En los años 90, el economista estadounidense Lester Thurow escribió: “el capitalismo es una maravillosa maquinaria de producción, pero es difícil conseguir que arranque”. El coronavirus ha detenido la maquinaria y la gran pregunta que sobrevuela en el planeta es cómo hacer que vuelva a arrancar, y cómo funcionará.
Lógicamente, hay muchas incógnitas, y mucho escepticismo sobre las predicciones de los gurúes que dicen ya saber cómo va a ser el futuro. Es bastante probable que después de la pandemia, en el mundo de la economía algunas tendencias previamente existentes se aceleren, como el trabajo a distancia, la utilización de la robótica o los intercambios de bienes y/o servicios online.
Pero no sabemos si la pandemia será un mero catalizador de procesos o un verdadero parteaguas en la historia del capitalismo.
En los últimos trescientos años, la expansión del capitalismo estuvo íntimamente ligada a la idea de la libertad individual. En efecto, en Occidente la multiplicación de la riqueza y los avances en las condiciones de la vida de las personas se combinaron con los avances de la secularización, de la autodeterminación y de la democracia como forma de gobierno.
Desde el punto de vista conceptual, la base antropológica es la misma: las personas individuales tienen (y deben tener) la libertad y la autonomía legal suficientes como para determinar lo que quieren hacer de sus vidas: a qué actividad dedicarse, a quién comprar, a quién vender, a qué precio, en qué dios creer, qué costumbres tener y qué gobernantes elegir. Así, en el “orden liberal”, la libertad individual es la base central de la economía, el pensamiento, el derecho, y la política.
Por supuesto que estas nociones básicas han tenido críticas, rivales y modificaciones de todo tipo, desde el socialismo real hasta el capitalismo organizado corporativamente. Pero el siglo XX brindó un esplendor inédito al desarrollo humano porque el capitalismo fue acompañado por la democracia, que morigeró sus efectos de concentración económica ampliando el Estado de Derecho y consolidando el Estado de Bienestar.
La globalización y el fin de la Guerra Fría trajeron más optimismo, comercio y eficiencia, pero hicieron trastabillar algunos de esos equilibrios facilitando el auge del capitalismo financiero y especulativo, más aislado de las condiciones de vida y sociales de las personas.
El ascenso de China
Paralelamente, el impactante ascenso de China en los últimos veinte o treinta años parece confirmar los viejos sueños (o demonios) del espíritu capitalista: sin democracia, libertad ni derechos, el capitalismo se expande a ritmo vertiginoso.
Por primera vez en muchas décadas, queda confirmado que el orden liberal no es la única receta de la producción de la riqueza, ni de su redistribución. Hasta en Estados Unidos, meca y guardián del orden liberal, nacen los populismos críticos de las puertas abiertas que brindan tanto la globalización como la democracia.
¿Qué pasará entonces en América latina, y especialmente en Argentina, donde el orden liberal fue siempre incompleto, y aun así seriamente cuestionado? ¿Se darán las condiciones para que la maravillosa maquinaria pueda arrancar? Aquí el capitalismo ha funcionado siempre de manera defectuosa, y ha consumido combustibles tóxicos: hasta 1983, la democracia significaba una amenaza para el empresariado.
Después de la democratización, su reputación estuvo demasiado ligada a la captura de beneficios particulares, la evasión, el rentismo, la creación de nichos regulados, cuando no directamente la corrupción de las autoridades. Es cierto que todo eso también ha sido una adecuación a los altos riesgos de la realidad argentina durante décadas, pero el resultado social de nuestra articulación entre capitalismo y democracia es el abismo que tenemos a la vista.
En la Argentina, la política no solo tiene pocos recursos de todo tipo sino que, quizás por eso mismo, quedó atrapada en un juego no cooperativo sin salida a la vista.
Necesitamos miradas más amplias, diagnósticos más precisos y cooperación proveniente de la sociedad civil para, al menos, preservar nuestro precario orden liberal y administrar los impulsos que buscarán limitarlo.
(*) Politólogo, presidente de la Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP)