El conocimiento que requiere la sociedad del conocimiento

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Lo que llamamos “educación” es un acuerdo social sobre con qué procedimientos hacer posible la distribución de conocimiento válido en la sociedad. Éste es el núcleo del debate no abordado.

El futuro de la educación es, en realidad, el futuro de cómo distribuir el conocimiento. Cada sociedad se asienta sobre un modelo mental compartido que permite tanto la interacción social cuanto su perduración.

Hoy este modelo mental compartido está en crisis y se expresa en lo que definimos como la crisis de la educación, pero, como ocurre con otros ámbitos de la sociedad, los cambios en los cuales estamos inmersos han dejado ya atrás la categoría de crisis para entrar en la de mutación. Es que se ha agotado la capacidad de esta solución organizativa (la escuela y los sistemas escolares) de cumplir con el papel de distribución del conocimiento válido en la sociedad.

La mutación educativa no es un proceso único. La “educación” está en el mismo espacio geográfico y social que el resto de los sectores de la sociedad y todos ellos se ven atravesados por las demandas y los conflictos de la globalización. Todos se enfrentan con el fin de una era y miran ¿fascinados? ¿asombrados? ¿apesadumbrados? lo que está por venir, que ya está viniendo.

En todos los sectores está presente el duelo por la pérdida, que coexiste con las ventanas de oportunidades que se abren para el futuro. En todos hay conflicto por defender posiciones y peleas por ganar otras. Pero lo que los une es la convicción de que los cambios están para quedarse, y que es mejor mirar para adelante que tratar de reivindicar lo pasado. La era de la innovación ha instalado una mirada prospectiva que se impone a la mirada retrospectiva.

Reformas varias

Este estado de cosas ha generado desde hace unas décadas innumerables respuestas en la forma de Reformas Educativas e innovaciones varias, pero, según la bibliografía especializada, su común denominador es su fracaso, no se avizora una secuencia de avances.

Entonces, aunque ya existen modos alternativos y complementarios de distribución de conocimiento (válido) de manera masiva, también es cierto que las bases de la vieja escuela y del sistema educativo tradicional, aunque están en decadencia, siguen en pie.

¿Cómo se explica esta paradoja? Es la lógica de la mutación: el cambio es un proceso permanente que afecta progresivamente a los individuos de una clase o especie y los va transformando en otra, como ha sido dibujado innumerablemente por Escher en muchos de sus cuadros.

Se superponen así dos grandes líneas en pugna: la declinación, por un lado, y la emergencia, por el otro, propias de todos los procesos de cambio, tanto los naturales cuanto los sociales.

Está vigente por un lado la declinación de la solución de la modernidad: las escuelas y los sistemas educativos.

Y está por el otro la emergencia de otras soluciones, más o menos profundas, más o menos disruptivas, más o menos generalizadas, que han encontrado la forma de ofrecer verdaderas oportunidades de aprendizaje profundo a todos, sin distinción (o con mucha menos distinción) de raza, sexo, o nivel socioeconómico.

En el medio de estas dos tendencias, que tienen un espacio muy amplio de intersección, se dan diferentes líneas de soluciones llevadas adelante por una gran diversidad de actores.

Se abre así la pregunta acerca de cómo reconocer y poner en práctica la solución organizativa que la sociedad del conocimiento reclama. Esta pregunta está subyaciendo en los debates actuales sobre la sociedad de la innovación. Y por no tratarla abiertamente perdemos toda su riqueza ya que no alcanzamos a imaginar (y por lo tanto no podemos reconocer en la realidad) los procesos emergentes que anuncian estos atisbos.

La sociedad del futuro se perfila como una sociedad con una red de entornos de aprendizaje poderosos a lo largo de toda la vida. En un mundo en el cual el reto es que todos aprendan a lo largo de toda la vida, la escuela será solo uno de los posibles ‘entornos de aprendizaje’ válidos, entre muchos otros.

De modo que las instituciones educativas formales, los sistemas escolares que conocemos, las universidades, podrán mantenerse firmes en cuanto a su mandato irrenunciable de incluir a todos en el conocimiento válido, pero deben renunciar a su aislamiento institucional, a sus métodos tradicionales y a sus rutinas rígidas para cumplir con este objetivo que apunta a garantizar la equidad.

Lamentablemente, mientras que en el mundo estos temas están en el centro de la pelea por ganar espacio en la economía del conocimiento, entre nosotros no se avizoran: no están todavía en el imaginario de los especialistas y menos en la demanda de los dirigentes de nuestra sociedad.

(*) Socióloga, profesora de la UDESA y de la UTDT

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