El futuro de la Alianza

Más temprano que tarde podrá comprobarse si la coalición murió con la renuncia de Alvarez, como sugieren algunos, o si pasará a la oposición. Difícilmente tenga otra alternativa. Por Alejandro J. Lomuto

7 octubre, 2000

Tras los cambios en el gabinete, el jueves, y la renuncia del vicepresidente Carlos Alvarez, el viernes, en lo único en que coincidieron casi monolíticamente todos los interesados es que ninguno de esos episodios afectará la unidad y el vigor de la Alianza. Es difícil, sin embargo, suponer que alguien crea realmente en ello.

La primera hipótesis, suscripta, entre otros, por la diputada radical Elisa Carrió, sostiene que la coalición murió. Y algunos hechos parecen abonar esa teoría.

Uno de ellos es la versión, sostenida por el diario Clarín (viernes 6, pág. 13) y no desmentida hasta ahora, según la cual el recambio ministerial del jueves habría sido la coronación de una operación impulsada por Fernando de Santibañes y Enrique Nosiglia, entre otros, para acorralar a Alvarez y, eventualmente, quebrar la Alianza.

De hecho, el quinteto de líderes históricos de la coalición quedó fragmentado, acaso irreparablemente.

Con la decisión de inclinar bruscamente a su favor la balanza del poder dentro del gobierno, el presidente Fernando de la Rúa se distanció demasiado de Alvarez, Rodolfo Terragno y Raúl Alfonsín.

La quinta figura, Graciela Fernández Meijide, está en un discreto ostracismo desde que, a comienzos de abril, su cuñado Angel Tonietto –a la sazón interventor en el Pami– fue acusado de defraudar al Estado.

Prueba de esa devaluación política es que el delarruismo no consideró necesario desplegar hasta ella la ola exterminadora que barrió con casi todo otro vestigio de chachismo, alfonsinismo y terragnismo en el gabinete.

No obstante lo cual, el viernes, mientras renunciaban el vicepresidente de la Nación y el secretario general de la Presidencia, y De la Rúa consumía la jornada en consulta permanente con sus ministros, ella permaneció todo el día junto a Alvarez.

En síntesis, según esa línea de análisis, los cambios en el gabinete dispuestos el jueves pusieron a la Alianza en terapia intensiva y la renuncia de Alvarez, el viernes, la mató.

La segunda hipótesis

La segunda hipótesis, acaso más compleja, sugiere que la coalición no ha muerto, pero que para poder sobrevivir deberá atravesar un proceso de reacomodamiento que, fatalmente, la llevará a la oposición.

Respalda esta teoría el hecho de que Alvarez, Alfonsín, Terragno y Fernández Meijide, en líneas generales, han coincidido políticamente mucho más que lo que cualquiera de ellos pudo haberlo hecho con De la Rúa.

No sólo no están distanciados entre sí, sino que ahora, además, resultan unidos en la adversidad por una movida que, inexorablemente, los obligó a considerar al gobierno como mucho menos propio de lo que lo sentían hasta hace pocas horas.

Por lejos, además, Alfonsín y Alvarez conservan el control de las mayores estructuras partidarias. Y tanto ellos dos como Terragno disfrutan de valoraciones positivas en la mayoría de la sociedad, muy por encima de las principales figuras del gobierno, incluido el Presidente.

La Alianza, por lo tanto, puede sobrevivir alrededor de los cuatro. Pero para gozar de buena salud deberá ser inflexible en la lucha por instalar una nueva cultura política, al fin y al cabo el valor que la llevó al triunfo electoral en 1997 y 1999.

Como De la Rúa parece haber decidido que ello no será posible en este turno presidencial, a la coalición no le quedará otro espacio que el de la oposición.

De algún modo, es lo que le advirtió Alfonsín a De la Rúa, cuando hace menos de dos semanas –acaso enterado de la maniobra ventilada por Clarín, citada más arriba– le recomendó que evitara a toda costa la renuncia de Alvarez porque, de lo contrario, el gobierno perdería legitimidad. “La gente votó a la Alianza, no a la Unión Cívica Radical”, le recordó.

No hay que ser experto en asuntos de estado para suponer cuál podría ser la actitud de Alfonsín frente a un gobierno al que considerara ilegítimo. Más aun si ese gobierno lleva, de algún modo, el sello del partido que él preside: ya se sabe que, sobre todo en política, no hay peor cuña que la del mismo palo.

Claro que, aun dando por inalterable –lo que, en política y en la Argentina, no es sensato hacer– la armonía entre Alfonsín, Alvarez, Terragno y Fernández Meijide, las cosas no serán fáciles para la Alianza.

Principalmente porque, con toda seguridad, numerosos funcionarios y legisladores elegirán permanecer junto al gobierno. En ese caso, más que cuántos, lo realmente importante será saber quiénes quedarán a cada lado de la línea divisoria.

Si ello condujera irremediablemente a la fractura de la UCR, habrá que ver si Terragno y –especialmente– Alfonsín estarían dispuestos a dar el portazo y jugarse por la coalición.

Si no lo estuvieran, probablemente Alvarez y Fernández Meijide se sientan tentados a dejarse seducir por los cantos de sirena de figuras como Domingo Cavallo, Gustavo Beliz o Eduardo Duhalde, ninguno de los cuales, más allá de ciertas declamaciones de circunstancia, ha dado pruebas fehacientes de compromiso en la lucha por cambiar la política.

Lo que es seguro es que sin la base de sustentación que los radicales le aportan al Frepaso fuera del área metropolitana de Buenos Aires, la Alianza habrá muerto. Como en la primera hipótesis, sólo que un poco más tarde.

