¿Se agotan los flujos de fondos baratos y el auge bursátil?

Por un lado, las economías en desarrollo dependen cada vez más de capitales exógenos baratos. Por el otro, muchos temen que esté terminando una fase dinámica en las bolsas grandes.

5 junio, 2006

La necesidad de dinero fácil en la periferia global recuerda bastante la situación imperante antes del derrumbe sufrido desde 1997, que después se prolongó en el desinfle de la burbuja puntocom. Según un nuevo informe distribuido por el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF o Banco Mundial), inversores y especuladores privados volcaron en 2005 un récord de US$ 490.000 millones en acciones, bonos y activos físicos. Eso equivale a 23,7% más que los 397.000 millones de 2004.

Pero, a diferencia del año anterior, en 2005 esa ola de compras se desarrollaba sin estimar adecuadamente el riesgo de esos mismos activos o de los mercados por donde circulaban. El gran defecto de esos flujos es que, si bien a veces financian inversiones útiles al crecimiento económico local, casi siembre basta cualquier cimbronazo –desastres naturales, epidemias, alza de tasas norteamericanas, crisis geopolíticas- para provocar una estampida hacia refugios como oro y materias primas.

Esta huida de capitales volátiles endeuda a los países en desarrollo, que dejan repentinamente de ser “emergentes”, una categoría más bien voluntarista. En esta fase, surgen tres factores de riesgo concomitantes: menos crecimiento de economías centrales –si no estancamiento-, menos exportaciones y tasas firmes en Estados Unidos.

Un síntoma clave surge de los exiguos retornos notados últimamente por JP Morgan Chase. Hasta hace poco, los de mercados secundarios estaban cerca de las plazas centrales (signo de menor riesgo), pero ahora han empezado a aumentar, lo cual denota creciente riesgo. Al respecto, el 7 de octubre de 1997 (ya con una crisis en el sudeste asiático) el índice Embi+ de esa banca caía 315 puntos, es decir que un bono “emergente” pagaba 3,15% más que su contracara de la Tesorería estadounidense. En el pico de esa crisis, 10 de septiembre de 1998, la brecha tocaba 14,9%.

Por el momento, el panorama es poco claro. Hasta principios de mayo, ese “spread” no subía de 1,75%, pero la semana pasada alcanzaba algo más de 2%. Por supuesto, como apuntan el BM, JP Morgan y otras fuentes, esto sigue muy lejos de un desplome, pero sí es un síntoma digno de tenerse en cuenta.

Ahora bien ¿y el espinel bursátil? Para empezar, en Wall Street el término hoy de moda es “correlaciòn”, aunque en realidad la idea es sencilla: en años recientes, varios mercados se han movido simultáneamente en la misma dirección. Tras un lago lapso de mantenerse arriba, desde principios de mayo caían y reaccionaban juntas, pero marcando un efecto de “serrucho descendente”. Entretanto, las tasas largas norteamericanas y la Libor británico mostraban un sesgo ascendente.

Mientras, algunas economías centrales dan signos de desaceleración. No ocurre igual con insumos industriales, hidrocarburos ni metales preciosos. Vuelve en este punto el tema de los capitales baratos, protagonistas de un escape hacia activos duros, seguros y tangibles. Otro factor que los impulsa radican en la política monetaria norteamericana; es decir, los ajustes periódicos de tasas básicas.

Sucede que el largo auge bursátil global derivaba, mayormente, de polìtica “macro expansivas. Si, ahora, los bancos centrales se pliegan a la Reserva Federal y aumentan tipos de interés para prevenir tendencias inflacionarias, se encarecerán los fondos circulantes y las economías –tanto grandes como secundarias- sentirán los efectos. Ante este peligro, muchos analistas de bancas privadas, el BM, la OCDE y el FMI se aferran desesperadamente el “mito del crecimiento global sólido”. Esto no pasa de una expresión de deseos y no es casual que el término “estanflaciòn” ande dando vueltas por todas partes.

La necesidad de dinero fácil en la periferia global recuerda bastante la situación imperante antes del derrumbe sufrido desde 1997, que después se prolongó en el desinfle de la burbuja puntocom. Según un nuevo informe distribuido por el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF o Banco Mundial), inversores y especuladores privados volcaron en 2005 un récord de US$ 490.000 millones en acciones, bonos y activos físicos. Eso equivale a 23,7% más que los 397.000 millones de 2004.

Pero, a diferencia del año anterior, en 2005 esa ola de compras se desarrollaba sin estimar adecuadamente el riesgo de esos mismos activos o de los mercados por donde circulaban. El gran defecto de esos flujos es que, si bien a veces financian inversiones útiles al crecimiento económico local, casi siembre basta cualquier cimbronazo –desastres naturales, epidemias, alza de tasas norteamericanas, crisis geopolíticas- para provocar una estampida hacia refugios como oro y materias primas.

Esta huida de capitales volátiles endeuda a los países en desarrollo, que dejan repentinamente de ser “emergentes”, una categoría más bien voluntarista. En esta fase, surgen tres factores de riesgo concomitantes: menos crecimiento de economías centrales –si no estancamiento-, menos exportaciones y tasas firmes en Estados Unidos.

Un síntoma clave surge de los exiguos retornos notados últimamente por JP Morgan Chase. Hasta hace poco, los de mercados secundarios estaban cerca de las plazas centrales (signo de menor riesgo), pero ahora han empezado a aumentar, lo cual denota creciente riesgo. Al respecto, el 7 de octubre de 1997 (ya con una crisis en el sudeste asiático) el índice Embi+ de esa banca caía 315 puntos, es decir que un bono “emergente” pagaba 3,15% más que su contracara de la Tesorería estadounidense. En el pico de esa crisis, 10 de septiembre de 1998, la brecha tocaba 14,9%.

Por el momento, el panorama es poco claro. Hasta principios de mayo, ese “spread” no subía de 1,75%, pero la semana pasada alcanzaba algo más de 2%. Por supuesto, como apuntan el BM, JP Morgan y otras fuentes, esto sigue muy lejos de un desplome, pero sí es un síntoma digno de tenerse en cuenta.

Ahora bien ¿y el espinel bursátil? Para empezar, en Wall Street el término hoy de moda es “correlaciòn”, aunque en realidad la idea es sencilla: en años recientes, varios mercados se han movido simultáneamente en la misma dirección. Tras un lago lapso de mantenerse arriba, desde principios de mayo caían y reaccionaban juntas, pero marcando un efecto de “serrucho descendente”. Entretanto, las tasas largas norteamericanas y la Libor británico mostraban un sesgo ascendente.

Mientras, algunas economías centrales dan signos de desaceleración. No ocurre igual con insumos industriales, hidrocarburos ni metales preciosos. Vuelve en este punto el tema de los capitales baratos, protagonistas de un escape hacia activos duros, seguros y tangibles. Otro factor que los impulsa radican en la política monetaria norteamericana; es decir, los ajustes periódicos de tasas básicas.

Sucede que el largo auge bursátil global derivaba, mayormente, de polìtica “macro expansivas. Si, ahora, los bancos centrales se pliegan a la Reserva Federal y aumentan tipos de interés para prevenir tendencias inflacionarias, se encarecerán los fondos circulantes y las economías –tanto grandes como secundarias- sentirán los efectos. Ante este peligro, muchos analistas de bancas privadas, el BM, la OCDE y el FMI se aferran desesperadamente el “mito del crecimiento global sólido”. Esto no pasa de una expresión de deseos y no es casual que el término “estanflaciòn” ande dando vueltas por todas partes.

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