Hay quienes auguran que en la economía global se viene un boom post-pandemia (puede ser, cierta lógica nos dice que los encierros prolongados promueven el desenfreno consumista).
¿Y por casa cómo andamos? Argentina es un desastre. Tenemos el peor gobierno de la historia. Pero bueno, siempre que llovió paró. El mejicano Slim pide paciencia. Nos recuerda que Argentina se endeudó en demasía pero está convencido que va a salir. Puede ser. No es solo optimismo. Como dijo en Madrid en 1992 el eminente politólogo brasileño Helio Jaguaribe (y un ex presidente plagió para provocar una sorna extendida) “Argentina está condenada al éxito”.
Pero para que eso ocurra tienen que pasar muchas cosas afuera. Sobre todo en China y EE.UU, que se viven peleando. ¿Por qué? Aquí hablaremos de ambos, porque las explicaciones a mano no aclaran las razones del contencioso ni ayudan a imaginar cómo puede continuar o si podemos ser afectados en más o en menos por el enfrentamiento.
La evolución de la cuestión china es tan sorprendente que da lugar a las más variadas interpretaciones. Se trata de un país que hace 50 años se debatía en la miseria y hoy le disputa el liderazgo mundial nada menos que a EEUU. Según los medios y la academia, el mundo ha entrado en una nueva bipolaridad, una especie de guerra fría tal vez más light que la anterior, pero guerra al fin.
La novedad, que desconcierta, aconseja parar la pelota y tomar distancia para ver los cambios que se están produciendo en el tablero mundial. En una palabra, o en un ajustado resumen -que no excluye para quien le desee una exhaustiva investigación sobre cada una de las facetas de este nuevo diamante conceptual – ¿cómo se explica el emergente fenómeno chino? ¿Realmente está en condiciones de competir con EE.UU?
En el pasado China fue una potencia. Es el país de donde surgieron conocidos inventos como la pólvora, el papel y la seda. Esta última prestó su nombre para la denominación del largo camino que conectó durante siglos el Oriente con Occidente, la llamada Ruta de la Seda. Luego, como ocurre siempre, sucedió la decadencia; las potencias coloniales ocuparon de su territorio. El episodio más resonante en el siglo XIX fue la Guerra del Opio protagonizada por el imperio británico.
Desde esos años el país fue asolado por contiendas civiles intestinas. Hay una novela imperdible, La Condición Humana del político y escritor francés André Malraux, que describe esos escenarios caóticos de la primera parte del siglo XX. En los años treinta se produce la ocupación japonesa en la que se cometieron atrocidades inenarrables.
La gestión maoísta
En 1949 tiene lugar la fundación de la República Popular. El inicio de la gestión maoísta, como toda revolución, generó expectativas en gran parte de la población, cansada de tanta anomia. Lamentablemente, muy pronto se puso de manifiesto el aventurerismo de esa gestión. Hay dos hechos que lo certifican: el Gran Salto Adelante, a fines de los cincuenta, y la Gran Revolución Cultural Proletaria, en los sesenta.
La primera iniciativa consistió en el intento de transformar la tradicional economía agraria china a través de una rápida industrialización y colectivización movilizando toda la población del país. Se llegó al absurdo intento de producir acero con rudimentarios cubilotes al nivel de cada aldea.
El resultado fue el colapso de todo el incipiente sistema productivo que se iba construyendo trabajosamente con el aporte de la ex URSS. Se estima que la malhadada temeridad provocó 30 millones de víctimas por lo que es conocida también como la “gran hambruna china”.
En cambio, la pretendida revolución cultural, iniciada en 1966, afectó hondamente la vida académica y científica hasta su extinción. Tuvo gran impacto en el imaginario colectivo y dio lugar a una implacable persecución de la intelectualidad con la intención de imponer el ideario de Mao contenido en el famoso “libro rojo”. Las estimaciones de la cantidad de muertos de esta segunda y correlativa aventura llegan a 20 millones.
