Cambios energéticos que exige el siglo XXI

Sin energía no hay vida. Ni producción, ni transporte, ni consumo. El consumo de energía forma parte de la vida humana desde la prehistoria y su intensidad ha ido creciendo a medida que se sofisticaban las actividades económicas de los hombres y las mujeres.

17 junio, 2021

Por: Ángeles Sánchez Díez (*)

En el pasado reciente, la revolución industrial del siglo XIX no se puede entender sin el carbón, ni el desarrollo del siglo XX sin el petróleo. Ahora, el futuro inmediato estará determinado por las transformaciones energéticas en el marco de la sostenibilidad medioambiental.

En 1973 se produjo la primera gran crisis del petróleo: los países árabes productores de crudo cesaron sus exportaciones a los países occidentales que dieron apoyo a Israel durante la guerra de Yom Kipur.

Ahí comenzó la transformación de la estructura energética mundial. Desde entonces, el oro negro ha pasado de suponer el 46,2% de la oferta de energía primaria mundial al 31,9% en 2019.

Aunque la sostenibilidad se ha incorporado a la agenda energética global, también se observa cómo está creciendo el consumo de recursos energéticos altamente contaminantes. La cuota de mercado del carbón ha pasado del 24% al 27% entre 1973 y 2019, en gran medida porque China e India son sus principales consumidores a nivel mundial.

En ese mismo periodo el consumo de gas natural ha pasado del 16% al 24%. La causa de este aumento es la expansión de las centrales de ciclo combinado, que usan de forma preferencial el gas para la generación de electricidad. Las energías limpias todavía representan una pequeña parte de la oferta primaria.

No obstante, hay importantes diferencias según regiones y países. Por ejemplo, Europa ha hecho un gran esfuerzo para transformar su matriz energética, dando una mayor importancia a las energías renovables, como la eólica y la solar, y reduciendo la utilización del carbón.

¿Con qué se produce la electricidad?

La electricidad no está directamente disponible en la naturaleza, como el petróleo, el gas natural o el carbón, que son fuentes primarias de energía. La electricidad se genera a partir de otros recursos: los saltos de agua (energía hidroeléctrica), los hidrocarburos y el carbón (térmica), la fisión de isótopos de uranio (nuclear), el sol, el viento, las olas, etcétera.

Ha habido cambios importantes en la generación eléctrica desde la foto fija de 1973. El petróleo ha perdido importancia en la producción de electricidad de origen térmico e hidráulico mientras crece la importancia del gas natural y las energías renovable y nuclear. En cambio, el carbón sigue representando el 38% de la generación eléctrica.

Nuevas reservas de hidrocarburos

El escenario energético internacional evoluciona rápidamente y se enfrenta a importantes desafíos. En la última década se han descubierto numerosos yacimientos en Venezuela, Brasil, Sudáfrica, Irán, Mozambique… Las reservas probadas han pasado de los 683 000 millones de barriles de petróleo de 1973 a 1,73 billones en 2019.

Desarrollos tecnológicos como la fractura hidráulica (fracking) han hecho posible la extracción de hidrocarburos no convencionales. Estados Unidos, uno de los mayores consumidores de petróleo del mundo, se ha convertido en un referente en esta técnica que le ha permitido plantearse el autoabastecimiento.

Por otro lado, el calentamiento de los polos está facilitando la explotación de los recursos que hasta ahora han estado protegidos por los hielos perpetuos del Ártico.

A diferencia de la Antártida, el Polo Norte no es un continente sino agua helada. Por lo tanto se regula por la Convención del Mar. Esto quiere decir que, según lo establecido por la soberanía de aguas territoriales, Rusia, Estados Unidas, Canadá, Noruega y Dinamarca, miembros del Consejo Ártico, podrían tener derecho a la explotación de esos recursos.

Hielo, agua y geopolítica

Estas transformaciones implican importantes cambios en la geopolítica global. El aumento de la producción de hidrocarburos no convencionales, particularmente en Estados Unidos, desencadenó una respuesta muy clara por parte de Arabia Saudí, máxima potencia de la Organización de Países Exportadores de Petroleo (OPEP).

