En qué actividades debemos especializarnos es un interrogante estrechamente vinculado con cómo fomentar exportaciones que nutran nuestra balanza de pagos y alivien la restricción externa, según sostiene el último informe semanal de la consultora Ecolatina.
Nuestro país transitó el camino a la globalización como proveedor de materias primas agrícolas. A medida que la población se incrementaba y la demanda internacional de commodities sufría vaivenes, apareció también un incipiente tejido industrial, principalmente para proveer y emplear a los argentinos. Luego, el “granero del mundo” fue dejando espacio, desde fines de los años cuarenta, a la exportación de productos de la ganadería (carnes, lanas y cueros). Actualmente, las ventas argentinas al exterior se componen principalmente de soja, trigo, maíz y sus derivados (aceite, harina, pellets y biocombustibles), aunque también exportamos productos de la industria automotriz (pick-ups y utilitarios), algo de petróleo y, en menor medida, carne y minerales.
El estancamiento y declive de las ventas al exterior lleva más de una década, e impide crecer de manera sostenida sin sufrir la escasez de divisas (los dólares son necesarios para comprar insumos y bienes finales del exterior en dicho proceso).
Entre otros factores, este hecho indiscutible puede asociarse a los bruscos cambios de las políticas macro y microeconómicas tomadas por distintos gobiernos. Así, cuál debe ser nuestra inserción internacional es una discusión que sigue abierta, y que volvió a ponerse sobre la mesa con las recientes prohibiciones a algunas actividades, potenciales proveedoras de divisas. Entonces, ¿qué podemos vender al resto del mundo?
Una primera pregunta al respecto es si podemos prescindir de la manufactura y vivir de los recursos naturales. Sin embargo, una indagación más exhaustiva nos dice que esto no es posible: a pesar de contar con diversos climas, una importante superficie fértil para el cultivo, reservas de agua, petróleo y minerales, Argentina se ubica en el puesto 47 de riqueza natural per cápita sobre un total de 141 países, según las estimaciones del Banco Mundial.
La distancia con quienes que encabezan dicho ranking es abismal: Qatar tienen 40 veces más capital natural por habitante que nosotros, y hay otros diez países que nos cuadruplican. Esto nos brinda una idea de la magnitud de la brecha en disponibilidad de recursos.
Incluso, poseemos 71% menos riqueza natural que Chile y 56% menos que Brasil, países comparables de la región. Si en lugar del stock observamos las rentas por habitante que los países obtienen de sus recursos naturales (el flujo anual de dólares generado por los mismos), nos encontramos en el puesto número 46 de 182. Nuevamente “de mitad de tabla para arriba”, pero lejos del podio.
Al observar los primeros 20 países de cada uno de estos rankings, encontramos que son, casi en su totalidad, potencias petroleras (Kuwait, Qatar, Emiratos Árabes y Arabia Saudita, por nombrar sólo algunos). Las excepciones a esta norma exportan mineral de hierro (Australia), oro (Surinam y Guyana), cobre (Chile) y carbón (Mongolia). Adicionalmente, muchos de estos países complementan la ventaja que les da la tenencia de un recurso clave con la producción de otros, como la industria automotriz que Canadá combina con sus yacimientos petrolíferos o la producción de pescado (disparadora de la polémica en nuestro país) en Noruega y Chile, quienes exportan principalmente petróleo y cobre. Las posibilidades para Argentina de insertarse en este selecto grupo están, como vimos, limitadas.
¿Qué alternativas tenemos?
Países comparables al nuestro (no insulares de ingreso medio-alto y sin tanta disponibilidad de recursos naturales) en muchos casos exportan petróleo en grandes cantidades (Colombia, Ecuador, Brasil y Bulgaria), a pesar de no contar con un stock tan importante de este recurso.
Si bien hoy nuestra balanza comercial de gas y petróleo es neutra, las inversiones en Vaca Muerta permiten pensar que podríamos crecer en este rubro, pero no lo suficiente como para descansar en él como único proveedor de dólares para el funcionamiento de la economía. Otros de estos países explotan la disponibilidad de algún mineral.
