El “déficit” está detrás de la guerra comercial que se ha iniciado entre Estados Unidos y China. La palabra en sí suena negativa porque indica la carencia de algo, una carencia que se debe evitar a toda costa.
Y si embargo, en términos puramente económicos el déficit a veces no es más peligroso que el excedente, dice Ed Conway en un análisis publicado en The Times de Londres.
No hay nada intrínsecamente malo en que un país tenga déficit comercial con otro, o sea, que importe más de lo que exporte. Comprarle cosas a otros es la forma en que funciona el mundo. Sin embargo, cuando un país A le compra a un país B más de lo que le vende, a eso le llamamos déficit comercial. Nos desesperamos y tratamos de cambiar esa situación. Es cierto que a veces los déficits crean situaciones poco saludables. Pero la mayoría de las veces son benignos.
Sin embargo, en la mundo la política ha instalado lo que prácticamente es una religión de aversión al déficit. Esa religión infecta hoy la Casa Blanca. Donald Trump dice que el déficit comercial implica “regalar empleos y riqueza a otros países”. Su asistente, Peter Navarro, cree que cualquier cosa importada reduce el crecimiento económico, que es lo mismo que decir que el mundo es chato.
A ese análisis le siguió la respuesta. Si el déficit es nefasto, los aranceles son intrínsecamente buenos. No es difícil pensar, dice Conway, que quien crea que el déficit es malo crea que los aranceles son buenos. La idea es que si le cobramos a un país que nos vende algo vamos a reducir las importaciones. Pero la idea está equivocada. Entre otras cosas porque el presidente Trump también redujo los impuestos. Eso estimula la demanda y deja a los norteamericanos con más dinero para comprar cosas importadas. Según el FMI la consecuencia de las medidas económicas de Trump va a ser aumentar el déficit comercial.
Ahora bien, los funcionarios del gobierno, si bien públicamente temen las consecuencias del proteccionismo, en el fondo se alegran de que alguien se haya decidido a hacer algo con el tema China. Según ellos, aquí hay dos historias separadas. Primero está la de hacerle la guerra comercial a cualquiera que se atreva a tener excedente comercial con Estados Unidos. Pero luego hay otro conflicto, esta vez con China. Y no es exactamente una guerra comercial sino tecnológica. A esa guerra sí se suman.
China, por su parte, es tan proteccionista o más que Donald Trump. Pero ha convertido en arte la manipulación del comercio, haciendo que sea prácticamente imposible para las empresas hacer negocios en su territorio a menos que se desprendan de su propiedad intelectual. Para muchos, lo que está detrás de esta guerra comercial es el sistemático robo de know how tecnológico.