Míjail Jodorkovsky: Soy el Sajárov del año 2000

Desde la cárcel, el fundador y ex amo de la semidifunta Yukos promete “estar a la cabeza de la oposición en las próximas elecciones”. Pero su amigo Roman Abrámovich tiene hoy más fondos para financiar esa pelea.

20 octubre, 2005

En declaraciones a “Corriere della sera”, censuradas en la prensa rusa, mientras esperaba la sentencia de primera instancia –fue menos dura de lo temido: ocho años a la sombra, y será apelada-, Jodorkovsky se compara con Andryéi Sajárov. Pero ese legendario disidente no era oligarca ni cómplice en las escandalosas privatizaciones guiadas por Borís Yetsin.

La gayola es hoy no es miel sobre hojuelas, según prescriben costumbres que datan del “occidentalizante” Pedro I, el grande. Pero antes era mucho peor, claro. Primero, aislamiento. Después, una celda con quince reclusos más. Quizá lo más molesto era el racionamiento de papel higiénico: 25 metros mensuales, de simple hoja (a veces, su madre le contrabandeaba rollos importados de Estonia; un lujo).

Según el preso político más importante de Rusia y alrededores, “fueron otros quienes me compararon con Lyev Bronshtein”. Aludía, claro, a Trostsky. No sin cierta intencionalidad: Stalin le dejó pasear sus desvaríos por media Europa y Méjico, donde lo hizo liquidar en 1940, quizá para quedar bien con su entonces aliado, Adolf Hitler, que detestaba a los judíos más que el ex monje Jódzif Dyugashvili.

Pero ¿cómo ve la Rusia de Vladyímir Putin? “No puedo renegar de mi patria. Eso sí: el sistema creado por Putin exalta un poder vertical, autocrático, que ha desilusionado al país y al mundo. Sus políticas carecen se sentido si lo que buscan es una economía capaz de ingresar al universo postindustrial. Este Kremlin no sólo ha congelado derechos y libertades civiles, sino el desarrollo y la sociedad”.

Ahora bien, ¿cuánto puede durar Putin en esas condiciones? “En estados modernos, los regímenes autoritarios no suelen pasar de quince años, si no estallan mientras tanto crisis imprevisibles o el gobierno intenta pasar al totalitarismo liso y llano”. En lo tocante a la popularidad de Putin, reflejada en recientes elecciones, “es un rasgo típico de nuestra mentalidad, que discrimina entre el jefe y los resultados de su elenco. Las experiencias de Míjail Gorbachov y Yeltsin indican que la popularidad tiene patas cortas”.

Los vaivenes políticos de Jodorkovsky lo acercan a los demás oligarcas y al propio Putin. En 1996, hizo lo imposible para frustrar el regreso de los comunistas y promover a Yeltsin. Ahora, en cambio, sostiene que “sólo una coalición con el PC podría salvar a Rusia”. Precisamente, mientras Putin “resovietiza” la economía y la gestión federal.

Cambiando el eje del tema, el ex amo de Yukos prescribe “comicios realmente diáfanos, una oposición independiente, prensa libre y poderes de estado autónomos, no controlados desde el ejecutivo”. Eso en un país donde, durante siglos, la corona manejaba la iglesia –entre otras instituciones- a punto tal que Enrique VIII hubiese parecido papista en comparación. Pero, en esta oportunidad, Jodorkovsky opta por “una coalición socialdemócrata, que abarque el comunismo no ortodoxo”.

Al final de la entrevista, el oligarca emblemático no atina a explicar un proceso tan turbio como el de las privatizaciones postsoviéticas (ni quiere confesar a cuánto asciende su fortuna). Pero anuncia que, cuando salga de la cárcel, abandonará los negocios para dedicarse totalmente a la política. Por cierto, si no le ocurre lo que a Bronshtein.

En declaraciones a “Corriere della sera”, censuradas en la prensa rusa, mientras esperaba la sentencia de primera instancia –fue menos dura de lo temido: ocho años a la sombra, y será apelada-, Jodorkovsky se compara con Andryéi Sajárov. Pero ese legendario disidente no era oligarca ni cómplice en las escandalosas privatizaciones guiadas por Borís Yetsin.

La gayola es hoy no es miel sobre hojuelas, según prescriben costumbres que datan del “occidentalizante” Pedro I, el grande. Pero antes era mucho peor, claro. Primero, aislamiento. Después, una celda con quince reclusos más. Quizá lo más molesto era el racionamiento de papel higiénico: 25 metros mensuales, de simple hoja (a veces, su madre le contrabandeaba rollos importados de Estonia; un lujo).

Según el preso político más importante de Rusia y alrededores, “fueron otros quienes me compararon con Lyev Bronshtein”. Aludía, claro, a Trostsky. No sin cierta intencionalidad: Stalin le dejó pasear sus desvaríos por media Europa y Méjico, donde lo hizo liquidar en 1940, quizá para quedar bien con su entonces aliado, Adolf Hitler, que detestaba a los judíos más que el ex monje Jódzif Dyugashvili.

Pero ¿cómo ve la Rusia de Vladyímir Putin? “No puedo renegar de mi patria. Eso sí: el sistema creado por Putin exalta un poder vertical, autocrático, que ha desilusionado al país y al mundo. Sus políticas carecen se sentido si lo que buscan es una economía capaz de ingresar al universo postindustrial. Este Kremlin no sólo ha congelado derechos y libertades civiles, sino el desarrollo y la sociedad”.

Ahora bien, ¿cuánto puede durar Putin en esas condiciones? “En estados modernos, los regímenes autoritarios no suelen pasar de quince años, si no estallan mientras tanto crisis imprevisibles o el gobierno intenta pasar al totalitarismo liso y llano”. En lo tocante a la popularidad de Putin, reflejada en recientes elecciones, “es un rasgo típico de nuestra mentalidad, que discrimina entre el jefe y los resultados de su elenco. Las experiencias de Míjail Gorbachov y Yeltsin indican que la popularidad tiene patas cortas”.

Los vaivenes políticos de Jodorkovsky lo acercan a los demás oligarcas y al propio Putin. En 1996, hizo lo imposible para frustrar el regreso de los comunistas y promover a Yeltsin. Ahora, en cambio, sostiene que “sólo una coalición con el PC podría salvar a Rusia”. Precisamente, mientras Putin “resovietiza” la economía y la gestión federal.

Cambiando el eje del tema, el ex amo de Yukos prescribe “comicios realmente diáfanos, una oposición independiente, prensa libre y poderes de estado autónomos, no controlados desde el ejecutivo”. Eso en un país donde, durante siglos, la corona manejaba la iglesia –entre otras instituciones- a punto tal que Enrique VIII hubiese parecido papista en comparación. Pero, en esta oportunidad, Jodorkovsky opta por “una coalición socialdemócrata, que abarque el comunismo no ortodoxo”.

Al final de la entrevista, el oligarca emblemático no atina a explicar un proceso tan turbio como el de las privatizaciones postsoviéticas (ni quiere confesar a cuánto asciende su fortuna). Pero anuncia que, cuando salga de la cárcel, abandonará los negocios para dedicarse totalmente a la política. Por cierto, si no le ocurre lo que a Bronshtein.

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