En 2017, el déficit comercial de bienes alcanzó un récord de US$ 8.300 millones producto de la expansión económica y el atraso cambiario. Esta dinámica se profundizó en la primera mitad de 2018, cuando el saldo negativo se duplicó en comparación a dicho período del año pasado. Sin embargo, los sucesivos saltos del dólar corrigieron esta situación: el intercambio de bienes prácticamente se equilibrará en la segunda mitad de 2018 y esperamos que alcance un superávit en torno a US$ 4.500 millones el año que viene ayudado por una mejor cosecha agrícola y un mayor crecimiento de Brasil.
Pese a que esperamos –afirma la consultora Ecolatina- una mejorpia de la balanza comercial de bienes, no prevemos un aumento del intercambio total (suma de exportaciones e importaciones). De hecho, el flujo del comercio pasaría de US$ 126.500 millones este año a USS 125.000 millones en 2019 (-1% i.a.). Aunque esta caída sería mínima, alcanzaría 20% respecto al máximo registrado en 2011 (US$ 157.000 millones).
Aumentar el intercambio comercial
El comercio exterior es un eje central en el proceso de desarrollo de diversos países. Por el lado exportador, las ventajas son conocidas. Por caso, vender al resto del mundo implica situarse en la frontera internacional en materia de calidad y precios, promoviendo la innovación y mejoras de productividad. Además, incrementar nuestras exportaciones permitiría ampliar la escala de producción reduciendo costos fijos.
Sin embargo, a contramano de lo deseable, las exportaciones de bienes vienen mostrando un deterioro sostenido en los últimos años: según nuestras estimaciones, entre 2011 y 2019 caerán más de 20% en dólares corrientes. Para atenuar esta contracción, es fundamental profundizar nuestros acuerdos comerciales. Si bien el Mercosur constituye una importante unión aduanera (tratado de libre comercio y política arancelaria común), nuestro país está rezagado frente al resto de la región al momento de firmar acuerdos de acceso preferencial a otros mercados.
A modo de ejemplo, mientras que Chile posee tratados con el 90% del PBI global, Perú el 80% y Colombia con el 50%, la Argentina solo goza de una entrada privilegiada al 10% del PBI global.
Por otro lado, cabe destacar que para incrementar las ventas es necesario también aumentar las compras: el ingreso de insumos clave para la producción desde el exterior permite reducir costos y ser más competitivos. Además, en muchas oportunidades las preferencias económicas van acompañadas de acuerdos políticos; por lo tanto, estos tratados no solo serían deseables sino también un requisito.
En este sentido, la comparación es desalentadora frente a nuestra propia historia (las compras externas caerían 18% entre 2011 y 2019) y también frente a la región. Por caso, en 2017, las importaciones de bienes de Chile implicaron más de un cuarto de su producción total, un 23% en Perú y un 20% en Colombia. En contrapartida, en la Argentina, este cociente es de 14%, solo por delante de Brasil (12%), quien posee una estructura productiva relativamente similar pero un mercado interno sensiblemente más amplio: su población más que triplica a la de nuestro país.
Como resultado de esta magra dinámica, al comparar el flujo de comercio (exportaciones más importaciones) en relación al PBI, nuestro país ha quedado relegado. Mientras que en Chile y Perú su comercio exterior equivale a la mitad de su PBI, en nuestro país dicha cifra asciende a un cuarto (cociente similar para Brasil). Esto muestra las diferencias existentes en el grado de apertura comercial entre nuestro país y otros países de similar desarrollo. En consecuencia, estas naciones se beneficiarán en mayor medida de los avances tecnológicos y de productividad que se desarrollen a escala global –redundando en mayores tasas de crecimiento-, relegando a nuestra economía a un segundo escalón. Por ende, mientras que el flujo de comercio no se profundice, los avances locales serán de una menor intensidad al de los países más integrados al comercio internacional.