Superado el comienzo emocional, los contactos viraron hacia los aspectos económicos y laborales y se privatizaron. Fake news, sin cabida.
Coronavirus, Covid-19, pandemia, cuarentena, es el gran monotema que ha atravesado transversalmente la agenda mundial informativa desde comienzos de marzo: en redes sociales, medios tradicionales, comunicaciones institucionales y publicitarias, según lo explica Natalia Aruguete, investigadora de medios y redes sociales.
Estupor, angustia, incertidumbre, miedos se transmiten e imantan bajo la forma de noticias a través de la hiperconectividad global, en principio saturada por un bombardeo de imágenes, voces y textos que llenan un espacio inconmensurable a una velocidad que las respuestas científicas y más serias quedan a años luz de equiparar.
Antes de que se acentuara este desequilibrio entre la ávida demanda y la oferta de contenidos verosímiles alusivos al coronavirus, un relevamiento que efectuó “Covid–19 Infodemics Observatory” en más de 100 millones de tuits subidos entre el 22 de enero y el 5 de abril últimos arrojó que 3 de cada 10 provenían de fuentes poco confiables y que el 42% de los mensajes fueron despachados automáticamente por un software (bot).
Previo a la emergencia, Ernesto Calvo y Natalia Aruguete ya le habían puesto punto final a una investigación acerca de cómo funcionan (para bien y para mal) las redes sociales, titulada “Fake News, Trolls y otros encantos”.
Extraen como conclusión que “los mismos mecanismos que favorecen la propagación de conflicto y polarización en las redes pueden facilitar dinámicas de organización colectiva, activismo social y comunión política”, conforme sintetiza el folleto de la editorial Siglo XXI.
Profesora en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Universidad Austral, e investigadora del Conicet, Aruguete ya había abordado el rol de los medios tradicionales cuando publicó en 2015 El poder de la agenda. Política, medios y público.
Oferta y demanda de noticias
–¿El monotema del coronavirus deja al descubierto la existencia de un espacio, tanto en los medios como en las redes, entre la oferta limitada de información y una constante demanda de noticias desde los distintos canales?
–No estoy segura de que haya una oferta limitada frente a una demanda exagerada. Lo pondría en otros términos. La demanda de información dura alrededor del coronavirus ha ido mermando en relación a los primeros días de la cuarentena, cuando sus aspectos eran más novedosos. Si se mira en las búsquedas de Google, a partir de entonces derivaron las consultas y empezaron a convivir con las cuestiones propias de la pandemia más preguntas acerca de deudas y tarjetas de crédito.
Pero, en término de consumo de noticias vinculadas a la cuarentena, se advirtió también una cierta saturación. Hubo en la primera semana una suba muy importante en la tendencia a compartirlas en las redes sociales, como en Facebook, producto de una reacción de entusiasmo por parte de los usuarios, que fundamentalmente se traducía en enojo, lo cual generaba mayores niveles de polarización afectiva y deseos de compartir.
Cuando los mensajes producen tristeza merma ese impulso. Fuimos viendo estos dos movimientos, la caída del consumo de noticias estuvo relacionada con la disminución del enojo de la gente que llevaba a compartirlas y esa merma se conjugó, a medida que se desarrolla la cuarentena, con una tendencia al incremento de las comunicaciones privadas entre amigos, familiares, en torno de situaciones laborales o reuniones del tipo que fueren que se virtualizaron todas, en detrimento de un consumo de noticias a compartir en las redes sociales.
–¿Por qué proliferaron contradictorios mensajes públicos y análisis defectuosos de aficionados por sobre las respuestas científicas en un contexto tan delicado como éste?
–Esta coyuntura va por otro carril respecto de la oferta y demanda de noticias convencionales que se canalizan por los medios tradicionales. Una noticia falsa tiene mayores posibilidades de propagarse cuando la gente está necesitada de completar vacíos en la información, consecuencia de la angustia que le generan, con lo que cualquier supuesta certeza expresada o emitida por alguien con alguna autoridad o reputación reconocidas en la materia es candidata a ser difundida, ya que se la ubica cognitiva y afectivamente como un aporte a la expectativa abierta.
