ser un factor residual, es decir resulta ser el residuo del crecimiento no explicado por el aumento del factor de trabajo o del capital.
Solamente en los últimos 40 años, el progreso tecnológico comenzó a ser analizado dentro de una perspectiva más sistematizada, a la que Nathan Rosenberg llamó “caja negra de la tecnología”.
En segundo lugar, la vieja y nueva teoría de desarrollo económico e industrial nos indican que son las capacidades locales las que determinan el éxito competitivo y el salto hacia el desarrollo y la convergencia hacia ingresos altos.
Las capacidades industriales y productivas se desarrollan lentamente en un sendero de aprendizaje acumulativo, y dependiente de la experiencia previa, sujeto a economías de aglomeración.
En la etapa actual del desarrollo mundial caracterizada por la economía del conocimiento se requieren de capacidades sofisticadas de saber-hacer (know-how) colectivo y de innovación para enfrentarse a la competencia global.
Es así como transitamos una era de expansión del sector de manufacturas y servicios intensivos en conocimiento, siendo que mayores proporciones del valor agregado consisten en actividades intangibles, investigación, diseño, software y aplicaciones, marketing y conexión en redes. Este fenómeno es en parte capturado por el concepto de la era de la “internet de las cosas”.
En el capitalismo moderno, las empresas son el nodo o el actor central en los esfuerzos de innovación y progreso tecnológico. Ellas emplean las nuevas tecnologías y operan los nuevos procesos productivos, producen y venden los nuevos productos.
La innovación y el progreso tecnológico causan incertidumbre, pero también hay incertidumbre generada por la naturaleza de los mercados y de la competencia.
En tercer lugar, otro de los descubrimientos centrales de la investigación académica en materia de Innovación es que las empresas no innovan aisladamente, sino en colaboración e interdependencia con otras organizaciones, por ello, la importancia de un enfoque sistémico. Esas organizaciones pueden ser otras formas, clientes, proveedores, competidores, u otras entidades no empresariales, privadas o públicas, universidades, organismos públicos (centros de Investigación y Desarrollo) y agencias de gobierno.
La conducta de estas organizaciones o actores (o jugadores) esta moldeada por las instituciones o ¨reglas de juego¨ – tales como leyes, reglas de juego, normas y rutinas- que pueden incentivar u obstaculizar la innovación, el progreso tecnológico y el desarrollo productivo.
Las organizaciones o actores, y las instituciones o reglas, y sus relaciones, son componentes centrales de los sistemas para la creación y comercialización de conocimiento, y para el desarrollo, la difusión y el uso de la innovación (Edquist 2006).
La innovación requiere de aprendizaje (learning) sobre cómo transformar tecnologías y acceder a mercados de forma de generar productos o bienes de mayor calidad y menor costo.
El aprendizaje es un proceso o actividad social y lo que hace que el proceso de innovación sea incierto, acumulativo y colectivo.
Hay tres formas de aprendizaje centrales al proceso de innovación o saber-hacer colectivo.
La primera es la innovación en nuevos productos y procesos, principalmente en las empresas, es una cuestión de aprendizaje organizacional que resulta en la creación de activos relacionados con el conocimiento o capital estructural.
La segunda forma de aprendizaje es en la actividad de Investigación y Desarrollo llevada a cabo en Universidades e instituciones públicas y privadas de investigación, así como en las empresas, que resulta en nuevo conocimiento público o privado.
La tercera es la construcción de capacidades a través de la educación y el entrenamiento, que se lleva adelante en escuelas, universidades, empresas, y que resulta en la creación de capital humano, producto del aprendizaje individual. La relación entre estas tres formas de aprendizaje es clave para el desarrollo productivo y la innovación.
En este famoso triangulo de Sábato, se observan históricamente los vínculos más débiles en Argentina y en América Latina, aunque también se aprecia recientemente un auspicioso comienzo de una nueva vinculación entre estos componentes.
