Realmente, no hay futuro para la Europa de los 25

“La oposición al pacto constitucional de la Unión Europea crece. Aunque subsista leve mayoría favorable en los partido políticos principales, su margen va tornándose incómodamente estrecho. Y la Eurozona tiene problemas propios.”

12 octubre, 2004

Así teme el analista alemán Wolfgag Münchau, reconocido especialista en geopolítica continental. “Según reciente encuesta de ‘Le monde’ –señala-, el socialismo francés, tradicionalmente uno de los partidos más europeístas, está dividido exactamente en dos mitades ante la constitución propuesta”. En ese país, queda un pequeño margen favorable, que se da vuelta en partidos muy a la derecha o a la izquierda.

También existen dudas sobre partidos y votantes holandeses. Esto preocupa porque los Países Bajos y Francia deberán resolver en referendos. “A decir verdad, las posibilidades de que ratifiquen el complejo texto constitucional los veinticinco socios no son muchas”.

Legalmente, el tratado recién tendrá vigencia una vez ratificado por todos. Pero, como lo ve el experto, “pesarán en alto grado quiénes rechacen el pacto. Un ‘no’ en Gran Bretaña, por ejemplo, planteará mas problemas en cuanto a la integración británica que al tratado en sí. Por el contrario, un rechazo en Malta o Chipre generará suspiros de alivio: la primera ni siquiera es un país, la segunda es una isla dividida entre enemigos”.

Pero si un socio inicial de la propia Unión Europea vota en contra ¿qué pasará? Cosas muy graves, pues un rechazo Francia, Gran Bretaña u Holanda hundiría a los 25 y comprometería a los 15.

Los motivos no remitirían a privilegios históricos, sino al carácter fundacional de esos tres más Alemania, Bélgica, Luxemburgo e Italia. Esta misma constelación no carece de inconsistencias. Una, que el “Benelux” sigue separado en tres. Otra, que Gran Bretaña no está ni quiere estar en la Eurozona, es decir la moneda común y el Banco Central Europeo.

Ante la virtual certeza del “no” en Francia, Gran Bretaña y Holanda, Münchau se pregunta si “existe un plan B”. No. “No lo hay, al menos oficialmente. De hecho, la Comisión Europea ni siquiera tuvo un plan A coherente”. Ahora, con una nueva conducción y comisionados de mucha menor calidad que los salientes, el futuro queda en manos de “dirigentes de Francia, Alemania e Italia no caracterizados por su gran interés o su talento en asuntos europeos”.

Por supuesto, “en caso de crisis Gerhard Schröder y Jacques Chirac formularán una estrategia común. Pero eso no será fácil para Italia, Holanda ni Gran Bretaña”.

De un modo u otro ¿cómo será ese plan B? ¿un pacto menos cerrado, con mayor grado de autonomía y derechos de veto en escala nacional? “De ninguna manera. Si Francia vota en contra, la constitución no tendrá posibilidades de establecer políticas socioeconómicas comunes a toda la UE”.

Por otra parte, “un no galo estimularía la integración sin París, pero en mayor grado. El problema –advierte el analista- es que esa situación dista de ser segura. Además. Aun si eso sucediera, no habría posibilidades seria de que semejante plan B fuese aceptado o ratificado por los 24 socios restantes. Por el contrario, partiría la UE en un grupo integracionista y uno separatista”.

Exactamente como hace casi cuarenta años, cuando Gran Bretaña se llevó consigo el bloque nórdico apartándose de la entonces Comunidad Económica. No es casual que Londres haya hecho lo mismo con el tratado de Maastricht (1994), rechazando el euro. Tampoco que hayan acompañado países del “lejano norte”: Dinamarca, Suecia –ambas en la UE-, Noruega e Islandia (nunca estuvieron).

“La opción –presume Münchau- es que siga faltando el plan B, como había faltado el A. En ese caso, el tratado de Niza seguiría tan válido como el difunto sistema de votación que ya ha paralizado la toma de decisiones en la UE. También esa eventualidad llevaría a una secesión”.

Desde una perspectiva estratégica, es difícil ver cómo se evitará la división. “El problema real, cuidadosamente eludido en los debates oficiales, es el euro, hasta ahora el mayor factor de integración subcontinental. Pero los países que no integran la Eurozona tienen otras prioridades y algunos de los que participan no están a su altura (Grecia, Portugal)”.

Baste observar el debate en torno de la compatibilización tributaria. La mayoría dentro de la Eurozona está en favor y sus opositores son externos. Gran Bretaña lidera el segundo grupo, pero lo componen varias economías atrasadas del este.

En otros tiempos, “ampliar la UE equivalía a integrarla en mayor grado, porque todos compartían en general el mismo nivel económico y político. Aun en casos como España, que necesitó y necesita subsidios… mientras sus banqueros gastan dinero comprando entidades fuera de la Eurozona”.

Esa compatibilidad no existe en la UE de los 25 y existirá menos si se incorporan más países balcánicos y, en particular, Turquía. Gran Bretaña, Suecia y Dinamarca tal vez nunca adhieran al euro y los nuevos socios no tienen muchos motivos para hacerlo. “Noruega, Islandia y Suiza se han quedado al margen. En síntesis –concluye el columnista- una UE en perpetua expansión y centrifugación será cada vez más inestable”.