Pero aun en el mejor de los casos el panorama será difícil para la coalición porque, para no perder la que –sin duda– será su última oportunidad histórica, sus dirigentes deberán arremeter contra la corporación política con un vigor y una cohesión sin precedente en la historia argentina.

Tras los cambios en el gabinete, el jueves, y la renuncia del vicepresidente Carlos Alvarez, el viernes, en lo único en que coincidieron casi monolíticamente todos los interesados es que ninguno de esos episodios afectará la unidad y el vigor de la Alianza. Es difícil, sin embargo, suponer que alguien crea realmente en ello.

La primera hipótesis, suscripta, entre otros, por la diputada radical Elisa Carrió, sostiene que la coalición murió. Y algunos hechos parecen abonar esa teoría.

Uno de ellos es la versión, sostenida por el diario Clarín (viernes 6, pág. 13) y no desmentida hasta ahora, según la cual el recambio ministerial del jueves habría sido la coronación de una operación impulsada por Fernando de Santibañes y Enrique Nosiglia, entre otros, para acorralar a Alvarez y, eventualmente, quebrar la Alianza.

De hecho, el quinteto de líderes históricos de la coalición quedó fragmentado, acaso irreparablemente.

Con la decisión de inclinar bruscamente a su favor la balanza del poder dentro del gobierno, el presidente Fernando de la Rúa se distanció demasiado de Alvarez, Rodolfo Terragno y Raúl Alfonsín.

La quinta figura, Graciela Fernández Meijide, está en un discreto ostracismo desde que, a comienzos de abril, su cuñado Angel Tonietto –a la sazón interventor en el Pami– fue acusado de defraudar al Estado.

Prueba de esa devaluación política es que el delarruismo no consideró necesario desplegar hasta ella la ola exterminadora que barrió con casi todo otro vestigio de chachismo, alfonsinismo y terragnismo en el gabinete.

No obstante lo cual, el viernes, mientras renunciaban el vicepresidente de la Nación y el secretario general de la Presidencia, y De la Rúa consumía la jornada en consulta permanente con sus ministros, ella permaneció todo el día junto a Alvarez.

En síntesis, según esa línea de análisis, los cambios en el gabinete dispuestos el jueves pusieron a la Alianza en terapia intensiva y la renuncia de Alvarez, el viernes, la mató.

La segunda hipótesis

La segunda hipótesis, acaso más compleja, sugiere que la coalición no ha muerto, pero que para poder sobrevivir deberá atravesar un proceso de reacomodamiento que, fatalmente, la llevará a la oposición.

Respalda esta teoría el hecho de que Alvarez, Alfonsín, Terragno y Fernández Meijide, en líneas generales, han coincidido políticamente mucho más que lo que cualquiera de ellos pudo haberlo hecho con De la Rúa.

No sólo no están distanciados entre sí, sino que ahora, además, resultan unidos en la adversidad por una movida que, inexorablemente, los obligó a considerar al gobierno como mucho menos propio de lo que lo sentían hasta hace pocas horas.

Por lejos, además, Alfonsín y Alvarez conservan el control de las mayores estructuras partidarias. Y tanto ellos dos como Terragno disfrutan de valoraciones positivas en la mayoría de la sociedad, muy por encima de las principales figuras del gobierno, incluido el Presidente.

La Alianza, por lo tanto, puede sobrevivir alrededor de los cuatro. Pero para gozar de buena salud deberá ser inflexible en la lucha por instalar una nueva cultura política, al fin y al cabo el valor que la llevó al triunfo electoral en 1997 y 1999.

Como De la Rúa parece haber decidido que ello no será posible en este turno presidencial, a la coalición no le quedará otro espacio que el de la oposición.

De algún modo, es lo que le advirtió Alfonsín a De la Rúa, cuando hace menos de dos semanas –acaso enterado de la maniobra ventilada por Clarín, citada más arriba– le recomendó que evitara a toda costa la renuncia de Alvarez porque, de lo contrario, el gobierno perdería legitimidad. “La gente votó a la Alianza, no a la Unión Cívica Radical”, le recordó.

No hay que ser experto en asuntos de estado para suponer cuál podría ser la actitud de Alfonsín frente a un gobierno al que considerara ilegítimo. Más aun si ese gobierno lleva, de algún modo, el sello del partido que él preside: ya se sabe que, sobre todo en política, no hay peor cuña que la del mismo palo.

Claro que, aun dando por inalterable –lo que, en política y en la Argentina, no es sensato hacer– la armonía entre Alfonsín, Alvarez, Terragno y Fernández Meijide, las cosas no serán fáciles para la Alianza.

Principalmente porque, con toda seguridad, numerosos funcionarios y legisladores elegirán permanecer junto al gobierno. En ese caso, más que cuántos, lo realmente importante será saber quiénes quedarán a cada lado de la línea divisoria.

Si ello condujera irremediablemente a la fractura de la UCR, habrá que ver si Terragno y –especialmente– Alfonsín estarían dispuestos a dar el portazo y jugarse por la coalición.

Si no lo estuvieran, probablemente Alvarez y Fernández Meijide se sientan tentados a dejarse seducir por los cantos de sirena de figuras como Domingo Cavallo, Gustavo Beliz o Eduardo Duhalde, ninguno de los cuales, más allá de ciertas declamaciones de circunstancia, ha dado pruebas fehacientes de compromiso en la lucha por cambiar la política.

Lo que es seguro es que sin la base de sustentación que los radicales le aportan al Frepaso fuera del área metropolitana de Buenos Aires, la Alianza habrá muerto. Como en la primera hipótesis, sólo que un poco más tarde.

Pero aun en el mejor de los casos el panorama será difícil para la coalición porque, para no perder la que –sin duda– será su última oportunidad histórica, sus dirigentes deberán arremeter contra la corporación política con un vigor y una cohesión sin precedente en la historia argentina.

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