Por esos años comienza otra historia, en este caso en Occidente, principalmente en EE.UU. Es fundamental referirla porque sus implicancias más profundas explican el destape que tendría lugar en China al poco tiempo. La llegada a la luna, aparte de un logro en C&T impresionante, obró de metáfora del cambio que se estaba produciendo en el capitalismo. Ese cambio se materializa en un hecho inédito e insólito: la Revolución C&T hace posible que la producción posible de bienes y servicios a nivel planetario esté por encima de cualquier demanda potencial. En 1977, precisamente, se elaboran proteínas suficientes para alimentar a toda la humanidad. Dos hechos de una enorme significación no solo fáctica sino simbólica.
Henry Kissinger fungió de gran titiritero en la emergencia. Sin duda, HK, el más eficaz negociador que ha dado la historia política, obró de factótum de acortamientos decisivos. Desde 1969 a 1977, durante las administraciones de Nixon y Ford, fue Consejero de Seguridad Nacional y Secretario de Estado. Tuvo un rol protagónico en la firma del Tratado SALT con la ex URSS para la limitación de armas estratégicas. Le fue concedido el Premio Nobel de la Paz por sacar a EEUU del atolladero de Vietnam. Promovió y respaldo las dictaduras del cono sur de América –incluida la de Videla- por medio del siniestro Plan Cóndor y asistió atentamente al Mundial 78desde la platea.
Fue miembro activo del Grupo Bilderberg (promovido en 1954 por el príncipe Bernardo de Holanda, abuelo político de la reina Máxima) y fundador, con David Rockefeller, de la Comisión Trilateral, ambos grupos de elite donde se pergeñaron en el más alto nivel de decisión las políticas globales de ese momento. Y aquí viene el episodio chino.
Está plenamente documentado el interés de la dirigencia capitalista de los países desarrollados en abrir el mercado chino y todo el Lejano Oriente para aprovechar las ventajas que suponía entonces una población superior a los 1000 millones. HK promovió la sorpresiva reunión de Richard Nixon con Mao Tse-Tung (ahora Mao Zedong) y Chou En-lai (Zhou Enlai), que tuvo lugar en Pekín (Beijing) en 1972. Fue su capolavoro.
Para enmascarar el verdadero objetivo el encuentro fue presentado como una pretendida entente antisoviética (ahora se ve, más allá de una retórica inflamada y algunos chisporroteos de frontera, que la relación sino-soviética nunca se vio interrumpida); en realidad, el inesperado evento sino-norteamericano al máximo nivel estaba preparando el escenario para la desaparición de la gerontocracia comunista -ocurrida en 1976 con la muerte de Mao y Chou- para el ascenso de Deng Xiaoping, un dirigente también del PCCh pero renovador, que permanecía en segundo plano a la espera de su oportunidad.
Apertura y modernización
A partir de 1979 Deng no perdió el tiempo. Luego de un publicitado viaje a EEUU, dio comienzo a la primera modernización y apertura de un país del sistema socialista que, en todos los casos, eran comandados por partidos comunistas. En EEUU y los países de Europa occidental, se comenzó con la trasposición masiva de infraestructura productiva de media y baja tecnología y mano de obra intensiva. En sus lugares de origen, las industrias relocalizadas debían ceder terreno ante al ímpetu arrollador de las nuevas opciones productivas derivadas de la RC&T como era el caso de la ola del Silicon Valley en EEUU.
Las razones de tamaña movida eran de peso. Aparte del tamaño de su mercado, China ofrecía el uso extensivo de mano de obra barato y, sobre todo, la garantía de un régimen autoritario que le reportaba paz social para cualquier proyecto de radicación industrial.
Nada de sindicatos ni otras instancias de defensa de los derechos de los trabajadores. Pocos años después, en la plaza de Tiananmén, se demostró que no había margen para las protestas.
