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<p>Los hombres de negocios occidentales afrontan “una alternativa: cambiar el sistema o dejar que lo hagan los Gobiernos aumentando su control sobre decisiones del sector privado”. Así sostiene Dominic Barton, director gerente de McKinsey & Co.<br />
La semilicuación del sistema financiero en las economías centrales, la subsiguiente recesión y la crisis de endeudamiento en la Eurozona son problemas para la actual generación de ejecutivos. A juicio del experto, “lo peor ha pasado ya. Esto genera suspiros de alivio y la tentación de volver a una cómoda normalidad. Pero esa actitud es inviable. Desde 2007 se ha visto una drástica aceleración en el equilibrio de poder entre un Occidente envejecido y un Oriente que emerge”.</p>
<p><strong>Pautas geopolíticas</strong><br />
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Sin embargo, lo que realmente desvela a Barton es “el avance de políticas populistas y presiones sociales en una cantidad de países, todo lo cual afecta los sistemas de gobernabilidad. Mientras las consecuencias de la crisis persistan, surgirán rivalidades geopolíticas, problemas de seguridad internacional y tensiones relativas a comercio, migraciones, competencia por recursos no renovables, etc. Para quienes conducen empresas, la crisis plantea desafíos al propio capitalismo”.<br />
Ese tipo de desafíos no es exclusividad de la recesión de 1933/38 ni de la ocurrida en los 80, cuando la fe en la iniciativa privada tambaleaba. Esta vez, una crisis sistémica, la recesión consiguiente y el endeudamiento soberano en la Eurozona exacerbaron los roces entre la empresa privada y la sociedad.<br />
En esta oportunidad, no se trata de ofrecer otra evaluación de acciones que hayan adoptado o adopten los Gobiernos para tratar de reactivar la economía mundial. Ahora el fin consiste en alcanzar a los hombres de negocios y sus consultores. Después de todo, mucho de cuanto marchó mal antes o luego de la crisis 2007/09 se originaba en fallas de gobernabilidad, tomas de decisión y liderazgo dentro del sector privado. A este compete solucionarlas.</p>
<p><strong>¿Capitalismo sí o sí?</strong><br />
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Como resultado de una iniciativa que lleva más de dos años, Barton se reunió con más de 400 ejecutivos superiores y dirigentes políticos alrededor del planeta. Esos contactos reforzaron una ya fuerte convicción: “pese a determinado grado de frustración, común a ambos grupos, se compartía la idea de que el capitalismo ha sido y seguirá siendo, de alguna manera o en grandes economías, el máximo promotor de riqueza conocido. <br />
Esto indica que la actividad privada debiera estar al frente, los años venideros, en cuanto a crear empleo y recursos. Pero, por lo mismo, existe creciente inquietud respecto de temas que, si no se encaran, desembocarán en otro colapso del sistema y la quiebra entre el contrato social y la gente, de consecuencias impredecibles”. <br />
Lo relevante de esos diálogos es haber puesto en claro la naturaleza de las profundas reformas que el mundo empresario debiera encabezar. Constituyen, ni más ni menos, un cambio entre el capitalismo cortoplacista –cifrado en lo trimestral– y un capitalismo de largo aliento, estructural. Para tener una idea del contexto cronológico, baste señalar que, según estudios de McKinsey, desarrollar un negocio desde su inicio hasta que rinde ganancias exige no menos de cinco a siete años. El cambio implica desplazarse psicológicamente y actuar en términos de la nueva generación. Además, requiere rediseñar la red de gobierno empresario y modificar la idea de un negocio, su valor y su papel en la sociedad.</p>
<p><strong>Tres factores</strong><br />
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Esa reconversión implica tres elementos esenciales. Primero, la organización debe echar por la borda sus orientaciones cortoplacistas y el consiguiente sistema de incentivos. El fin consiste en centrarse en el largo plazo. <br />
Segundo, los ejecutivos han de infundir a sus empresas la necesidad de atender a los principales grupos de interés (empleados, proveedores, clientes acreedores y comunidades), sin comprometer la maximización de utilidades para los accionistas. Tercero, pues, las firmas cotizantes en bolsa deben remediar los males derivados del control disperso, mejorando la aptitud de las juntas para gobernar como si fuesen propietarias. <br />
