Esta exportación de trabajo prueba claramente que el desplazamiento de empleo norteamericano hacia India, China y Latinoamérica va absorbiendo sector tras sector. Primero fueron manufacturas sin mucho valor agregado (maquila inclusive) y tareas administrativas –contabilidad, por ejemplo-, luego la programación informática y el despiece de computadoras. Ahora, la ola alcanza a dos joyas de la empresa estadounidenses: la farmoquímica y las biociencias.
Las señales son bastante claras. La biomedicina, con su mano de obra esencialmente profesional y su íntima relación con la innovación científica, siempre se creyó mucho menos vulnerable a la tercerización laboral, versión exportadora. Además, el sector se considera un motor de desarrollo y fuente de empleos de alta calidad, dos rasgos claves mientras otras actividades tienden a desacelerarse (como le sucede a la tecnología informática).
En tanto los puestos laborales en biociencias pueden ser menos vulnerables a la tercerización que la TI, muchas compañías estudian hoy la opción, como alternativa a presiones de dos tipos: el control de precios y la necesidad de bajar costos en investigación y desarrollo (I&D). “Primero eran juguetes y ropa, después electrónicos y computadoras. Ahora les toca a farmoquímicos y biomedicina”, observa James Wei, inversor de riesgo que cofinanció la creación de Bridge Pharmaceuticals, firma que evalúa drogas y terapias para clientes norteamericanos… desde China.
Este tipo de tercerización puede interpretarse como evidencia de otro fenómeno: las biotecnológicas norteamericanas –como sus equivalentes en otras industrias- sólo tratan de establecer conexiones globales, que las hagan más competitivas. En verdad, hasta ahora el fenómeno es incipiente. Según datos compilados por el departamento federal de Comercio, menos de 6% de empresas estadounidenses con operaciones biotecnológicas empleaban mano de obra del exterior en 2002. Pero varios analistas sostiene que, tres años después, esa proporción ha subido bastante.
“La tendencia se acentúa a medida como se ajustan presupuestos”, afirma Discovery Partners International, empresa que hace –desde Asia meridional- trabajos químicos para laboratorios farmacéuticos. Un químico indio gana de US$ 20.000 a 40.000 por año, contra 80.000 a 100.000 de su colega norteamericano.
También los ensayos clínicos de nuevas drogas comienzan a mudarse rumbo a Asia oriental y meridional, Europa del este y Latinoamérica. En esas áreas, los costos son más bajos, en tanto es más fácil y barato emplear cobayos humanos. Por supuesto, la propia fabricación de medicamentos tienta a las compañías: India ya tiene un próspero sector de genéricos y avanza hacia la biotecnología.
Otro factor es la cantidad de técnicos y científicos chinos e indios graduados y con experiencia en EE.UU., que vuelven a sus países Así, el gigante suizo Roche acaba de abrir un centro de investigaciones en Shanghai, para aprovechar la masa de profesionales locales. Justamente por eso, Beijing y Delhi comienzan a invertir activamente en el desarrollo de profesionales biotecnológicos. Entretanto, Singapur ha creado un enjambre de centros investigativos que reclutan científicos de primea línea.
Otra ventaja potencial de cierto países asiáticos es su mayor tolerancia a investigaciones y aplicaciones relativas a células madre, resistidas por motivos religiosos en parte de Occidente. Especialmente en Estados Unidos, cuyo gobierno responde al fundamentalismo cristiano y judío. Por ejemplo, un grupo británico de especialistas en la materia ha visitado China, Singapur y Surcorea. A su juicio, técnicos y científicos de esos países igualan en calidad a los occidentales, pero se hallan mejor equipados y solventados.
Por supuesto, un factor –la innovación por sí sola- sugiere que la emigración a ultramar de puestos laborales de tipo biomédico será más pausada que en los de TI. Para empezar, las farmoquímicas afrontan menos presiones de mercado para cortar costos que, verbigracia, los fabricantes de equipos para telcos o partes de computadoras. Sus productos ya son insumos o bienes convencionales, algo que no ocurre con terapias y medicamentes donde, de paso, las utilidades son a menudo astronómicas.
Hay otra razón: el negocio biomédico suele preferir lugares próximos a los mejores centros de investigación universitaria, fuentes de innovaciones. Estas instalaciones y equipos profesionales siguen estando mayormente en Estados Unidos, Gran Bretaña o Alemania. El caso norteamericano es excepcional, debido al sistema de los National Institutes of Health, semilleros de innovación subsidiados por el estado. De paso, los “lobbies” farmoquímicos –en EE.UU. y el resto del mundo, especialmente países en desarrollo- omiten ese detalle decisivo cuando hablan de sus gastos en I&D.
Los europeos, en cambio, no disimulan ese factor clave. “El liderazgo norteamericano en ciencias biomédicas se debe a la red NIH y no creo que gobierno alguno lo deje desvanecerse”, sostiene Paul Herrling, director de I&D en el gigante suizo Novartis.
