Entre 1980 y 2015, la proporción de ingresos que va a parar al 1% más alto se duplicó con creces en China e India y creció 80% en Estados Unidos.
Este aumento de la desigualdad es, en gran medida, producto de que los trabajadores con más niveles de educación están ganando mucho más dinero. La automatización, la computación y la globalización hicieron más valiosos a los trabajadores del conocimiento. Para que el ingreso se distribuya más equitativamente habrá que ampliar el acceso a las oportunidades educativas o impulsar leyes como la del salario mínimo o promover a los sindicatos para que obliguen a los empleadores a aumentar el sueldo a los más pobres.
El mal ejemplo de Estados Unidos
Thomas Piketty dice que Estados Unidos está dando al mundo un mal ejemplo sobre desigualdad. Hace tres años y medio, el libro Capital in the Twenty–First Century del ensayista inglés provocó un debate internacional sobre las raíces de la creciente desigualdad.
Hoy, el agregado de nuevos datos sobre el mismo tema requiere una lectura concienzuda: la brecha entre ricos y pobres aumentó en casi todas las regiones del mundo en las últimas décadas. El World Inequality Report del World Inequality Lab, con sede en la Escuela de Economía de París, muestra que desde 1980 la desigualdad en el ingreso creció rápidamente en Norteamérica y Asia, aumentó más moderadamente en Europa y se estabilizó en niveles muy altos en Medio Oriente, África y Brasil.
Ese informe, revisado por Piketty y Lucas Chancel, está basado en la última evidencia recolectada por la Base de Datos Mundial sobre Riqueza e Ingresos, un enorme proyecto mantenido por más de 100 investigadores en más de 70 países. La buena noticia es que la mitad más pobre de la población mundial experimentó un importante aumento del ingreso en las últimas décadas gracias, principalmente, al crecimiento económico en Asia.
No obstante, desde 1980 el top 0,1% tuvo el mismo crecimiento de ingresos que toda la mitad inferior de la población (adulta) mundial. Y para el grupo de personas que se ubican entre el 50% de abajo y el 1% de arriba –en su mayoría el grupo de ingresos medianos y bajos en Norteamérica y Europa–, el crecimiento del ingreso fue o lento o nulo.
En todo el mundo
Para Piketty, uno de los aspectos más importantes del nuevo informe es que incluye datos e investigación sobre desigualdad en todas las regiones del mundo. Dice que su éxito está en que aplica presión sobre los gobiernos para que brinden más información sobre ingreso y riqueza.
Ahora hay una imagen más completa sobre la desigualdad en China, India, Brasil, Sudáfrica, Rusia y Medio Oriente. Sugiere que la “globalización tiende a aumentar la desigualdad pero a velocidades muy diferentes”. Eso implica que distintas instituciones y políticas conducen a resultados muy diferentes. Para Piketty hay mucha desigualdad en Estados Unidos y Europa pero el problema es mucho mayor en los países pobres y emergentes.
Dice, por ejemplo, que China e India han experimentado rápido crecimiento económico con una gran desigualdad. Aunque la disparidad de ingreso es mucho mayor en India. La desigualdad se estabilizó en China desde 2006, lo que sugiere una forma alternativa de hacer frente a la globalización y sus efectos sobre la desigualdad.
El informe predice lo que podría ocurrir con la desigualdad global para 2050 en tres escenarios diferentes. En el primero, las tendencias de las tres últimas décadas se prolongan durante las siguientes tres y la desigualdad global aumenta en forma moderada. En otro escenario, el mundo sigue la trayectoria de Estados Unidos y la desigualdad empeora mucho. Pero si el mundo sigue la trayectoria de Europa, la desigualdad global va a declinar.
El economista francés explica que dentro de una zona de libre comercio como la Unión Europea tiene que haber impuestos comunitarios a las compañías más ricas porque son las que más se benefician con la ausencia de aranceles. Esos impuestos brindarían una fuente de ingresos a la Comunidad para pagar bienes públicos como infraestructura y educación.
