Esa es la tesis que demuestra Paul Tough en su libro The years That Matter Most: How College Makes or Breaks Us. Se supone, dice Tough, que la educación norteamericana es meritocrática. Meritocracia deriva de mérito, definido como coeficiente intelectual más esfuerzo. Sin embargo, el término fue evolucionando hasta combinar habilidades cognitivas, talentos extracurriculares y cualidades personales socialmente valiosas, como liderazgo y conciencia cívica. Aparentemente cosas como el género, el color de la piel, la aptitud física o el ingreso familiar no limitarían la elección de los caminos educacionales.
Sin embargo, la realidad dice otra cosa. La clasificación educativa suele comenzar muy temprano en Estados Unidos . En la primaria hay programas para los talentosos, luego esa segregación continúa en la secundaria donde se empuja a los estudiantes hacia carreras vocacionales. Pero al menos en esos niveles todos los niños tienen la obligación de asistir a clase.
La universidad es diferente. Allí hay un cuello de botella. Allí hay que pagar y las admisiones obedecen a mecanismo extraños. Allí se acepta o se rechaza. Además, importa mucho dónde se estudia.
Hay investigaciones que muestran que cuanto más selectivo es el proceso de admisión mayor es el valor económico del título. Cuando más angosta la puerta de entrada, más amplia la gama de oportunidades que se abren del otro lado.