viernes, 22 de noviembre de 2024

La OTAN no garantiza la seguridad de Europa

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La integración mundial del capitalismo – también denominada globalización – se acelera y profundiza al ser arrastrada por la digitalización completa de la manufactura y los servicios, ante todo en EE.UU. y China.

Por Jorge Castro (*)

El año pasado, el intercambio global de la República Popular, el primero del mundo (sumando importaciones y exportaciones) alcanzó a US$ 6.1 billones, lo que representó un auge de 32% anual, y dentro de él las importaciones superaron US$ 4 billones, con un alza de 26%.

El núcleo del comercio internacional es el intercambio entre EE.UU. y China, las dos superpotencias de la época, que alcanzó a U$S 682.320 millones en los primeros 11 meses de 2021, récord histórico absoluto, lo que significó un aumento de 30,2% en el año, lo que llevó el total del año pasado a más de US$ 750.000 millones, en un camino nítidamente ascendente que representa los verdaderos términos del proceso de integración del sistema.

Lo notable es que lo que crece cada vez con mayor vigor entre las dos superpotencias es el intercambio de productos energéticos, por definición los de mayor relevancia estratégica porque afectan de manera directa a la seguridad nacional.

Sinopec, la principal empresa petrolera china, acordó comprar a EE.UU. 4 millones de toneladas de gas líquido (LNG) por año en las próximas 2 décadas, lo que implica la construcción de 6 grandes plantas procesadoras en distintos puertos, todos ellos nuevos, en la Costa Atlántica norteamericana.

China, en síntesis, se transforma en la principal importadora de gas norteamericano en el mundo, lo que la hace dependiente en más de 30% de su demanda de la otra superpotencia global, y principal rival geopolítica.

Resumiendo, las dos superpotencias han establecido el mayor pacto de largo plazo de compra de gas líquido (LNG) de la historia del capitalismo desde la Primera Revolución Industrial (1780/1840); y esto ha ocurrido cuando se exacerba su competencia estratégica.

Lo mismo sucede entre Rusia y los países centrales de Europa, sobre todo Alemania, Francia, e Italia.

Más de 35% del total de la producción energética rusa, la primera del mundo, fue obra de las grandes empresas transnacionales europeas en 2021, Total de Francia en primer lugar, y la inversión directa (IED) de las compañías transnacionales italianas y alemanas en la Federación Rusa, incluyendo el sector energético, superó U$S 65.000 millones.

Al mismo tiempo, la relación entre la República Popular y Rusia se ha multiplicado por 10, sobre todo en el terreno energético.

China es la primera importadora mundial de petróleo (13 millones de barriles diarios) y Rusia es la primera productora y exportadora de energía del sistema global, con reservas netas superiores a las de Arabia Saudita y Qatar combinadas.

Ahora son 3 los grandes gasoductos que transportan el gas ruso a los principales centros de consumo de China y en los próximos 5 años se inauguraría un cuarto, que se extendería a lo largo de más de 4.500 kms, sustentando un intercambio de más de US$ 400.000 millones en los próximos 20 años.

Todo esto implica un extraordinario desarrollo logístico, con intensa participación de empresas europeas, lo que equivale a afirmar que son tres los grandes protagonistas de este gigantesco proceso de conexión energética: Rusia, China y Europa.

Esta es la tendencia central de la época, la aceleración de la globalización y frente a ella es evidente el creciente retraso de la dimensión política, esto es estratégico, estatal, de seguridad.

Esto es lo que ha puesto de relieve inequívocamente la crisis regional de dimensión global entre Rusia, Ucrania, EE.UU. y la OTAN.

El punto central de lo que allí ocurre es que la extensión de la OTAN hasta la frontera rusa, que fue el resultado del colapso de la Unión Soviética en 1991, no garantiza ya la seguridad de Europa Oriental, ni tampoco la de Rusia.

Hay un vuelco definitivo de Rusia bajo Putin hacia el capitalismo y la integración en el mundo, ante todo con Europa.

Responde a la vocación más profunda de Rusia que fue la de asimilarse a lo más avanzado de Europa. Catalina la Grande, la gran impulsora del Imperio Ruso, la que incorporó a Crimea a su soberanía, fue alemana.

Si hay lugar en el mundo donde el comunismo no vuelve más es en Rusia. Lo que está en juego aquí no es la creación de zonas de influencia propias de la Guerra Fría, sino el surgimiento de un sistema de seguridad global, anticipo de un Estado mundial, propio de la globalización del siglo XXI.

Al contrario, lo que está en crisis en Europa del Este es un sistema de seguridad basado en el poder militar de la OTAN, que se ha revelado absolutamente anacrónico en la 2da década del siglo XXI.

En un mundo cada vez más integrado la seguridad que otorga el poder militar es ficticia, y por eso extremadamente volátil.

No hay forma de que la seguridad de un país se alcance en detrimento de otros, en un mundo que ha dejado atrás definitivamente todo juego de suma cero.

Lo que impide la hegemonía militar es la digitalización completa del sistema a escala global; y lo que la historia deja atrás, lo entierra definitivamente.

La OTAN en la frontera rusa es un anacronismo absoluto, digno de ser enterrado, y que lo será indefectiblemente.