Miles de empresas de ramas enteras de la producción (juguetes, herramientas, vestimenta, etc.) se fueron instalando en territorio chino con el aporte de maquinarias, tecnologías y personal calificado desde sus lugares de origen. La propiedad fue mantenida bajo diversas formas contractuales. Comenzó así la operación logística más grande y exitosa de la historia.
Hay dos aspectos de la operación a dilucidar para entender los fundamentos de la misma y, sobre todo, la evolución lógica de las implicancias geoestratégicas. Ellos son: la composición del negocio y la parafernalia tecno científica utilizada.
Obviamente, ningún empresario se iría a tomar el trabajo de trasladarse a China si ello no le reportara un beneficio razonable. Hay un ejemplo conocido que es demostrativo: el de la muñeca Barbie. El juguete se vende en EE.UU a U$S 10 mientras que su valor, puesta en el puerto chino, es de 1 U$S contando tela y mano de obra. Los U$S 9 de diferencia se reparten entre el traslado a cargo de las traders (se quedan con la parte del león), el costo mayorista y la ganancia del comerciante, todos beneficios off shore China. Este es un caso de una producción de baja tecnología. En la producción de las más de 10.000 grandes empresas de capital extranjero (las formas de propiedad son diversas y se van modificando periódicamente), la construcción del precio de los bienes y servicios podrá variar pero sin transgredir los fundamentos de los acuerdo de participación iniciales.
En la actualidad es tan grande la producción y el comercio chino que ha llegado a ser la segunda economía detrás de EEUU. Nótese que éste, a pesar de transferirle ramas enteras de la industria, conserva su posición de primera economía. El secreto no es otro que la innovación, el agregado de valor tecnológico y productivo a bienes y servicios que normalmente no están en las góndolas.
Este proceso de traslación de facilidades industriales ha sido permanente en los últimos 40 años. Ahora, algo está cambiando como se ve en crisis de Huawei con la 5G que ha llevado a que el gigante chino de la venta de dispositivos electrónicos pasara de tercero a quinto puesto en el nivel de ventas… porque los EEUU le cortaron el chorro en la provisión de chips de última generación. ¿La guerra comercial es entre iguales? ¿Se puede modificar con el tiempo esta situación de dependencia estratégica?
Alcanzar la masa crítica
China carece de una posición de autonomía en investigación y desarrollo (I+D). La explicación es simple. Un sistema de I+D relevante no se puede armar desde cero ni de la noche a la mañana. No olvidemos que el sistema académico y científico chino fue totalmente destruido por las aventuras maoístas de los años cincuenta y sesenta.
Cuando comienza el traslado masivo de factores de producción, se lo hace con tecnología embarcada, y toda la capacidad de técnicos y científicos chinos (sin duda muy importante) se habrá utilizado y se lo seguirá haciendo para levantar las infraestructuras edilicias y productivas haciendo las adaptaciones necesarias de tecnologías elaboradas en Occidente.
Un trabajo ciclópeo pero que de ninguna manera implica alcanzar masa crítica para emprender un camino independiente en materia tecnológica si el gigante oriental se lo hubiera propuesto. China tiene entre medio y un millón de estudiantes en EEUU en universidades de élite donde los cazatalentos no se dan respiro.
Obviamente, los mejores se quedan en sus laboratorios y empresas; los que regresan a China lo hacen como participantes de programas de investigación ya en curso. Todo lo anterior es concebido desde la base de una supuesta confrontación que está en el imaginario de quienes pretenden ver lo nuevo con el espejo retrovisor. La relación entre China y EEUU, considerando el máximo nivel de gobernabilidad, es de absoluta complementariedad ahora y más en el futuro. Y entonces, ¿por qué se pelean?
Las explicaciones y puntos de vistas con que voy a jugar en este acápite transitan el terreno de lo hipotético. Me referiré a cosas que todavía no han pasado o apenas se las puede vislumbrar por débiles indicios.