–¿En qué condiciones podría aparecer algún intento de capitalización política?
–En este momento, el tipo de interacción que hay en las redes sociales no se da en un marco de polarización ideológica y afectiva en la conversación que se hubiera producido en otras circunstancias por la actuación del Gobierno en relación con la crisis: la cola de los jubilados en los bancos o las compras de alimentos por parte del Ministerio de Desarrollo. Pero lo cierto es que, hasta ahora, la dirigencia política, oficialista y opositora, está llevando adelante un diálogo muy consensuado, lo cual hace que los seguidores de esos influenciadores tampoco se polaricen, porque comparten una misma burbuja y no dejan el espacio.
Guerra en las redes
–¿Están marginados en estas circunstancias los agentes políticos y trolls endurecidos que libran la guerra de información en las redes, según describieron en el libro “Fake News, trolls y otros encantos?
–En estas circunstancias no hay un escenario polarizado para una guerra de información, como lo hubo en el país, pero en aquel momento analizamos puntualmente cada uno de 10 casos y no llegamos a un mismo comportamiento. De Argentina en el libro nos ocupamos de los tarifazos, Maldonado, aborto legal, “Mirá cómo nos ponemos”; por fuera, las elecciones del año pasado.
Dentro, sucesos exteriores, como el triunfo de Bolsonaro en Brasil, el de Trump en Estados Unidos. En todos ellos, en las redes sociales se polarizaron y despolarizaron según el grado de conversación que se armaba alrededor de los distintos eventos. Llegamos a hallazgos distintos, de acuerdo con el tema en cuestión, el contexto en el que estaba armado, la forma de actuación de los distintos colectivos, tanto dirigentes políticos como sociales que intervinieron en cada uno.
Una cosa fue Brasil 2018, donde hubo una red profundamente polarizada, sobre la que se montó una estrategia de políticos junto con medios creados para la ocasión, preparados para producir falsedades a granel, usuarios también falsos, y financiamiento externo a esa modalidad.
Todo esto fue posible de ser consumido en escenarios profundamente polarizados porque esas fake news se emiten en forma coherente con determinados valores y creencias que circulan en comunidades determinadas, que eyectan y repelen profundamente los que están presentes en la comunidad contraria.
–¿Surge el término manipulación de las experiencias analizadas?
–No. Porque eso sería poner la mirada de manera excluyente en el emisor de una fake news. No importa la reputación o no que tenga el emisor, que sea un usuario stake o dirigente político, puede proponer un determinado encuadre o narrativas, pero el que dispone si eso se propaga o no es el usuario que le da acogida al mensaje, en la medida en que confirme sus creencias y que sea coherente con sus encuadres.
De no ser así, se lo omite. Los mismos usuarios switch, que lograron muchísima acogida y éxito en sus mensajes durante la red Maldonado, no la tuvieron durante la red del aborto legal. Por eso no podría hablar de manipulación dura y pura.
–¿Cuál sería entonces el foco?
–Nuestra perspectiva teórica de análisis no se centró únicamente en el contenido, sino que abarcó la estrategia política, el mensaje que se quiere dar con un ataque virtual es el de ejercicio de poder para acallar, amedrentar, intimidar, al otro. Y no necesariamente implica falsear contenidos, sino por ahí meterse en la intimidad, exponerlo. Si en una fake news hubiera un contenido falso, no importa cuánto dure y si en él se miente, sino que después seguirá funcionando así, y no la desmentida.
Porque en realidad lo que va a prender es en qué medida uno confirma las creencias que el otro espera que haga. No hay manipulación sino interacción, en la que el emisor propone y el usuario, si lo convalida, dispone. Porque la cuestión es si lo sigue propagando o no.
–¿No son las redes las que facilitan las propagaciones?
–Lo son, al igual que el tipo de relaciones homofílicas que se establecen entre pares, por convalidarse aquello que coincide con nuestra idiosincrasia. Y al mismo tiempo porque los algoritmos personalizan la distribución de información como si fueran cámaras de eco. Es confirmarle al usuario que expresó una idea y darla aumentada.
