Países periféricos, obsedidos por acumular reservas inútiles

Suele argüirse que las economías en desarrollo se colocan en EE.UU. porque es una excelente inversión. Pero, en verdad, hoy no es buen negocio financiar el enorme déficit norteamericano en cuenta corriente ni juntar reservas duras.

4 mayo, 2006

Por el contrario, esos países están perdiendo plata, pues la ponen en activos (bonos de Tesorería) que persisten en bajar de precio. Con el tiempo, algunos de esos gobiernos tratarán a invertir mejor y eso le restará flujo de efectivo a Estados Unidos.

Rusia es un buen ejemplo. Durante el quinquenio 2001-5, sus reservas en divisas se han octuplicado y superan los US$ 200.000 millones. Por supuesto el banco central –como otros- no revela la composición de la cartera inversora o sus rindes. Pero el proceso habitual para gestionar reservas es tan común como bien conocido.

Para acumular reservas sin promover inflación, el emisor ruso vende bonos en rublos, cuyo retorno orilla 12% anual. Acto seguido, compra dólares, libras o euros para colocarse en papeles norteamericanos, británicos o de la Eurozona (no de toda la Unión Europea). En promedio, esas inversiones rinden alrededor de 5% anual o menos. Claro, desdeñar siete puntos de margen es mucho. Con un rublo estable, el costo de mantener US$ 200.000 millones en divisas puede acercarse a 14.000 millones por año (el triple del presupuesto educativo).

El banco central ruso no es el único que hace males negocios. China ha amasado uno de los mayores montos nominales de la historia; más de US$ 800.000 millones a fines de 2005. En la otra punta, las reservas duras del bloque africano sumaban US$ 162.000 millones (y gran parte de su población “vive” con menos de un dólar diario).

Según estadísticas del Fondo Monetario Internacional, las reservas en divisas del mundo en desarrollo se han doblado en el trienio 2003-5 y suman US$ 2,9 billones. En general, esos fondos languidecen en forma de bonos estadounidenses de rinde comparativamente bajo. Al respecto, el actual auge de tasas largas recién pasó de 5% anual a fines de abril, apunta el columnista especializado Eduardo Porter.

“Es irónico que la mayoría de gente pobre resida en países con altas reservas de divisas”, reflexionaba Lawrence Summers, un ex secretario de Hacienda. “Es hora –opinaba durante un debate en Bombay- de que la arquitectura financiera internacional empiece a replantearse y emplee parte de esas enormes reservas en forma útil para la gente”. Si eso lo hubiesen dicho Néstor Kirchner, Evo Morales o Hugo Chávez, habrían sido echados del recinto por blasfemos.

Existe una lógica para estrategias tan poco redituables. El festival de bonos norteamericanos que protagoniza China integra una política cambiaria orientada a mantener el yüan barato, o sea competitivo, ante el dólar. Es un factor clave para una economía condicionada a la exportación e imita el ejemplo japonés en la materia.

Mientras tanto, para casi todo el resto de las economías subdesarrolladas esas tenencias obran sólo como reaseguro contra colapsos. Sucede que, en los últimos años, una larga lista de países los sufrieron: Méjico en 1994, el sudeste asiático en 1997, Rusia y Turquía en 1998, Brasil en 1999, Argentina en 2001/2.

Esas crisis respondían a un patrón más o menos común. Inversores y especuladores sacaban divisas del país y éste devaluaba su moneda para retener dólares. En caso de tener deudas en moneda dura, entraba en cese de pagos y las tasas de interés iban a las nubes. Todo a altísimo costo financiero, económico, político y social. Un estudio de los expertos Michael Hutchinson e Ilan Neuberger (universidad de California) postula que, en esas economías, se licuó de 13 a 15% el producto bruto interno en el curso de tres años.

Esos desastres han aterrado a buena parte del mundo en desarrollo. Mientras el polvo de asentaba sobre las ruinas de tantos “países emergentes” (concepto devaluado, si los hay), sus gobiernos han ido cambiando de criterios y ahora tratan de acumular la mayor cantidad asequible de reservas duras.