Por cierto, carecemos de un marco teórico que las pueda adelantar. No queda otra que esperar a que el futuro se haga presente para ver si las afirmaciones y conjetura tienen asidero o son simples especulaciones descartables.
En primer lugar, la cuestión del poder para entender la relación sino-norteamericana se debe mirar no solo desde la confrontación sino también desde la complementariedad.
El poder es cuántico. Haciendo un símil con el átomo, sus influjos se desenvuelven por andariveles paralelos, que se influencian pero no se tocan. Hay un núcleo de poder consensuado que es el G20. En las 15 presidencias que vienen funcionando ininterrumpidamente desde 2008, no hay un sí ni un no. Todo es por consenso, y las conclusiones que influencian forzosamente todo el andamiaje del poder global, pueden ser consultadas en la pantalla del tablet con solo un clic. Esos influjos están contenidos en declaraciones aprobadas, firmadas y publicadas por los presidentes de los países que aportan el 85% del PBI del planeta. Sin embargo, este aspecto decisivo de la gobernabilidad global no forma parte de la realidad.
La realidad es un constructo y los constructores son los hombres a través de los medios. Toda (absolutamente toda) la información usualmente hoy provista se refiere a lo que configura el andarivel de las relaciones internacionales; es decir, el segundo nivel de la gobernabilidad. Ahí los países pueden guerrear (por supuesto sin que la sangre llegue al rio porque el nivel superior determina que no llegue) y, hacia abajo, hay lugar para el conjunto de relaciones en sucesivos niveles de confrontación/complementariedad que gobiernan las sociedades hasta los hechos corrientes de los individuos y las familias.
Todo depende del orbital que se considere, como en el átomo, más o menos alejados del núcleo.
El otro aspecto a considerar -de enorme importancia y atractivo epistemológico- es el de la globalización y sus momentos. Estoy persuadido de que hemos ingresado en la fase superior de la globalización. El proceso incipiente se desarrollará alrededor de tres variables; la pobreza, la conectividad de la infraestructura global y diversos cambios institucionales derivados de la crisis irreversible de los estado-naciones y el desgaste de la configuración multilateralista.
Como fase intermedia, instrumental, el mundo se está asumiendo en macrorregiones; la más novedosa tiene que ver con el Lejano Oriente. Hace muy poco se ha formado la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) que China integra en un pie de igualdad con todos sus vecinos.
No pocos analistas le asignan a China una posición dominante en la región a partir del hecho de que en ese país radica la mayor infraestructura industrial del mundo. En realidad en ninguna biblioteca está escrito que una posición de primacía en la producción y el comercio, se traduzca automáticamente en una hegemonía geopolítica.
Históricamente China no ha tenido relaciones fluidas con sus vecinos (salvo Pakistán y Corea del Norte que es un vasallo). En esa situación no es correcto imaginar algún tipo de supremacía presente o futura de primus inter pares. Tampoco son concebibles otros conflictos de mayor alcance. Hace unos meses, una escaramuza en el Tíbet entre la India y China del tipo de la que en 1962 llevó a una guerra sangrienta, fue zanjada esa misma mañana con una oportuna conversación telefónica entre ambos cancilleres.
Por razones obvias a China se le ha asignado o se ha impuesto un rol específico en esta fase de la globalización, no solo en su macrorregión sino en todo el mundo (aunque menor en AL); en particular, con el concurso del proyecto global más importante de la actualidad: La Ruta de la Seda. China ha adquirido una enorme experiencia en la construcción de infraestructura de conectividad alumbrando una retícula asombrosa en su difícil territorio, desértico y montañoso, plagado de dificultades de acceso. Además, dispone de reservas suficientes y una ambición indisimulable de recuperar el rol simbólico de gran potencia que le cupo en el pasado. Más allá de cualquier especulación, China está ocupando en la consideración global una posición de privilegio plenamente merecida por ser la experiencia en materia de cooperación para el desarrollo más exitosa y sorprendente que ha emprendido el capitalismo.