Ninguna de estas ideas o propuestas son novedad, pero sí lo es la urgencia del desafío. A criterio de Barton, “hoy los líderes empresarios afrontan un dilema: reformar ellos el modelo capitalista o dejar que otros lo hagan vía medidas de gobierno y presiones de una opinión pública hostil. Por otra parte, en las economías mayores, las eventuales reformas pueden elevar la fe en el sistema y facilitar las innovaciones necesarias para adaptarse a un marco capaz de abrir paso a una era de prosperidad en común.<br />
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<strong>Cortoplacismo, ese tirano</strong><br />
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A criterio de este consultor, “existe una clara diferencia mental entre este y oeste: el patrón para adoptar decisiones. En Asia oriental y sudoriental, se piensa a 10, 15 ó más años. Por ejemplo, al ser elegido en 2008 el presidente surcoreano Li Myung-bak, le solicitó a McKinsey un análisis de perspectivas a 20 años que luego amplió a 60. Este marco temporal es una ventaja competitiva innegable en materia de economía y negocios”. <br />
Por el contrario, la miopía castiga a Occidente en casi todos los sectores. En el caso de los negocios, la manía de presentar en bolsa informes trimestrales a gusto de los analistas insume cantidades extraordinarias de tiempo y trabajo a ejecutivos, contadores, etc. Así, la duración de un director ejecutivo en el cargo ha bajado de 10 años (1995) a seis (2009), mientras la complejidad y escala de las firmas subía. En política, las democracias atraviesan elección tras elección con candidatos vendiendo panaceas de corto aliento, dejando a un lado problemas de largo plazo tan vastos como déficit, ambiente, salud o educación. <br />
En materia bursátil, el panorama no es mejor. “Durante los años 70, el promedio de retención de acciones en Estados Unidos era de siete años calendarios. Según un reciente trabajo de Andrew Haldane (Banco de Inglaterra), la cifra bajó a siete meses.</p>
<p><strong>Volatilidad</strong><br />
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Las crisis intermedias tornaron el mercado en muy volátil, generando enormes brechas entre capitalización y valor real. Entre tanto, proliferaban operadores a alta velocidad –algunos retienen un papel por segundos–, que hoy representan 70% de las acciones negociadas en Wall Street. Ante semejantes tendencias, los profesionales deben filtrar datos y dar peso a la opinión de inversores orientados a plazos más largos de compraventa”. <br />
Si no lo hicieran, el capital corto multiplicaría operadores de iguales rasgos, vía una cadena lógica de incentivos e influencia, condicionados a directores ejecutivos sujetos a objetivos de utilidades trimestrales que acabarán por hacerse despedir al no poder cumplirlos. Eso resulta en equipos superiores trabajando horas extras. ¿Resultado? “Estos <em>managers</em> controlan apenas una porción del valor de sus empresas. Cuando expertos financieros de McKinsey deconstruyeron el valor de expectativas en relación de precios, advirtieron que 70 a 90% del valor de una compañía dependía de flujos de efectivo estimados para tres o cuatro años después. Pero los operadores se preocupan por los resultados a tres meses. Por ende, el capitalismo tiene un serio problema”.</p>
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<p><strong>Tiranía cortoplacista</strong><br />
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Para romper con la tiranía cortoplacista, “debemos empezar con quienes proveen capital. En conjunto, fondos jubilatorios y mutuales, aseguradoras y fondos soberanos acumulan US$ 65 billones (millones de millones), vale decir 35% de los activos mundiales. Si estas carteras dirigen demasiada atención al corto plazo, el capitalismo las imitará”.<br />
En teoría, no debieran hacerlo, pues sus beneficiarios tienen obvio interés en generar utilidades a largo plazo. Si bien las prácticas normales derivan del deseo de mantener esquemas defendibles y mensurables en cuanto a manejo de carteras, en realidad se acaba alentando la miopía cortoplacista. Los fideicomisos, a menudo asesorados por consultores financieros, evalúan el desempeño de los gerentes en relación con índices referenciales y ofrecen solo contratos cortos. Las remuneraciones de esos consultores se vinculan al monto de activos gerenciados que, típicamente, crece cuando el desempeño corto es fuerte. No sorprende, entonces, que los <em>managers</em> monetarios se centren en tal desempeño y contagien a las firmas donde invierten”. <br />