Así teme el analista alemán Wolfgag Münchau, reconocido especialista en geopolítica continental. “Según reciente encuesta de ‘Le monde’ –señala-, el socialismo francés, tradicionalmente uno de los partidos más europeístas, está dividido exactamente en dos mitades ante la constitución propuesta”. En ese país, queda un pequeño margen favorable, que se da vuelta en partidos muy a la derecha o a la izquierda.

También existen dudas sobre partidos y votantes holandeses. Esto preocupa porque los Países Bajos y Francia deberán resolver en referendos. “A decir verdad, las posibilidades de que ratifiquen el complejo texto constitucional los veinticinco socios no son muchas”.

Legalmente, el tratado recién tendrá vigencia una vez ratificado por todos. Pero, como lo ve el experto, “pesarán en alto grado quiénes rechacen el pacto. Un ‘no’ en Gran Bretaña, por ejemplo, planteará mas problemas en cuanto a la integración británica que al tratado en sí. Por el contrario, un rechazo en Malta o Chipre generará suspiros de alivio: la primera ni siquiera es un país, la segunda es una isla dividida entre enemigos”.

Pero si un socio inicial de la propia Unión Europea vota en contra ¿qué pasará? Cosas muy graves, pues un rechazo Francia, Gran Bretaña u Holanda hundiría a los 25 y comprometería a los 15.

Los motivos no remitirían a privilegios históricos, sino al carácter fundacional de esos tres más Alemania, Bélgica, Luxemburgo e Italia. Esta misma constelación no carece de inconsistencias. Una, que el “Benelux” sigue separado en tres. Otra, que Gran Bretaña no está ni quiere estar en la Eurozona, es decir la moneda común y el Banco Central Europeo.

Ante la virtual certeza del “no” en Francia, Gran Bretaña y Holanda, Münchau se pregunta si “existe un plan B”. No. “No lo hay, al menos oficialmente. De hecho, la Comisión Europea ni siquiera tuvo un plan A coherente”. Ahora, con una nueva conducción y comisionados de mucha menor calidad que los salientes, el futuro queda en manos de “dirigentes de Francia, Alemania e Italia no caracterizados por su gran interés o su talento en asuntos europeos”.

Por supuesto, “en caso de crisis Gerhard Schröder y Jacques Chirac formularán una estrategia común. Pero eso no será fácil para Italia, Holanda ni Gran Bretaña”.

De un modo u otro ¿cómo será ese plan B? ¿un pacto menos cerrado, con mayor grado de autonomía y derechos de veto en escala nacional? “De ninguna manera. Si Francia vota en contra, la constitución no tendrá posibilidades de establecer políticas socioeconómicas comunes a toda la UE”.

Por otra parte, “un no galo estimularía la integración sin París, pero en mayor grado. El problema –advierte el analista- es que esa situación dista de ser segura. Además. Aun si eso sucediera, no habría posibilidades seria de que semejante plan B fuese aceptado o ratificado por los 24 socios restantes. Por el contrario, partiría la UE en un grupo integracionista y uno separatista”.

Exactamente como hace casi cuarenta años, cuando Gran Bretaña se llevó consigo el bloque nórdico apartándose de la entonces Comunidad Económica. No es casual que Londres haya hecho lo mismo con el tratado de Maastricht (1994), rechazando el euro. Tampoco que hayan acompañado países del “lejano norte”: Dinamarca, Suecia –ambas en la UE-, Noruega e Islandia (nunca estuvieron).

“La opción –presume Münchau- es que siga faltando el plan B, como había faltado el A. En ese caso, el tratado de Niza seguiría tan válido como el difunto sistema de votación que ya ha paralizado la toma de decisiones en la UE. También esa eventualidad llevaría a una secesión”.

Desde una perspectiva estratégica, es difícil ver cómo se evitará la división. “El problema real, cuidadosamente eludido en los debates oficiales, es el euro, hasta ahora el mayor factor de integración subcontinental. Pero los países que no integran la Eurozona tienen otras prioridades y algunos de los que participan no están a su altura (Grecia, Portugal)”.

Baste observar el debate en torno de la compatibilización tributaria. La mayoría dentro de la Eurozona está en favor y sus opositores son externos. Gran Bretaña lidera el segundo grupo, pero lo componen varias economías atrasadas del este.

En otros tiempos, “ampliar la UE equivalía a integrarla en mayor grado, porque todos compartían en general el mismo nivel económico y político. Aun en casos como España, que necesitó y necesita subsidios… mientras sus banqueros gastan dinero comprando entidades fuera de la Eurozona”.

Esa compatibilidad no existe en la UE de los 25 y existirá menos si se incorporan más países balcánicos y, en particular, Turquía. Gran Bretaña, Suecia y Dinamarca tal vez nunca adhieran al euro y los nuevos socios no tienen muchos motivos para hacerlo. “Noruega, Islandia y Suiza se han quedado al margen. En síntesis –concluye el columnista- una UE en perpetua expansión y centrifugación será cada vez más inestable”.

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