En la presente coyuntura, observa Porter, “esos países se guían por una norma instalada por Palo Guidotti, ex subsecretario argentino de Finanzas, y Alan Greenspan, ex titular de la Reserva Federal. Esta norma recomienda acumular reservas duras suficientes para cubrir vencimientos externos del ejercicio siguiente.

Pero muchos países en desarrollo han incurrido en excesos de prudencia y mantienen reservas bastante más altas que les prescriptas por la norma Guidotti-Greenspan. “Rusia, a la sazón, tiene un sobrante equivalente a 20% del PBI y el de Malasia llega a 50%”, subrayaba Summers. “Por su parte, India tiene US$ 100.000 millones de más. Si los invirtiera mejor, su PBI de US$ 785.000 millones crecería de uno a 1,5% ; o sea, entre 7.850 y 11.750 millones”. Más de cuanto gasta el gobierno central en salud.

Esas cifras debieran inquietar a las autoridades indias y de otros países. Dado que cada norteamericano gasta dólares indios, chinos o rusos, Washington debería preocuparse sobre qué hará cuando esas canillas se cierren, algo que sucederá tarde o temprano. Para las economías periféricas existen formas menos onerosos de garantía contra crisis. En vez de seguir acumulando reservas duras, sus gobiernos podrían alcanzar niveles similares de seguridad financiera limitando deudas de corto plazo en dólares (algo así están haciendo Argentina y Brasil).

Por lo demás, han pasado varios años sin colapsos nacionales y su memoria tiende a diluirse. Si esto continúa, los gobiernos del mundo en desarrollo acabarán cuestionándose el valor o la necesidad de reaseguros tan costosos, cuando hay tantas otras cosas más útiles que hacer con los dineros públicos. “La gente empezará a reevaluar objetivos de la economía real. Así –señala Daniel Rodrik, un heterodoxo en Harvard- pondrán énfasis en crecimiento y creación de empleo, dos tabúes para los mercados especulativos, en vez de obsederse en prevenir crisis financieras inmovilizando liquidez”.

Por el contrario, esos países están perdiendo plata, pues la ponen en activos (bonos de Tesorería) que persisten en bajar de precio. Con el tiempo, algunos de esos gobiernos tratarán a invertir mejor y eso le restará flujo de efectivo a Estados Unidos.

Rusia es un buen ejemplo. Durante el quinquenio 2001-5, sus reservas en divisas se han octuplicado y superan los US$ 200.000 millones. Por supuesto el banco central –como otros- no revela la composición de la cartera inversora o sus rindes. Pero el proceso habitual para gestionar reservas es tan común como bien conocido.

Para acumular reservas sin promover inflación, el emisor ruso vende bonos en rublos, cuyo retorno orilla 12% anual. Acto seguido, compra dólares, libras o euros para colocarse en papeles norteamericanos, británicos o de la Eurozona (no de toda la Unión Europea). En promedio, esas inversiones rinden alrededor de 5% anual o menos. Claro, desdeñar siete puntos de margen es mucho. Con un rublo estable, el costo de mantener US$ 200.000 millones en divisas puede acercarse a 14.000 millones por año (el triple del presupuesto educativo).

El banco central ruso no es el único que hace males negocios. China ha amasado uno de los mayores montos nominales de la historia; más de US$ 800.000 millones a fines de 2005. En la otra punta, las reservas duras del bloque africano sumaban US$ 162.000 millones (y gran parte de su población “vive” con menos de un dólar diario).

Según estadísticas del Fondo Monetario Internacional, las reservas en divisas del mundo en desarrollo se han doblado en el trienio 2003-5 y suman US$ 2,9 billones. En general, esos fondos languidecen en forma de bonos estadounidenses de rinde comparativamente bajo. Al respecto, el actual auge de tasas largas recién pasó de 5% anual a fines de abril, apunta el columnista especializado Eduardo Porter.