Esa distribución segregada de información es una característica propia de las redes sociales. Pero la polarización y personalización que se podrían deducir de eso depende, entre otras cosas, de qué tipo de temas activen. Puede ocurrir en una campaña electoral que haya una polarización entre usuarios que son del oficialismo y de la oposición. Y que así se armen comunidades contrapuestas que no interactúan. Pero si a esos mismos usuarios se les habla del coronavirus es probable que un seguidor de Rodríguez Larreta no rechace al 100% lo que pueda decir Alberto Fernández, y mucho menos si lo que está emitiendo el Presidente es un mensaje, en el que ambos aparecen sentados con el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, en el que se dice que están trabajando juntos para combatir la pandemia.
Y si el jefe del Gobierno porteño dice que estuvieron patrullando la Ciudad con el helicóptero presidencial y que llegaron a la conclusión de que se respeta la cuarentena, los partidarios lo retuitearán. Si miramos reacciones de usuarios en la red, como los likes, retuiteos, ediciones, van a estar unidas a cuánto nos interfiere emocionalmente.
Si dan rechazo, que la red desliga, o acogida. Nadie va a dejar asentada en su línea de tiempo del Twitter una convalidación de algo con lo que no comulga. Desde la mirada subjetiva, es cuánto me interpela emocionalmente aquello que estimula una determinada reacción.
–¿Cómo afectaría la interacción de las redes el poder de la agenda sobre el que escribiste en 2015?
–Los medios tradicionales pueden ser autoridad en las redes sociales porque, excepto que nos encontremos con un evento muy singular, en la mayoría de los casos sus mensajes se propagan entre sus muchos seguidores con mayor frecuencia que los de un don nadie, usuarios de bajo rango, por la reputación de la que gozan entre los mismos.
En general, compiten a nivel de los dirigentes políticos y gente de la cultura que tenga mucha preeminencia, etc. Pero cuando las redes se polarizan. Por ende también los medios, que a través de los años lo fueron haciendo en sus discursos, van a disponer de mayor capacidad de instalar sus temas y encuadres en las comunidades a las que tienen acogida.
En una red polarizada, crecieron más las posibilidades de Clarín y La Nación de instalar su agenda en la burbuja “procambiemista” que en la burbuja profrentista. Lo mismo sucede con los medios que comulgan con el oficialismo.
En una red que no esté polarizada, los medios tradicionales tendrían menos presencia, porque en realidad la nueva forma que ha tomado el efecto de agenda en redes sociales es no tanto establecerla sino fusionarla. Distintos tipos de usuarios se acercan a construir colaborativamente y convalidar comunitariamente una agenda indeterminada. No es un medio solamente el que propone un tema, sino que cuenta también en qué medida distintos usuarios se pliegan a compartir temas comunes, diferentes a los que comparten los de otra comunidad virtual.
–O al revés, ¿los usuarios no podrían proponer temas que los medios terminaran adoptando?
–No. Los usuarios solos nunca, excepto que sean muy jerárquicos y compitan de igual a igual con los medios tradicionales, tal como podían hacerlo fuera de las redes. Adentro, así nomás, no proponen temas que tomen los medios.
–¿Quedó entonces desactualizada la agenda setting, como la concebida por Maxwell McCombs y Donald Shaw, en torno de la influencia de los medios de comunicación sobre la formación de la opinión pública y la manipulación mediática?
–Sí en los términos convencionales, como la que había sido concebida en la década del 60/70, con capacidad de instalar agenda en cualquier tipo de usuario con cualquier tipo de experiencias previas. En este momento, la clase de relación que se traba con los medios tradicionales está más atravesada por la que denominamos una percepción selectiva, mediante la cual me acerco a aquellos medios cuyas líneas editoriales coinciden con mis creencias y evito aquellos que me generan disonancia cognitiva con sus agendas, con sus encuadres, con sus formas de ver la realidad.