Lo que queda afuera
El comercio global es un sistema de enorme complejidad, en constante evolución y cambio, del que en realidad se conoce solo una parte menor de su vasto universo. Las posiciones arancelarias, el indicador más fiable para representar la magnitud del intercambio, se refieren solo a los bienes y servicios físicos terminados que normalmente atraviesan aduanas.
De ese esquema simplificado, hasta ahora, queda afuera todo lo referido a las cadenas globales de valor y el comercio electrónico. Como ejemplo demostrativo de esta situación de precariedad, está la intención del G20 de tener, recién para 2030, un sistema de algoritmos que permitan una tributación equitativa de las partes que componen los productos terminados, sin que sean solo los países donde están las ensambladoras los que se queden con la frutilla del postre.
En síntesis, la tributación de la producción de bienes y servicios terminados no llega a un cuarto de lo que podría. Es la parte del comercio global que está afectado por la “guerra comercial”; el resto permanece en el anonimato y por ahora no se toca.
Hay otro aspecto de la cuestión que no siempre se considera. La figura “guerra comercial EE.UU vs. China” en la práctica no tiene en cuenta que en China hay decenas de miles de empresas de capital norteamericano y de otros países capitalistas, bajo diversas modalidades de propiedad.
Algunas de esas empresas y otras inversiones, como está ocurriendo sin cesar desde Obama, están reasignando sus cuotas de mercado sin necesidad de repatriar sus instalaciones. La mayoría quedará apostando a la previsible ampliación del mercado que traerá aparejada la constitución del RCEP y otras políticas como las medidas tendientes a la disminución en China del ahorro interno cautivo.
Al recuperar cuotas de mercados, capitales y capacidad productiva, la economía norteamericana tiene la oportunidad de obrar no solo en su beneficio sino de abrir otras opciones. La sorpresiva movida, según las prácticas establecidas, caracterizada por el hecho de que por primera vez un representante de EE.UU accediera a la presidencia del BID –el funcionario de origen cubano Mauricio Claver Carone- sumado a programas como “América Crece” (pensado como un Plan Marshall para competir con La Ruta de la Seda en la región), llevan a posar la vista en el hemisferio americano.
También hay que considerar la política de repliegue con respecto a Europa y Asia emprendida por Trump y que, hasta donde se ve, Biden no va a modificar en lo sustancial más allá de las expectativas creadas al respecto y de algunas medidas de relativa importancia que formaban parte de las promesas de campaña (Acuerdo de París, OMS, inmigración).
China seguirá impulsando la Ruta de la Seda, un megaproyecto que no contiene un ápice de nada que no sea la ambición de expandir su comercio. Y para sinergizar su intención es necesario modificar a nivel planetario las limitaciones de las configuraciones radiocéntricas de la comunicación física, heredadas de las etapas colonial e imperialista, por otras de sentido reticular donde los intercambios se dan en todas las direcciones y sentidos sin la obligación de pasar por las metrópolis para depositar el óbolo. Al respecto, nada más ilustrativo que la configuración china en materia de ferrocarriles construida en los últimos años, comparada con lo que se hizo en nuestro país con motivo del modelo agroexportador.
En un caso es una retícula perfecta, donde la trama y la urdimbre privilegian la amplia vinculación entre todos los puntos de la geografía. En nuestro país, todos los recorridos terminaban en el puerto de Buenos Aires. La diferencia de configuración afecta el equilibrio territorial que es, desde la dinámica de los sistemas, la principal variable en condicionar el desarrollo integral de un país o una región.
Cualquiera sea la evolución de los conflictos aludidos, se abre una expectativa para los países latinoamericanos cuyos cambios fundamentales (buenos y malos) siempre han sido disparados por una combinación asimétrica de factores exógenos y endógenos.