“Es irónico que la mayoría de gente pobre resida en países con altas reservas de divisas”, reflexionaba Lawrence Summers, un ex secretario de Hacienda. “Es hora –opinaba durante un debate en Bombay- de que la arquitectura financiera internacional empiece a replantearse y emplee parte de esas enormes reservas en forma útil para la gente”. Si eso lo hubiesen dicho Néstor Kirchner, Evo Morales o Hugo Chávez, habrían sido echados del recinto por blasfemos.

Existe una lógica para estrategias tan poco redituables. El festival de bonos norteamericanos que protagoniza China integra una política cambiaria orientada a mantener el yüan barato, o sea competitivo, ante el dólar. Es un factor clave para una economía condicionada a la exportación e imita el ejemplo japonés en la materia.

Mientras tanto, para casi todo el resto de las economías subdesarrolladas esas tenencias obran sólo como reaseguro contra colapsos. Sucede que, en los últimos años, una larga lista de países los sufrieron: Méjico en 1994, el sudeste asiático en 1997, Rusia y Turquía en 1998, Brasil en 1999, Argentina en 2001/2.

Esas crisis respondían a un patrón más o menos común. Inversores y especuladores sacaban divisas del país y éste devaluaba su moneda para retener dólares. En caso de tener deudas en moneda dura, entraba en cese de pagos y las tasas de interés iban a las nubes. Todo a altísimo costo financiero, económico, político y social. Un estudio de los expertos Michael Hutchinson e Ilan Neuberger (universidad de California) postula que, en esas economías, se licuó de 13 a 15% el producto bruto interno en el curso de tres años.

Esos desastres han aterrado a buena parte del mundo en desarrollo. Mientras el polvo de asentaba sobre las ruinas de tantos “países emergentes” (concepto devaluado, si los hay), sus gobiernos han ido cambiando de criterios y ahora tratan de acumular la mayor cantidad asequible de reservas duras.

En la presente coyuntura, observa Porter, “esos países se guían por una norma instalada por Palo Guidotti, ex subsecretario argentino de Finanzas, y Alan Greenspan, ex titular de la Reserva Federal. Esta norma recomienda acumular reservas duras suficientes para cubrir vencimientos externos del ejercicio siguiente.

Pero muchos países en desarrollo han incurrido en excesos de prudencia y mantienen reservas bastante más altas que les prescriptas por la norma Guidotti-Greenspan. “Rusia, a la sazón, tiene un sobrante equivalente a 20% del PBI y el de Malasia llega a 50%”, subrayaba Summers. “Por su parte, India tiene US$ 100.000 millones de más. Si los invirtiera mejor, su PBI de US$ 785.000 millones crecería de uno a 1,5% ; o sea, entre 7.850 y 11.750 millones”. Más de cuanto gasta el gobierno central en salud.

Esas cifras debieran inquietar a las autoridades indias y de otros países. Dado que cada norteamericano gasta dólares indios, chinos o rusos, Washington debería preocuparse sobre qué hará cuando esas canillas se cierren, algo que sucederá tarde o temprano. Para las economías periféricas existen formas menos onerosos de garantía contra crisis. En vez de seguir acumulando reservas duras, sus gobiernos podrían alcanzar niveles similares de seguridad financiera limitando deudas de corto plazo en dólares (algo así están haciendo Argentina y Brasil).

Por lo demás, han pasado varios años sin colapsos nacionales y su memoria tiende a diluirse. Si esto continúa, los gobiernos del mundo en desarrollo acabarán cuestionándose el valor o la necesidad de reaseguros tan costosos, cuando hay tantas otras cosas más útiles que hacer con los dineros públicos. “La gente empezará a reevaluar objetivos de la economía real. Así –señala Daniel Rodrik, un heterodoxo en Harvard- pondrán énfasis en crecimiento y creación de empleo, dos tabúes para los mercados especulativos, en vez de obsederse en prevenir crisis financieras inmovilizando liquidez”.

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