Esta exportación de trabajo prueba claramente que el desplazamiento de empleo norteamericano hacia India, China y Latinoamérica va absorbiendo sector tras sector. Primero fueron manufacturas sin mucho valor agregado (maquila inclusive) y tareas administrativas –contabilidad, por ejemplo-, luego la programación informática y el despiece de computadoras. Ahora, la ola alcanza a dos joyas de la empresa estadounidenses: la farmoquímica y las biociencias.
Las señales son bastante claras. La biomedicina, con su mano de obra esencialmente profesional y su íntima relación con la innovación científica, siempre se creyó mucho menos vulnerable a la tercerización laboral, versión exportadora. Además, el sector se considera un motor de desarrollo y fuente de empleos de alta calidad, dos rasgos claves mientras otras actividades tienden a desacelerarse (como le sucede a la tecnología informática).
En tanto los puestos laborales en biociencias pueden ser menos vulnerables a la tercerización que la TI, muchas compañías estudian hoy la opción, como alternativa a presiones de dos tipos: el control de precios y la necesidad de bajar costos en investigación y desarrollo (I&D). “Primero eran juguetes y ropa, después electrónicos y computadoras. Ahora les toca a farmoquímicos y biomedicina”, observa James Wei, inversor de riesgo que cofinanció la creación de Bridge Pharmaceuticals, firma que evalúa drogas y terapias para clientes norteamericanos… desde China.
Este tipo de tercerización puede interpretarse como evidencia de otro fenómeno: las biotecnológicas norteamericanas –como sus equivalentes en otras industrias- sólo tratan de establecer conexiones globales, que las hagan más competitivas. En verdad, hasta ahora el fenómeno es incipiente. Según datos compilados por el departamento federal de Comercio, menos de 6% de empresas estadounidenses con operaciones biotecnológicas empleaban mano de obra del exterior en 2002. Pero varios analistas sostiene que, tres años después, esa proporción ha subido bastante.
“La tendencia se acentúa a medida como se ajustan presupuestos”, afirma Discovery Partners International, empresa que hace –desde Asia meridional- trabajos químicos para laboratorios farmacéuticos. Un químico indio gana de US$ 20.000 a 40.000 por año, contra 80.000 a 100.000 de su colega norteamericano.
También los ensayos clínicos de nuevas drogas comienzan a mudarse rumbo a Asia oriental y meridional, Europa del este y Latinoamérica. En esas áreas, los costos son más bajos, en tanto es más fácil y barato emplear cobayos humanos. Por supuesto, la propia fabricación de medicamentos tienta a las compañías: India ya tiene un próspero sector de genéricos y avanza hacia la biotecnología.
Otro factor es la cantidad de técnicos y científicos chinos e indios graduados y con experiencia en EE.UU., que vuelven a sus países Así, el gigante suizo Roche acaba de abrir un centro de investigaciones en Shanghai, para aprovechar la masa de profesionales locales. Justamente por eso, Beijing y Delhi comienzan a invertir activamente en el desarrollo de profesionales biotecnológicos. Entretanto, Singapur ha creado un enjambre de centros investigativos que reclutan científicos de primea línea.
Otra ventaja potencial de cierto países asiáticos es su mayor tolerancia a investigaciones y aplicaciones relativas a células madre, resistidas por motivos religiosos en parte de Occidente. Especialmente en Estados Unidos, cuyo gobierno responde al fundamentalismo cristiano y judío. Por ejemplo, un grupo británico de especialistas en la materia ha visitado China, Singapur y Surcorea. A su juicio, técnicos y científicos de esos países igualan en calidad a los occidentales, pero se hallan mejor equipados y solventados.
Por supuesto, un factor –la innovación por sí sola- sugiere que la emigración a ultramar de puestos laborales de tipo biomédico será más pausada que en los de TI. Para empezar, las farmoquímicas afrontan menos presiones de mercado para cortar costos que, verbigracia, los fabricantes de equipos para telcos o partes de computadoras. Sus productos ya son insumos o bienes convencionales, algo que no ocurre con terapias y medicamentes donde, de paso, las utilidades son a menudo astronómicas.
Hay otra razón: el negocio biomédico suele preferir lugares próximos a los mejores centros de investigación universitaria, fuentes de innovaciones. Estas instalaciones y equipos profesionales siguen estando mayormente en Estados Unidos, Gran Bretaña o Alemania. El caso norteamericano es excepcional, debido al sistema de los National Institutes of Health, semilleros de innovación subsidiados por el estado. De paso, los “lobbies” farmoquímicos –en EE.UU. y el resto del mundo, especialmente países en desarrollo- omiten ese detalle decisivo cuando hablan de sus gastos en I&D.
Los europeos, en cambio, no disimulan ese factor clave. “El liderazgo norteamericano en ciencias biomédicas se debe a la red NIH y no creo que gobierno alguno lo deje desvanecerse”, sostiene Paul Herrling, director de I&D en el gigante suizo Novartis.