Dohá: Washington quiere culpar también a Beijing del fracaso

Susan Schwab desilusionó a quienes la tenían por buena funcionaria técnica. Acaba de incluir a China entre las principales responsables de colapso sufrido por las negociaciones multilaterales.

28 julio, 2006

< En un obvio intento de diluir culpas propias, EE.UU. estira la lista de pecadores. Olvida Schwab -en este caso- Beijing ni siquiera estaba en la Organización Mundial de Comercio cuando en 2001 comenzaron los tropiezos de la entonces nueva ronda. Los chinos se apresuraron a recordárselo.

Según el libreto de la representante viajera (ni siquiera existe un cargo de gabinete), “las divergencias que acabaron con las conversaciones iban mucho más allá del desacuerdo atlántico sobre subsidios agrícolas”. Por un lado, EE.UU. admite indirectamente que las suspensión de la ronda es “sine die”, contra lo que imaginan medios latinoamericanos.

Por el otro, algunos observadores sospechan una creciente ofensiva norteamericana sobre China. El gobierno de George W.Bush ve con desagrado las actitudes de Beijing en las negociaciones con Irán o, ahora, en el seno de la Otán acerca de la guerra desencadenada por Israel y la muerte de personal de la ONU en el sur de Líbano.

“El innegable papel chino en esto –sostiene Schwab- fomenta inquietud entre países pobres”. Asumiendo una defensa que Washington casi nunca hace desde tiempos de William J.Clinton, la funcionaria llega al extremo de atribuir a China interés en que no destrabar el intercambio. Pero Beijing no aplica subsidios agrícolas, el mayor obstáculo a esas negociaciones.

Aludiendo a “reacciones de países pobres o en desarrollo”, conocidas solo por ella, la experta involucra a Brasil e India, cuyas críticas a EE.UU. y la Unión Europea han sido durísimos tras derrumbarse la ronda Dohá. Salvo, quizás, usinas allegadas al departamento de Estado. Por ejemplo, los inefables consejos de relaciones internacional que abundan al sur del río Bravo.

Por otra parte, China ha mantenido un perfil bajo desde que entró a la OMC. En cuanto a India, tiene una larga historia como abogaba de países pobres y amplia experiencia propia en la materia. Naturalmente, Beijing y Delhi reivindican su condición de economías en desarrollo (antes les decían directamente “subdesarrolladas”); ni siquiera “emergentes”, porque el términos pertenece al lenguaje de los mercados.

Por supuesto, esa calificación le ahorraría a China un drástico recorte de protección aduanera. Pero eso no comporta subsidios agrícolas. De hecho, la poderoso “lobby” opuesto a las importaciones norteamericanas desde ese país se centra en bienes con valor agregado, no en productos primarios.

< En un obvio intento de diluir culpas propias, EE.UU. estira la lista de pecadores. Olvida Schwab -en este caso- Beijing ni siquiera estaba en la Organización Mundial de Comercio cuando en 2001 comenzaron los tropiezos de la entonces nueva ronda. Los chinos se apresuraron a recordárselo.

Según el libreto de la representante viajera (ni siquiera existe un cargo de gabinete), “las divergencias que acabaron con las conversaciones iban mucho más allá del desacuerdo atlántico sobre subsidios agrícolas”. Por un lado, EE.UU. admite indirectamente que las suspensión de la ronda es “sine die”, contra lo que imaginan medios latinoamericanos.

Por el otro, algunos observadores sospechan una creciente ofensiva norteamericana sobre China. El gobierno de George W.Bush ve con desagrado las actitudes de Beijing en las negociaciones con Irán o, ahora, en el seno de la Otán acerca de la guerra desencadenada por Israel y la muerte de personal de la ONU en el sur de Líbano.

“El innegable papel chino en esto –sostiene Schwab- fomenta inquietud entre países pobres”. Asumiendo una defensa que Washington casi nunca hace desde tiempos de William J.Clinton, la funcionaria llega al extremo de atribuir a China interés en que no destrabar el intercambio. Pero Beijing no aplica subsidios agrícolas, el mayor obstáculo a esas negociaciones.

Aludiendo a “reacciones de países pobres o en desarrollo”, conocidas solo por ella, la experta involucra a Brasil e India, cuyas críticas a EE.UU. y la Unión Europea han sido durísimos tras derrumbarse la ronda Dohá. Salvo, quizás, usinas allegadas al departamento de Estado. Por ejemplo, los inefables consejos de relaciones internacional que abundan al sur del río Bravo.

Por otra parte, China ha mantenido un perfil bajo desde que entró a la OMC. En cuanto a India, tiene una larga historia como abogaba de países pobres y amplia experiencia propia en la materia. Naturalmente, Beijing y Delhi reivindican su condición de economías en desarrollo (antes les decían directamente “subdesarrolladas”); ni siquiera “emergentes”, porque el términos pertenece al lenguaje de los mercados.

Por supuesto, esa calificación le ahorraría a China un drástico recorte de protección aduanera. Pero eso no comporta subsidios agrícolas. De hecho, la poderoso “lobby” opuesto a las importaciones norteamericanas desde ese país se centra en bienes con valor agregado, no en productos primarios.

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