Sus visitas y contactos con China y Rusia persiguen ese propósito: proyectos conjuntos, inversiones en obras de infraestructura y colocación de productos clásicos (alimentos) de las exportaciones argentinas.
Parte de esas metas se logran, especialmente con China –donde además hay acuerdos sobre divisas que fortalecen, aunque sea momentáneamente la posición del Banco Central-, sin importar los términos de los convenios que, como no se conocen en detalle, provocan sospechas y pueden ser fuente de conflictos internacionales durante años.
La misma meta se persigue con Rusia. Pero en este caso hay opiniones fundadas de que es casi imposible –dada la situación económica que atraviesa ese país- que Moscú pueda concretar operaciones que supongan desembolsos efectivos.
Por un lado, la fuerte caída de los precios del petróleo, redujo de manera estrepitosa los ingresos usuales del país. Por el otro, el conflicto con Europa y Estados Unidos a propósito de Ucrania, se traduce en un mecanismo de sanciones a la economía rusa que está teniendo notorios efectos negativos.
Pero hay algo todavía más importante desde la perspectiva de Moscú, y es su creciente aislamiento internacional. Sin amigos en Europa y en Asia –excepto la especial y recelosa relación con China-, sin presencia en África (donde Beijing le ha sacado enorme ventaja), le queda América latina, para que estos países refuercen su posición en los organismos internacionales. Cuando se trató de condenar a Rusia, por ejemplo, por la anexión de Crimea, Argentina votó absteniéndose -en lo que pareció a favor del gobierno de Putin-, en las Naciones Unidas.
Lo cierto es que en materia comercial, el intercambio comercial en ambas direcciones, que era de US$ 3 mil millones en el 2000, pasó a ser de US$ 24 mil millones en 2013. Un aumento significativo pero no muy relevante si se repara en que el intercambio de la región latinoamericana con China está en US$ 260 mil millones, o diez veces menos.
Tal vez el área de crecimiento posible para Rusia sea la venta de algunos armamentos a varios países de la región. En síntesis, del lado ruso hay una doble necesidad: no sólo comercial, sino también de influencia. Del lado latinoamericano, la necesidad de diversificar las ventas externas, aunque en el caso del gobierno argentino se conecta más con necesidades derivadas de conflictos internos y externos.