La desigualdad en países ricos
¿Cómo evolucionó la desigualdad en los países de altos ingresos durante el último siglo? Los investigadores conocen hoy mucho mejor la evolución de la desigualdad de ingresos gracias a una reciente ola de investigación sobre cuánto ganan los que más ganan.
La desigualdad de ingresos superiores se mide como una parte del ingreso total que va a los asalariados en el tope mismo de la distribución. Por lo general el top 1%. Los cálculos de desigualdad histórica en los ingresos superiores se reconstruyen a partir de los registros de impuesto a las ganancias. Y para muchos países esos cálculos dan información sobre la evolución de la desigualdad a lo largo de más de 100 años.
¿Y el famoso sueño americano? El filósofo Richard Reeves ha llegado a una dura conclusión sobre la desigualdad en Estados Unidos. “Estados Unidos tiene un mercado meritocrático pero una sociedad injusta”, dice en su libro de reciente publicación Dream Hoarders. En su opinión, EE.UU. es ahora una sociedad relativamente “justa” para personas de más de 25 años. Aunque reconoce que aún persisten varias formas de discriminación en el trabajo, dice que el mercado laboral estadounidense escoge a la gente por sus habilidades mucho más que por su raza, género o a quién conocen.
El campo de juego para los adultos no es totalmente parejo, pero le anda cerca. El problema, según Reeves, quien ahora es investigador de la Brookings Institution, es lo que pasa más temprano en la vida. Los hijos de padres ricos tienen muchas más posibilidades de adquirir habilidades que los de padres pobres. Un mercado laboral que valora cada vez más las habilidades saca a la luz las desigualdades de educación.
Para decirlo gráficamente, el juego es justo, pero el proceso de selección de los jugadores está amañado. El libro de Reeves, cuyo título completo es Los acaparadores del sueño: cómo la clase media alta norteamericana está dejando a todos en el polvo, por qué eso es un problema y qué hacer para solucionarlo (Dream Hoarders: How the American Upper Middle Class Is Leaving Everyone Else in the Dust, Why That Is a Problem, and What to Do About It), detalla las muchas formas en que los niños ricos tienen ventaja educativa y por qué esto inevitablemente conduce a la desigualdad.
Es una desigualdad que comienza ya desde el principio. Los hijos de padres que están en el 20% más alto del ingreso son más sanos y, por ende, están en mejores condiciones para aprender. Sus padres hablan más con ellos; aproximadamente tres horas más por semana. También gastan más en “experiencias enriquecedoras” fuera de la escuela, como viajes, libros y tutores.
Los niños del top 20% tienen muchas más posibilidades de ir a una escuela privada prestigiosa y, si van a una pública, existe el doble de posibilidades de que esa escuela esté entre las mejores. También tienen mejores maestros. Reeves señala un estudio realizado en Luisiana que muestra que 38% de los maestros que enseñan en escuelas públicas de barrios ricos están calificados como “altamente eficaces” contra apenas 22% en las zonas más pobres.
En la educación universitaria
La educación superior acentúa el problema. Mientras casi 60% de las personas de 25 años pertenecientes a familias que están en el top 20% de los ingresos terminaron la universidad a finales de la década del 2000, solamente ocurrió lo mismo con 12% de los hijos pertenecientes a familias en el 40% más bajo de los ingresos.
Los hijos del top 20% tienen más del doble de posibilidades de asistir a una universidad de excelencia que los del 40% más bajo. En las instituciones de élite (Stanford, MIT, Duke, Ivy League Schools), hay más estudiantes provenientes del top 1% que en todo el 50% más bajo.
La educación se hereda y se atrinchera en una clase. Un análisis realizado por Reeves junto a la economista Joanna Venator muestra la inmensa diferencia en el nivel de resultados educativos por el quintil de niños nacidos en Estados Unidos entre 1950 y 1968. Casi la mitad de los alumnos nacidos de un padre o madre en el top 20% de logros educativos se mantuvo en el top 20% (en términos generales obteniendo un título universitario).