Según el experto Simon Wong, “en el actual sistema, los fondos jubilatorios suponen que un gerente de activos que ofrezca 10% de retorno anual se considera un fracaso; el índice referencial relevante sube a 12%. ¿Sería impensable para los inversores institucionales vivir con ganancias absolutas en un saludable nivel de 10%, máxime si les gusta el método aplicado para obtener esas utilidades? ¿Podrían estos megafondos definir cotas para cierto número de <em>holdings</em> y rindes, al menos dentro de las porciones “fundamentalmente inversoras” de sus carteras y, ergo, supervisar mejor sus objetivos? <br />
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<strong>Atender grupos de interés, enriquecer accionistas</strong><br />
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Otro imperativo para renovar el capitalismo, en beneficio de los accionistas, es “difundir la idea –asegura Barton– de que servir a los grupos de interés maximiza el valor de una empresa. Muy a menudo, ambas finalidades se presentan enfrentadas, en tensión. Se es adalid del accionista o se es fiel a los grupos de interés. El dilema es falso”.<br />
La idea de maximizar el valor para los accionistas, surgida en los 70 y 80, era razonable: sin flexibilizar un poco los objetivos financieros que guían y evalúan el de­sem­peño de una firma, temían varios analistas, la alta gerencia podría desviar recursos de los clientes a favor de sus propios intereses. De hecho, en ausencia de metas concretas, la gerencia bien pudiera ser un ejercicio político y el compromiso de los grupos de interés una excusa para la ineficiencia.<br />
Esta filosofía fue velozmente caricaturizada como la doctrina de “la codicia es buena” y quedó manchada por las prácticas abusivas de algunas firmas. No obstante, nunca hubo contradicciones entre crear valor al accionista y atender los intereses de empleados, proveedores, clientes, acreedores y comunidades. Por cierto, muchos abogados defensores de maximizar ese valor siempre han insistido en que el concepto atañe al largo plazo.</p>
<p><strong>¿Quién tiene razón? </strong><br />
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Sin embargo, generar valor directo en un negocio no es el único ni más fuerte argumento a favor de una perspectiva societaria. El capitalismo, para McKinsey & Co., “depende de la fe pública en su legitimidad y sobrevivencia”. Según la firma de comunicación Edelman y su barómetro 2011 de confianza en el sector privado estadounidense, la crisis de 2007/09 limita en alrededor de 45% ese indicador. La cifra contrasta con las de países emergentes como China (61%), India (70%) o Brasil (81%), que no sufrieron la crisis sistémica. “El cuadro es asimismo negativo en empresas del mundo anglosajón”, indica Richard Edelman, dueño de la consultora. “En Occidente, los niveles de confianza en realidad cayeron en 2010 y quedaron cerca de 2008”. <br />
¿Cómo pueden los equipos líderes recobrar la fe del público? “Muchos ejecutivos occidentales –subraya Barton– descubren que no hay nada en sus carreras que los haya preparado para un Armagedón que dura ya más de cuatro años. A partir de esta coyuntura, los directores ejecutivos deben ser campeones en un tria­tlón, capaces de afrontar los negocios, el Gobierno y el sector social. Pero una persistente matriz mental los mantiene en el cortoplacismo, que les impide admitir que, por ejemplo, las iniciativas sociales pueden crean valor en el corto plazo”.<br />
Puesto de otro modo, una mayoría de ejecutivos piensa que medidas o esfuerzos orientados al largo plazo comúnmente son efectivos, y no aceptan que igual sucede en el corto plazo. A partir de esa convicción, no hacen nada que –suponen– irrite los mercados especulativos o, peor, a los analistas de sus informes trimestrales. Al cabo, no atienden bien ni a tirios ni a troyanos.</p>
El capitalismo, entre reformas a largo plazo o control estatal
Se han exacerbado los roces entre la empresa privada y la sociedad. Ante problemas tan persistentes como la creciente inequidad de ingresos, se afronta una justa ira por el alto desempleo, los déficit en aumento y otras cuestiones relevantes. Por ende, los Gobiernos se ven presionados para interferir con la actividad privada y controlarla para prevenir desastres.