Un ejemplo sirve para aclarar esta idea: En septiembre del año pasado cuando la CEO de Yahoo Marissa Mayer anunció que estaba embarazada de las mellizas que tendrá este año, dijo también que pensaba hacer lo mismo que había hecho cuando tuvo su primer hijo, o sea, tomarse solamente dos semanas de licencia y trabajar desde su casa durante esas dos semanas. Las críticas no tardaron en caerle encima provenientes, en primer lugar de grupos de mujeres que defienden la igualdad de oportunidades.
¿Por qué, preguntaban indignadas, si ella misma fue la que instituyó en Yahoo ocho semanas de licencia por maternidad y paternidad por igual, o sea una política con sus empleados tanto hombres como mujeres, ella da “semejante mal ejemplo” tomándose sólo dos y trabajándolas encima? Para colmo ella misma, como CEO de Yahoo, había prohibido el trabajo desde el hogar.
Se convirtió en blanco de críticas, afirman Sally Helgesen y Julie Johnson en The Female Vision: Women’s Real Power at Work. Muchos, dicen las autoras, se frotaban las manos sobre su fracaso como buen ejemplo. Anne Weissberg, vicepresidenta de Families and Work Institute de Nueva York, dijo que su decisión era “decepcionante”. “Ella es un ejemplo y se debería tomar la licencia por maternidad que establece la compañía”. Agregó Weisber que la forma en que manejan los líderes de empresas el tema de la licencia de maternidad es muy simbólico no solo para los demás empleados sino para las mujeres en general. Y concluyó diciendo que “no es solamente una decisión personal”.
Las autoras del libro retrucan categóricamente: Sí es una decisión personal.
Este es un tema que se repite desde la década de los 90, cuando un pequeño grupo de mujeres comenzó a asumir los más altos cargos de una empresa siempre se les criticó como una falla en su obligación de servir como modelos para otras mujeres al optar por toma decisiones personales sobre la base de su propia evaluación de lo que es más importante en sus vidas.
Cuando Brenda Barnes en 1997 renunció como presidente y CEO de Pepsi Cola Norteamérica para pasar más tiempo con su familia, la decisión duramente criticada por el “mensaje” que podría enviar no solo a otras mujeres sino a los empleados. Se la castigó duramente por no servir como modelo para otras mujeres que aspiraban a posiciones de liderazgo y se la aplaudió también por otros grupos que decían que era un modelo de mujeres que admiten la imposibilidad de tenerlo todo. Que Barnes tuviera el derecho a hacer una elección sobre la base de consideraciones personales no parecía tener ninguna importancia en esas apreciaciones. El libro abunda en ejemplos similares. La conclusión es que a las mujeres siempre se las critica como fracaso de modelo según sus decisiones personales pero también por problemas por problemas que están fuera de su alcance. Cuando Martha Steward, la gran dama del entretenimiento hogareño fue condenada por aprovechar información privilegiada desencadenó una cascada de reflexiones sobre la posición de peligro en que colocaba las aspiraciones de otras mujeres a posiciones de liderazgo.
La gran pregunta: ¿es el progreso que la mujer viene haciendo desde hace 50 años tan frágil como para tambalear por la espectacular equivocación de Martha Stewart en sus financias personales? A nadie se le ocurriría decir que lo que hace un CEO varón con su vida personal es mal ejemplo para todos los hombres.
Las críticas que recibió Marissa Mayer en 2015 son preocupantes por dos motivos: Suponen, incorrectamente, que las mujeres ven un camino hacia delante solo si alguna otra les sirve de modelo. Y presuponen, también incorrectamente, que las mujeres deben darse el ejemplo unas a otras para servir a los intereses de todas las demás. El ejemplo a dar es triunfar en el trabajo y ser felices con su familia en esta cultura 24/7. Pedirles, además, que piensen que cualquier decisión personal puede tener consecuencias para todo su género parece poner un carga demasiado pesada sobre sus espaldas.