Inteligencia artificial al servicio de Wall Street
Michael Kearns, Vasant Dhar y otros herederos de Alan Turing insisten con la inteligencia artificial (IA). Pero su sesgo es poco tranquilizador: la ponen al servicio de la especulación financiera hoy en crisis-, no de la economía real.
17 marzo, 2009
<p>Trabajando en 2007 para Lehman Brothers –firma de valores ahora extinta- Kearns intentaba desde fines del siglo XX que una computadora hiciese algo hasta ahora casi imposible: pensar como un operador de Wall Street, pero manejando miles de transacciones sin perder de vistas sutiles cambios en los mercados.<br />
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En un sentido, esA eventual “máquina de hacer ganancias” era una mutación muy peligrosa de un proyecto japonés, conocido hace más de veinte años: los ordenadores de quinta generación. Por motivos nunca bien claros, esta idea quedó sepultada en los archivos. Mucho después, ingenieros de sistemas y matemáticos la desenterraron –sin mencionar su origen-, pero orientada a afinar instrumentos para grandes intermediarios financieros y bursátiles. Pero la crisis sistémica congela por el momento esos esquemas.<br />
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Naturalmente, el concepto de IA remite a la “prueba de Turing” (1951) para reconocer la inteligencia cibernética. Su epónimo, Alan Turing, se suicidó en 1954 y, recién en 1956, surgió el término “inteligencia artificial”. A los dos años, se creó el programa Lisp, un lenguaje de IA, substituido en 1964 por computadoras capaces de entender lenguaje humano básico, suficiente para resolver problemas algebraicos. Por fin, en 1965, aparece Eliza, un programa interactivo capaz de dialogar en inglés neutro y esquemático sobre cualquier tópico.<br />
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Ahí arrancan las innovaciones que desembocarán en la “IA financiera”. En 1968, un cineasta versado en esos temas, Stanley Kubrick, imagina –partiendo de Arthur Clarke- en “2001” un ordenador inteligente de tipo holístico, HAL-9000. A su vez, el escritor se inspiraba en el antepasado de la computación, Charles Babbage (1792/1871), que concibió -pero no construyó- el ordenador de fichas perforadas. Mucho después, en 1987/8, las operaciones automáticas computadas ayudaron a provocar un crac bursátil global.<br />
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Ello no impide que diversas aplicaciones de IA (“máquinas que aprenden”) invadan todo tipo de sectores y, al fin, Internet. En 1999, Sony presentó un perro robot que, sólo parece servir para que los japoneses se diviertan. En 2001, “Inteligencia artificial”, un producto mediocre de Steven Spielberg (astuto, pero nunca un Kubrick) se candidatea para un Oscar que no obtiene.<br />
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Kearns es un optimista clásico y sostiene hoy –pese a todo- que “la AI cambiará Wall Street primero y después, el mundo”. Olvida que gurúes de la efímera “nueva economía”, como Nicholas Negroponte o Abigail Cohen (Goldman Sachs) prometían lo mismo hace diez años. <br />
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Por supuesto, hace bastante que bancas de inversión, fondos de cobertura y otros segmentos usan AC para detectar relaciones y tendencias subyacentes. El objeto consiste en explotar esos datos en veloces transacciones computadas. Los AC pretenden excluir móviles humanos –miedo, codicia-, pero ocurre que sus empleadores y los medios ven la codicia como virtud teologal.<br />
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Pese a esa contradicción, apóstoles de la IA como Kearns, Dhar o McKeown creen que el tiempo está de su lado. Algunos tienen una meta nada modesta: construir un Warren Buffett cibernético, capaz de procesar todo tipo de interrogantes financieros, económicos, geopolíticos, etc., que afecten al mercado. Por el contrario, muchos científicos y pensadores –como el difunto Peter Drucker, que conoció a Turing- prefieren no tocar el tema. En verdad, la AI nunca satisfizo las ilusiones de los años 60 y 70.<br />
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