Dejando de lado el caso de Chile, también Perú, Armenia y Bulgaria disponen de cobre; Colombia exporta carbón y oro; y Bolivia y Sudáfrica también realizan envíos de este último. Otros basan sus ventas en la industria automotriz (como México, Turquía y Rumania, entre otros), farmacéutica (Bulgaria) u otras (de calzado en Albania).
Particularmente, en nuestra región, algunos países vecinos aprovechan actividades que Argentina deja de lado: Uruguay y Paraguay son grandes exportadores de carnes, cuyas ventas hoy están limitadas parcialmente en nuestro país. Al mismo tiempo, Ecuador y Chile son grandes exportadores de pescado, la producción que dio lugar a la discusión actual, cuando algunos días atrás la Legislatura de Tierra del Fuego prohibió la cría de salmones en aguas provinciales, motivada principalmente por los costos ambientales de dicha producción.
La controversia surgió por la resignación de los beneficios económicos (producción, exportaciones y empleo) que habría traído dicha actividad. Para entender la magnitud potencial de la misma, resalta que el país trasandino recibe más dólares anuales por la exportación de salmón que nosotros por todo el complejo bovino (carnes, cueros y lácteos).
Por lo tanto, podríamos afirmar que, sin descuidar las regulaciones necesarias en materia ecológica, un país que sufre de recurrentes crisis cambiarias difícilmente pueda darse el lujo de despreciar actividades que proveen tantos dólares.
Hoy en día, la producción de alimentos y bebidas es uno de los rubros que más exportaciones brinda (principalmente, por la vía de los cultivos), pero tiene aún potencial para seguir creciendo. Algunas propuestas en este sentido serían promover la producción de pescado -de forma ecológicamente sustentable-, la carne bovina y porcina (hay un plan para casi duplicar la producción de cerdos en la próxima década) y los vinos y frutas, entre otros.
De este modo, no solo engrosaríamos el flujo de divisas, sino que también reduciríamos la volatilidad en estos ingresos asociada a los precios internacionales de los commodities. Adicionalmente, otras industrias (como la automotriz o la química) pueden potencialmente competir con sus productos en el exterior, principalmente aprovechando la protección que el Mercosur brinda en nuestra región, pero también expandiéndose a otros países. Actualmente, se envían vehículos a otros destinos como México, Australia y Europa. La exploración de nuevos mercados para nuestros bienes manufacturados llevó recientemente a impulsar la producción de cannabis medicinal, cáñamo industrial y baterías de litio, con la intención de exportar estos productos.
Por fuera de la venta al exterior de bienes, nuestro país tiene un importante potencial en la producción y exportación de servicios. Destacan entre estos aquellos basados en el conocimiento: servicios empresariales, producción audiovisual, diseño gráfico y software son producciones posibles para nuestro país, ya que cuenta con alta calificación profesional y salarios bajos, y pueden venderse fácilmente al exterior. Además, el turismo receptivo es una actividad que puede proveer tanto divisas como empleo. Aunque la pandemia viene retrasando su reactivación (en el primer trimestre del 2021, los ingresos de dólares por transporte y viajes fueron 83% menores a los del mismo lapso de 2019), los atractivos turísticos de Argentina hacen que éste sea un rubro para desarrollar.
En conclusión, la dotación de recursos que nos dio la naturaleza no es suficiente para desarrollarnos únicamente en base a ellos y así ‘salvar’ el frente externo. Por esto, la estrategia de crecimiento no puede prescindir de los bienes primarios, pero tampoco depender de ellos. Si hay consenso en que se deben incrementar las exportaciones, es necesario que éstas se diversifiquen y abarquen a otras actividades productivas. Delinear cuáles y realizar políticas sostenidas y sostenibles para ellas es el desafío pendiente. Nunca es tarde para empezar.