Al incrementar la producción petrolera favoreció la caída en los precios: de 110 dólares por barril en diciembre de 2013 pasó a costar 30 dólares en enero de 2016. Y, dado que el coste de producción por fracking es muy alto (superior al precio de venta), los yacimientos estadounidenses dejaron de ser rentables. De esta forma Arabia Saudí recordaba al mundo su papel en la geopolítica del petróleo.

Respecto al Ártico, Barack Obama fue el primer presidente estadounidense en visitarlo en el transcurso de su viaje a Alaska (en 2015), mientras que el presidente ruso Vladimir Putin ha reforzado los dispositivos militares en la zona para garantizarse el control de los recursos y de los posibles pasos para el transporte marítimo.

En definitiva, las grandes potencias implicadas en la región comienzan a reafirmar su presencia ante las posibilidades económicas del deshielo ártico.

La apuesta por la sostenibilidad

Un elevado porcentaje de gases de efecto invernadero proceden del consumo energético. Se ha pasado de 21 331 millones de toneladas de CO₂ en 1980 a 34 169 millones en 2019.

El respeto y la protección al medio ambiente se han convertido en ejes fundamentales de la política internacional. El objetivo 7 de la Agenda de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas busca garantizar el acceso a una energía asequible, segura, sostenible y moderna.

Por otro lado, el Tratado de París (2015) da cobertura internacional a las medidas de lucha contra el cambio climático. La meta es avanzar hacia sistemas productivos respetuosos con el medio ambiente.

No obstante, siguen abiertos los debates en torno a la conveniencia o no de la energía nuclear o la apuesta por las energías renovables. Los desastres de Chernóbil (1986), en Ucrania, y de Fukushima, Japón, en 2011, no han supuesto el fin de la energía nuclear.

De hecho, Francia sigue generando su electricidad esencialmente en centrales nucleares, y los países del Grupo de Visegrado (Eslovaquia, Hungría, Polonia y República Checa) están apostando por la energía eléctrica de origen nuclear, en contraste con la política antinuclear de Alemania o Bélgica.

La pobreza energética

La pobreza energética tiene diferentes caras. Por un lado, en las zonas más pobres del planeta está el problema de no poder disponer de energía por la falta de infraestructuras básicas.

En países como Burundi, El Chad o Malawi, donde la cobertura del tendido eléctrico en las zonas rurales es muy limitada, el 90% de la población no tiene acceso a la electricidad. A nivel mundial, en 30 países más del 50% de la población no tiene acceso a la electricidad. En estos casos, las políticas públicas deben ir encaminadas básicamente a la ampliación de las infraestructuras básicas.

Pero, por otro lado, en los países desarrollados la pobreza energética también es un problema creciente. El gasto que supone la factura eléctrica para las familias en riesgo de exclusión social hace inviable que puedan tener sus hogares en las condiciones energéticas adecuadas.

En este caso las políticas públicas han de definir acciones como limitar el monto de la factura en función de la renta o mejorar las condiciones del hogar para evitar ineficiencias energéticas.

Algunas de las medidas de apoyo social tomadas a raíz de la crisis de la covid-19 han ido en esta línea.

Un futuro eficiente y sostenible

En el futuro, los patrones de producción, distribución y consumo serán cada vez más sostenibles. Todo apunta a ello, pese a los grandes retos que hay que enfrentar aún y los desiguales ritmos de cambio entre los países.

Propuestas como el Pacto Verde Europeo suponen un gran avance. El camino hacia la sostenibilidad y la eficiencia energética no estará libre de obstáculos. Esperemos estar a la altura de los desafíos.

(*) Dpto. Estructura Económica y Economía del Desarrollo. Coordinadora del Grupo de Estudio de las Transformaciones de la Economía Mundial (GETEM), Universidad Autónoma de Madrid.

Este artículo tiene su origen en un capítulo del libro: Las transformaciones de la economía mundial (Ángeles Sánchez Díez, coord., 2021, Grupo de Estudio de Transformaciones de la Economía Mundial-UAM, Madrid).

 

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