 Rusia apuesta al desarrollo de Siberia

La estrategia de desarrollo de Vladimir Putin se funda en una estrecha y deliberada asociación entre el Estado y el sector privado – tanto ruso como transnacional – destinado a explotar todo el enorme potencial de recursos naturales de la Federación, el primero del mundo, ante todo los de Siberia y el Ártico. “El futuro del desarrollo ruso está en Siberia”, dice Putin.

Esta posibilidad, que es una estrategia en marcha, es la que le otorga a Rusia un papel definido y extremadamente relevante en la economía global completamente integrada del siglo XXI.

El núcleo de esta estrategia no es la interrelación entre el sector público y el privado, lo que sería una “economía mixta”, o un “capitalismo de estado” – como fue la nueva política económica / NEP durante la etapa Lenin y los primeros años de Stalin / 1921-1928 -, sino una apuesta sistemática al dinamismo del sector privado, tanto nacional como transnacional, sobre la premisa de la plena integración de Rusia en la economía mundial.

Es una estrategia fundada en la presunción del liderazgo ruso en varias tecnologías de avanzada. En primer lugar, en el campo de la energía nuclear, que abarca desde los rompehielos de ese signo a las plantas nucleares flotantes de generación de energía.

A esto hay que sumarle la ingeniería de avanzada en la fabricación de aeronaves, y en general, a través del despliegue de la industria misilística, el pleno desarrollo de las tecnologías espaciales.

En la Costa Norte de Siberia, sobre el Ártico, se encuentra Pevek – un antiguo gulag del periodo soviético -; y allí se haya estacionada la plataforma nuclear flotante “AkademicLomonosov”, capaz de abastecer de energía a más de 700.000 personas, y a un parque industrial integrado por más de 600 fábricas.

El “Lomonosov” integra una flota de seis plantas nucleares flotantes ya en operaciones que está destinada a proveer de energía a toda la Costa Norte del Ártico.

El objetivo de este inmenso despliegue de tecnología nuclear de avanzada es convertir a Pevek en el “hub” central de la navegación por el Ártico los 12 meses del año; y de esa manera conectar los inmensos recursos naturales de Siberia – el cobre en primer lugar – con el mercado mundial.

Incluso ocurriría en los meses de marzo a noviembre, cerrados antes al transporte marítimo por los hielos del Océano Ártico.

El dato estratégico fundamental es que el aumento de la temperatura provocada por el cambio climático ha beneficiado extraordinariamente a Rusia con una disminución de más de 50% en los fríos extremos de Siberia y el Ártico, lo que ha ocurrido en los últimos 10 años.

En suma, ahora es ampliamente posible el transporte marítimo en la Ruta Norte del Ártico los 12 meses del año, con una ventaja de 14 días o más en relación a la ruta tradicional del Sur, que se realiza a través del Mediterráneo y el Canal de Suez.

La nueva Ruta del Norte requiere para su funcionamiento pleno una inversión de US$ 12.000 millones, que ya tiene asegurada su operador, que es la Compañía Logística de Emiratos Árabes Unidos/DP World/UEA que cuenta con capitales alemanes, franceses, australianos, y británicos.

Las cargas transportadas por la Ruta Norte ascendieron a 1.5 millones de toneladas en 2000, aumentaron a 33 millones de toneladas en 2020, y llegarían a 80 millones de toneladas en 2024.

El viaje en la Ruta del Norte desde el Puerto de Busan en Corea del Sur a las instalaciones de Rotterdam en los Países Bajos, se realiza a través del estrecho de Bering, que separa a Alaska (EE.UU) de las costas siberianas. Tarda 27/28 días, en tanto que la Ruta del Sur, que atraviesa el Canal de Suez, exige una travesía de 40 días de duración. Esta diferencia disminuye en más de 1/3 los costos de transporte por el Norte.

La preocupación de Putin es la reconstrucción del Estado Ruso fundado por los Romanov en 1612, y desintegrado en 1991, cuando fue arrastrado por la implosión de la Unión Soviética. No hay en modo alguno un intento de recuperar el sistema soviético que fracasó en términos absolutos en el colapso de ese año.

La apuesta de Putin es 100% capitalista; y la premisa de su estrategia es que la caída de la Unión Soviética se produjo tras 2 décadas de estancamiento de origen interno, que consistió en la carencia absoluta de incentivos endógenos para innovar.

La economía soviética era un sistema totalmente autárquico – el comercio exterior era solo 4% del PBI – y completamente burocratizado: la proporción entre funcionarios/burócratas y trabajadores era 7 a 1. Una vez desaparecido el Terror – que era el mecanismo para innovar de Stalin – después de su muerte en 1953, el colapso era inevitable.

Desde entonces hasta el final, todo dependió de la “economía en negro”, hasta que finalmente ésta se agotó en la década del ’80.

Si hay un lugar en el mundo donde el comunismo no puede volver es Rusia: el PBI cayó -17% en 1990/1991; -19% en 1991/1992; y -11% en 1992/1993 y produjo una catástrofe sin igual en la historia del planeta.

De ahí la búsqueda de una estrategia de desarrollo 100% capitalista e integrada al mundo de Vladimir Putin.

(*) Del Instituto de Planeamiento Estratégico.

 

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