Por el contrario, menos de 10% de los niños nacidos de padre o madre en el 20% inferior del status educativo (deserción en la escuela secundaria) logró llegar al quintil superior en términos de logros educativos. No hay datos más recientes, pero la escasa evidencia de que se dispone sugiere que esta desigualdad está empeorando. Para explicar la injusticia del actual sistema estadounidense, Reeves remite a un experimento del filósofo Bernard Williams.
Describe una sociedad en la cual ser miembro de la “clase guerrera” era algo altamente preciado. Históricamente, solo los miembros de un grupo de familias ricas podían llegar a ser guerreros. Se introduce un cambio en las reglas para permitir que cualquier miembro de la sociedad pueda obtener ese status.
Pero como para ser guerrero hace falta tener mucha fuerza y todas las otras familias están mal alimentadas, los guerreros siguen proviniendo de las mismas familias ricas.
Aparentemente el cambio de regla hizo más justa a la sociedad, pero en realidad no lo logró. Si se cambia guerrero por estudiante, Reeves cree que esta es una buena analogía para la economía estadounidense. En realidad, Reeves no responsabiliza a los padres ricos por estas discrepancias.
Naturalmente, los padres quieren las mejores oportunidades para sus hijos. Ese es un impulso que se debe aplaudir. Tampoco piensa que habría que alejarse de un mercado laboral que premie la educación. “Los mercados aumentan la prosperidad, reducen la pobreza, aumentan el bienestar y las alternativas individuales”, dice.
Lo único que queda entonces es nivelar el campo de juego educativo para los niños pobres. “En lugar de tratar de rectificar la desigualdad a posteriori, mediante fuerte regulación del mercado laboral, nuestra aspiración debería ser estrechar las brechas en la acumulación de capital humano en las primeras dos décadas de la vida”, indica.
¿Qué desigualdad? Un obstáculo para convencer a la gente de la necesidad de esas reformas es que los norteamericanos no reconocen que haya allí un problema. Un estudio reciente realizado por economistas de la Universidad de Harvard descubrió que, en comparación con otros cuatro países, los estadounidenses se autoengañan sobre su movilidad intergeneracional.
Cuando una encuesta les preguntó sobre la probabilidad de un niño perteneciente a familias del 20% inferior en nivel de ingresos llegara al top 20%, los británicos, franceses, italianos y suecos subestimaron la probabilidad de que esto ocurra en su país. Los estadounidenses fueron el único grupo en sobrestimarlo, ellos pensaban que su país tenía la movilidad más alta, cuando en realidad es la más baja.
Si admiten que hay un problema, Reeves tiene una serie de recomendaciones. Piensa que el Gobierno debería invertir en programas que ayuden a los padres a evitar embarazos no buscados, aumentar el uso de programas de visitas a hogares, incentivar más de los mejores maestros para trabajar en escuelas de bajos ingresos e invertir fuerte en universidades comunitarias.
También eliminaría las regulaciones de vivienda que desalientan la construcción de viviendas económicas en zonas ricas, terminar con las admisiones hereditarias a las universidades o eliminar la deducción de intereses por hipotecas, una ley impositiva que ayuda a los ricos a comprar casas en barrios caros.
Con todo, Reeves es considerado por mucha gente como un moderado. Para hacer mella en el problema de la movilidad intergeneracional en Estados Unidos es necesario tomar medidas que incomoden a los conservadores y también a muchos liberales; medidas como integrar clases y razas en las escuelas públicas e invertir mucho en intervenciones desde la más tierna infancia para las familias pobres. Si el sueño americano no está muerto, está en estado crítico. Hacen falta medidas agresivas para reavivarlo, pero el primer paso, es reconocer la gravedad de la situación.
(Este artículo se publicó originalmente en la versión impresa de Mercado).