<p><strong>El pasado reciente</strong><br />
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Por supuesto, analistas más afines a Zweig que a Thatcher o el FT encuentran que la renovada confianza se vincula al ex presidente Luiz Inácio da Silva y ocho años de gestión heterodoxa y pragmática. En particular, respecto a mantener medidas de su antecesor Fernando Henrique Cardoso ajenas a la ideología de Lula y su gobierno. La clave fueron dos resultados: aproximadamente once millones de brasileños (sobre un total de 192 millones) ingresaron a la clase media en 2004/09 y, desde 1990, la pobreza se redujo a la mitad.<br />
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De una manera u otra, “el peso del país en política internacional es algo indiscutible”, admite Bethell. “Pero será interesante ver si la nueva presidente Dilma Rousseff mantiene las buenas relaciones con Irán o Venezuela, dos cucos esgrimidos por EE.UU. y Gran Bretaña, si bien no tanto por la Unión Europea o la propia Sudamérica. En diferente plano, cabe preguntarse qué perfil mostrará Brasil en la copa mundial de fútbol (2014) y los juegos olímpicos de 2016”.<br />
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En la visión conservadora, se subraya la persistencia de un sector público ineficaz –federal, pero ante todo estadual- cuya burocracia traba todo tipo de negocios, aun contra las necesidades del gobierno nacional o de los locales. Según el último “informe sobre negocios” (lleva el sello del Banco Mundial, pero lo confecciona el sector privado occidental), Brasil se ubica en el 129º lugar, o sea peor que Nigeria. Naturalmente, el gobierno de Brasilia y muchos países en desarrollo no lo toman en serio <br />
Sea como fuere, Rousseff afronta algunos problemas difíciles, entre los cuales destaca el tipo de cambio. El año arranca con el real a 1,65 por dólar, precio no alcanzado desde septiembre de 2008, durante el cénit de crisis sistémica. “Un dólar en ese nivel perjudica nuestras exportaciones y es una luz amarilla”, sostuvo 4 el titular económico Guido Mantega. Precisamente este tema está generando los primeros roces en la coalición de gobierno.</p>
<p>Los intensos vínculos comerciales con China, su alineamiento en los Bric (Brasil, Rusia, India y China) que ha creado un nuevo foco de poder mundial, y su buen manejo de los mercados financieros, ha encumbrado el país en el exclusivo club de los emergentes.<br />
Lo cierto es que hasta muchos analistas conservadores admiten que el país se creía destinado a cosas grandes ya tras separarse de Portugal y constituirse en imperio (1822). No faltaron, en el exterior, quienes sostuvieran la noción en docenas de libros. Quizá el más conocido y brillante fue <em>Brasil, tierra del futuro</em>, publicado en 1941 por el austríaco Stefan Zweig.<br />
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No obstante, durante mucho tiempo y como otros países de tamaño continental, estilo Rusia o China, Brasil miraba para adentro. Se dedicaba a su propio desarrollo y descuidaba al resto del mundo, un pecado para la concepción habitual de las economías centrales. Precisamente, uno de sus adalides, la ex primera ministra Margaret Thatcher, quedó muda de asombro en 2002, al contemplar desde el aire San Pablo y su bosque de rascacielos. Ese mismo año, el gigante pasaba a observador en el grupo de los 8.<br />
Por cierto, Leslie Bethell (historiador británico especializado en Latinoamérica), dice “recién en los últimos veinte o veinticinco años, Brasil empezó a influir en cuestiones regionales y mundiales proporcionalmente al tamaño geopolítico, recursos naturales, peso económico y financiero. El fenómeno refleja algo nuevo en su historia: estabilidad”.<br />
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Por ejemplo, empresas otrora remisas a aventurarse en el exterior van cambiando de perfil. Así, Vale do rio Dôce –la mayor productora mundial de hierro- se quedó en 2009 con una de las minas más grandes que subsistían. JBS, primer grupo frigorífico internacional, tomó la procesadora de pollos tejana Pilgrim’s Pride. Casi al mismo tiempo, la siderúrgica Geradu compró por US$ 1.600 millones su propia subsidiaria en Estados Unidos. <br />
En materia financiera, Banco do Brasil –líder sudamericano en el sector- comenzó a expandirse afuera. No para de acumular activos, básicamente para respaldar firmas locales en sus proyectos orientados al exterior. Por ejemplo, adquiriendo por US$ 740 millones el control del argentino Banco Patagonia.<br />
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Por otra parte, señala Bethell, “las compañías extranjeras se vuelcan a Brasil no sólo por el mero volumen del mercado interno. También lo ven como plataforma hacia los vecinos hispanófonos, dada la extrema afinidad entre castellano y portugués”. También África subsahariana es un campo donde el portugués (virtual <em>lingua franca</em> en Angola, Mozambique, Cabo Verde, Guinea-Bissáu) juega con claras ventajas. Bastan dos casos ilustrativos: el centro técnico de General Motors –diseña vehículos aptos para mercados emergentes- y la fábrica Fiat, segunda en el mundo.<br />
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