¿Y quién es este señor? Es un prestigioso economista turco (nació en Estambul en 1957) que enseña en la Universidad de Harvard, donde es profesor de economía política internacional en la <em>John F. Kennedy School of Government</em>. Es doctor (Ph.D) en Economía y Master en Administración Pública de la Universidad de Princeton. Es también investigador coordinador del Grupo de los 24 (G-24), que representa los intereses de los países en desarrollo ante el FMI y el Banco Mundial, investigador asociado del <em>National Bureau of Economic Research </em>(Cambridge, Massachussets) e investigador del <em>Centre for Economic Policy Research</em> (Londres).<br />
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Rodrik despierta entusiasmo entre quienes escuchan sus conferencias, brillantes, sea en ambientes conservadores o progresistas. La clave, como él mismo dice, está en su capacidad para fastidiar “por igual a izquierdas y derechas”.<br />
En un reciente ensayo enfocado a las cabezas de los bancos centrales de las economías emergentes, advierte que “sabrán que están teniendo éxito cuando el secretario del Tesoro de Estados Unidos golpee a sus puertas para decirles que son culpables de manipular su moneda”.<br />
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Su posición con relación a la tasa de cambio que existe hoy en el país, le garantiza oídos entusiastas –por lo menos al inicio– entre los celosos funcionarios de este Gobierno.<br />
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Para Rodrik no se trata sólo de que el dólar no sea artificialmente barato, sino que un dólar caro, o sea una moneda subvaluada, es recomendable. Lo que su investigación sostiene es que en países de ingresos bajos y medios –pero no en los países ricos–, “un incremento en la subvaluación impulsa el crecimiento”.<br />
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Tanto en India como en Tanzania, en China como en Uganda, el crecimiento económico está asociado a la subvaluación de sus monedas. En Corea del Sur y Taiwán, los primeros “tigres” asiáticos, su rápido crecimiento se produjo con monedas bajas y comenzó a ser más lento cuando éstas se revaluaron.<br />
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Estas son las conclusiones básicas de una investigación sobre las tasas de cambio y el crecimiento económico en la que analiza la relación entre monedas subvaluadas o sobrevaluadas y crecimiento económico en 187 países entre 1950 y 2004, antes y después de la irrupción de la globalización.<br />
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La moneda sobrevaluada –o sea el rezago cambiario, una tasa de cambios que mantiene al dólar barato– “está asociada con escasez de moneda extranjera, corrupción, déficit insostenibles en las cuentas corrientes y crisis de balanzas de pagos, todo lo cual daña al crecimiento económico”. La experiencia de la Argentina durante la convertibilidad es el ejemplo latinoamericano más notorio y tanto el sentido común como la ortodoxia económica dirán que hay que llevar el dólar a su precio “justo”.<br />
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La mala noticia de la situación actual es que mantener la moneda subvaluada no es fácil. Apenas la economía comienza a crecer, aumentan las exportaciones, sube el empleo y comienzan a llegar inversiones, la abundancia de dólares presiona su precio a la baja. Si se interviene en los mercados cambiarios comprando dólares para mantener su precio alto, como hacen la Argentina y China, se acumulan reservas improductivas y se puede disparar la inflación. Si se trazan metas de inflación muy estrictas y se deja apreciar la moneda, como en Turquía y Sudáfrica, la política económica –siempre según Rodrik– “será odiada por empresarios, sindicatos, los otros ministerios y todo el mundo excepto los banqueros. La primera estrategia es problemática por insostenible a largo plazo, la segunda es indeseable porque compra estabilidad a costa del crecimiento”.<br />
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Visión del desarrollo</strong><br />
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El gran aporte de Rodrik es su rica visión del desarrollo, de las metodologías para transformar a sociedades pobres. Advierte que la obsesión desde el mundo desarrollado y sus instituciones internacionales es impulsar “un esfuerzo general por remodelar las instituciones en las sociedades en desarrollo como prerrequisito para el crecimiento económico. El Proyecto Milenium de las Naciones Unidas implica un gran impulso de inversión, coordinada y de gran escala, en capital humano, infraestructura pública y tecnologías agrícolas”.
Aquí viene la primera disidencia. Rodrik es un entusiasta defensor de las ideas de Albert Hirschman, un prestigioso economista de visión iconoclasta que “recordaba a sus contemporáneos que cualquier país que tuviera la capacidad de emprender programas integrales, por empezar, no sería subdesarrollado”.<br /><br />Incluso en alguna oportunidad Hirschman “fustigó a John Kenneth Galbraith por enunciar una larga lista de prerrequisitos para que la ayuda extranjera sea efectiva. Si los países en desarrollo pudieran cumplir con estas condiciones, escribió, estarían en condiciones de enviar ayuda extranjera a Estados Unidos”. <br /><br />“Hirschman creía que las posibilidades para el desarrollo económico no son tan limitadas como nos llevarían a pensar las teorías integrales. Los desequilibrios propios del subdesarrollo crean oportunidades que los estrategas políticos pueden aprovechar. En lugar de confiar en modas que vienen del extranjero –dice Rodrik–, necesitamos buscar y experimentar soluciones únicas que nos permitan eludir las estructuras sociales arraigadas que inhiben el crecimiento”.<br /><br />“La lección clave del pasado medio siglo –sigue Rodrik– es que los estrategas políticos deben ser más estratégicos que integrales. Tienen que hacer lo mejor con lo que tienen en lugar de anhelar poder transformar su sociedad en general. Necesitan identificar prioridades y oportunidades, y trabajar en ellas. Deben buscar un cambio secuencial y acumulativo en lugar de un avance único y abarcador”. <br /><br />“Los países exitosos comparten algunas características comunes. Todos ofrecen cierto grado de protección efectiva de los derechos de propiedad y cumplimiento de contratos, mantienen la estabilidad macroeconómica, buscan integrarse a la economía mundial y aseguran un contexto apropiado para la diversificación y la innovación productiva”. <br /><br />“Lo que sí difiere es la manera en que se logran estos objetivos. Por ejemplo, una mayor integración con los mercados mundiales se puede lograr mediante subsidios a las exportaciones (Corea del Sur), zonas de procesamiento de exportaciones (Malasia), incentivos de inversión para empresas multinacionales (Singapur), zonas económicas especiales (China), acuerdos de libre comercio regionales (México) o liberalización de las importaciones (Chile)”.<br /><br />Pero Rodrik también hace algunas advertencias que pueden ser escuchadas como un reproche.<br /><br />Así dice: “Los países empiezan a tener problemas cuando no utilizan los períodos de alto crecimiento para fortalecer sus cimientos institucionales. Dos tipos de instituciones, en particular, necesitan ser apuntaladas: las instituciones de gestión de conflicto para mejorar la resistencia de las economías a los choques externos, y las instituciones que promueven la diversificación productiva. El crecimiento colapsó en África a fines de los años 70 por la debilidad de las primeras y fracasó en América latina después de la primera mitad de los años 90 por la debilidad de las segundas”. <br /><br />Claro que Rodrik será escuchado cuanto apunte a los organismos multilaterales: “Hirschman estaría horrorizado por el alcance de la intromisión en las decisiones políticas internas en la que incurren hoy en día la Organización Mundial de Comercio o el Fondo Monetario Internacional. Como burocracias internacionales con una inclinación por las “mejores prácticas” y patrones comunes, estas instituciones no están preparadas para la tarea de buscar senderos innovadores y únicos que se adecuen a las circunstancias particulares de cada país”.