Como cuando se aprende una lengua extranjera se aprenden también su cultura y su modo de ver el mundo el lenguaje puede actuar como una potente fuerza correctiva de la insularidad. Aprender una lengua, entonces, es el granito de arena que cada uno de nosotros puede aportar para abrir la mentalidad de un país y hacerlo menos cerrado en sí mismo.
El poeta alemán dijo una vez: “Los que no saben otras lenguas no saben nada de la propia”. Y lo dijo porque cuando uno aprende un segundo idioma, todas las “decisiones” que toma nuestra propia lengua en forma invisible se vuelven visibles. Nos damos cuenta que nuestra forma de describir el mundo es una entre muchas y que hay una enorme cantidad de otras formas en que veríamos el mundo si tuviéramos el lenguaje para hacerlo.
Aprender otra lengua fomenta nuevas formas de pensamiento. Nuestras gramáticas, dice Lera Borodisty, profesora de ciencia cognitiva en la Universidad de California, reacomodan nuestras formas de percibir y entender el mundo. La palabra muerte en alemán es masculina y en castellano es femenina. Los pintores alemanes tienden a pintar la muerte como hombre y los de habla hispana como mujer. En Occidente el tiempo es representado como una línea que va de izquierda a derecha. Cuando se le pide a un occidental que acomode imágenes de personas de diferentes edades, la persona tiende a poner a los más jóvenes a la izquierda y a los más viejos a la derecha. Pero las tribus nómades de Australia la imaginan al revés.
De varias maneras, alguien que ha aprendido uno, dos o tres lenguajes extranjeros tienen una flexibilidad de pensamiento que no tienen otros