En cuarto lugar, la importancia de enfocarse en el nivel local o regional tiene que ver con la constatación empírica e histórica que el desarrollo productivo y la innovación no se desarrollan de manera uniforme en el territorio sino de forma desigual y concentrada en polos regionales o locales.
La innovación asimismo varía en el tiempo como así cambian los sectores o actividades que lideran la actividad productiva e innovadora.
El caso de sistema local/regional de innovación más emblemático y más estudiado en las últimas décadas es, sin duda, el de Silicon Valley y la industria electrónica en los EEUU (hardware, software, internet).
Es así como las economías locales o nacionales que se inician en un círculo virtuoso de crecimiento, competitividad, inversión en nuevas capacidades e innovación, pueden continuar con un mejor desempeño que aquellas que queden estancadas en una situación de escasa transformación productiva y baja productividad.
La cuestión no es si debemos o no implementar políticas de desarrollo productivo y de estímulo a la inversión e innovación, orientadas hacia una mayor y mejor integración con el mundo, sino ¿cómo hacerlo?
Recapitulando, a fin de impulsar el crecimiento y un salto en el desarrollo de la estructura productiva argentina hacia una mayor diversificación, mayor valor agregado y una mayor complejidad tecnológica, los factores claves son la inversión, la innovación y el liderazgo emprendedor.
Por ende, el propósito de una buena Política de Desarrollo Productivo, o Política Industrial en sentido amplio, debe ser acelerar el proceso de cambio estructural hacia actividades o sectores con mayor productividad y complejidad tecnológica, impulsando estos factores. Esto comprende tanto la mejora de la productividad y capacidades de innovación en actividades existentes como apuestas estratégicas hacia nuevas actividades productivas, desplegando ventajas latentes, y con potencialidad de producir los saltos necesarios en la estructura productiva para sostener el crecimiento económico en el mediano y largo plazo (por ejemplo, del sector agroindustrial o del sector farmacéutico hacia la biotecnología y la bioeconomía).
En un país como Argentina, en la coyuntura actual, necesitamos tanto de políticas de desarrollo productivo constructivas para desplegar capacidades, aumentar la productividad y desarrollar actividades con ventajas latentes, reparando fallas de mercado y de gobierno, como también, temporariamente, de políticas de desarrollo productivo defensivas para evitar la pérdida de capacidades frente a una situación en la que es necesario enfrentar y corregir severos riesgos macroeconómicos internos (por alta inflación, déficit fiscal y deterioro del sector externo, junto a un problema de apreciación cambiaria y reservas muy menguadas) y problemas de volatilidad externa o eventualmente shock adversos (por caída en el precio de los commodities y devaluación del real, cambios en la política monetaria expansiva y aumento de la tasa de interés en EE.UU. (“tapering”) y fortalecimiento del dólar, desaceleración de las economías emergentes, en particular de Brasil y China, nuestros dos principales mercados de exportación, y perspectivas continuadas de bajo crecimiento o recesión en economías avanzadas excepto en EE.UU.).
Un aspecto clave y determinante es si son suficientes las capacidades institucionales para formular, concertar e implementar estas políticas de desarrollo productivo.
Una “buena” política de desarrollo productivo o política industrial requiere de arreglos institucionales y prácticas que permiten organizar efectivamente el dialogo y la colaboración entre el sector público y el sector privado.
Es más, las experiencias exitosas de desarrollo, transformación productiva e innovación en casos internacionales recientes como, por ejemplo, Israel y Finlandia, así lo demuestran, habiendo desempeñado en ambos un rol clave, no el Estado emprendedor como en el caso del Sudeste Asiático, sino Agencias que si bien estaban en la periferia del sector público, tenían una visión desarrollista, el foco puesto en capacidades e innovación, y la autonomía relativa y los recursos como para poder experimentar con nuevos programas y medidas, articular con el sector privado y convocar exitosamente a la inversión local e internacional.