UE: dura con Turquía, pero tolerante con países balcánicos

De aquí al 14 de diciembre, se juega la suerte del ingreso otomano, en manos del “lobby chipriota”. Por el contrario, la Comisión europea exhibe notable tolerancia hacia Bulgaria y Rumania, mientras Croacia y Macedonia esperan.

8 noviembre, 2006

El finés Olli Rehn, comisario para la ampliación de la Unión Europea, hizo aprobar un documento muy severo hacia Turquía. Se señala que Angora no ha cumplido en materia de derechos civiles, reconocimiento de masacres (armenios, kurdos) y el caso chipriota.

En un gesto contemporizador, quedó en blanco la página 53, que debía impulsar o suspender tratativas. Ahora, eso recién lo resolverá el plenario del Consejo europeo (los veinticinco jefes de estado o gobierno), a mediados del mes próximo. El presidente del cuerpo, José Manoel Durão Barroso, encabeza la postura blanda, acompañado de Peter Mandelson (Gran Bretaña), Franco Frattini (Italia) y la sueca Margot Wallström, entre otros.

La posición opuesta está dirigida por el griego Stavros Dimás y su operador chipriota (Markos Kyprianú). Pero cuenta con dos apoyos decisivos, el francés Jacques Barrot y la holandesa Neelie Kroes. A ellos se suma la austríaca Benita Ferrero. Pero Alemania es una incógnita: el socialdemócrata Frank Steinmeier (ministro alemán de relaciones exteriores) apoya a los turcos. En tanto Edmund Stoiber –derecha católica bávara- se les opone. A su vez, la canciller Angela Merkel trata de zanjar asperezas.

Abrir un nuevo paréntesis les da tiempo a mediadores oficiosos. Por ejemplo, José Luis Rodríguez Zapatero, que viaja el viernes a Angora para reunirse con el primer ministro Recep Tayyip Erdögän (cada día menos entusiasmado por estar en la UE). Respaldan la gestión española Gran Bretaña, Italia, Bélgica, Suecia y Portugal. Pero también opera un rente informal contra Turquía, encabezado por Polonia. Sólo que la inminente visita papal a Constantinopla y Éfeso ha apartado al Vaticano de ese grupo.

Distintos son los casos de Rumania y Bulgaria. Dejando de lado la corrupción sistémica y el subdesarrollo relativo de ambos, Bruselas ha resuelto incorporarlos desde enero próximo, si bien sujetos a supervisión continua. En realidad, como apuntan varios medios occidentales, la prisa refleja una inquietud: que, si Turquía no ingresa, pase a integrar un “eje del mar Negro” con Ucrania, Rusia y Adzerbaidyán. Al respecto, hay un detalle interesante: Rumania no ve bien la entrada otomana, pero Bulgaria la apoya (tiene una minoría turca de 20% en Rumelia oriental).

Pero las cosas son más complicadas. Por una parte, al Vaticano y Polonia los preocupa el ingreso de casi 50 millones de católicos orientales a la UE (rumanos, búlgaros). Por la otra, Grecia opera contra el ingreso de Macedonia, el fragmento más meridional de la ex Yugoslavia, pues desde hace años reclama ese nombre en exclusividad para su provincia nororiental. Históricamente, el reino homónimo abarcaba ambas Macedonias, pero la independiente dejó de albergar griegos desde el siglo X. Croacia, otra aspirante balcánica, recién podría ingresar en 2009.

El finés Olli Rehn, comisario para la ampliación de la Unión Europea, hizo aprobar un documento muy severo hacia Turquía. Se señala que Angora no ha cumplido en materia de derechos civiles, reconocimiento de masacres (armenios, kurdos) y el caso chipriota.

En un gesto contemporizador, quedó en blanco la página 53, que debía impulsar o suspender tratativas. Ahora, eso recién lo resolverá el plenario del Consejo europeo (los veinticinco jefes de estado o gobierno), a mediados del mes próximo. El presidente del cuerpo, José Manoel Durão Barroso, encabeza la postura blanda, acompañado de Peter Mandelson (Gran Bretaña), Franco Frattini (Italia) y la sueca Margot Wallström, entre otros.

La posición opuesta está dirigida por el griego Stavros Dimás y su operador chipriota (Markos Kyprianú). Pero cuenta con dos apoyos decisivos, el francés Jacques Barrot y la holandesa Neelie Kroes. A ellos se suma la austríaca Benita Ferrero. Pero Alemania es una incógnita: el socialdemócrata Frank Steinmeier (ministro alemán de relaciones exteriores) apoya a los turcos. En tanto Edmund Stoiber –derecha católica bávara- se les opone. A su vez, la canciller Angela Merkel trata de zanjar asperezas.

Abrir un nuevo paréntesis les da tiempo a mediadores oficiosos. Por ejemplo, José Luis Rodríguez Zapatero, que viaja el viernes a Angora para reunirse con el primer ministro Recep Tayyip Erdögän (cada día menos entusiasmado por estar en la UE). Respaldan la gestión española Gran Bretaña, Italia, Bélgica, Suecia y Portugal. Pero también opera un rente informal contra Turquía, encabezado por Polonia. Sólo que la inminente visita papal a Constantinopla y Éfeso ha apartado al Vaticano de ese grupo.

Distintos son los casos de Rumania y Bulgaria. Dejando de lado la corrupción sistémica y el subdesarrollo relativo de ambos, Bruselas ha resuelto incorporarlos desde enero próximo, si bien sujetos a supervisión continua. En realidad, como apuntan varios medios occidentales, la prisa refleja una inquietud: que, si Turquía no ingresa, pase a integrar un “eje del mar Negro” con Ucrania, Rusia y Adzerbaidyán. Al respecto, hay un detalle interesante: Rumania no ve bien la entrada otomana, pero Bulgaria la apoya (tiene una minoría turca de 20% en Rumelia oriental).

Pero las cosas son más complicadas. Por una parte, al Vaticano y Polonia los preocupa el ingreso de casi 50 millones de católicos orientales a la UE (rumanos, búlgaros). Por la otra, Grecia opera contra el ingreso de Macedonia, el fragmento más meridional de la ex Yugoslavia, pues desde hace años reclama ese nombre en exclusividad para su provincia nororiental. Históricamente, el reino homónimo abarcaba ambas Macedonias, pero la independiente dejó de albergar griegos desde el siglo X. Croacia, otra aspirante balcánica, recién podría ingresar en 2009.

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