Con la irrupción de las TIC, se produce un cambio sustancial. En esta nueva etapa, se consolida una sociedad en la que la actividad económica se desplaza de la industria manufacturera a los servicios, y entran al escenario económico las industrias culturales y del entretenimiento. Así, el trabajo sufre una transformación desde una dimensión material y tangible hacia una dimensión simbólica e intangible, que requiere sustituir habilidades mecánicas por habilidades intelectuales para aplicar creatividad e innovación.
Simultáneamente, se requiere mayor flexibilidad para adaptarse a un proceso recurrente de crisis económicas, con una creciente tendencia a escala mundial de mayor inestabilidad laboral y desigualdad social. Las personas debemos adaptarnos a trabajar en un entorno en el que predominan la inestabilidad y la fragmentariedad.
Este nuevo paradigma combina una transformación del empleo asalariado con una transformación digital. Ante esto, las personas enfrentamos cuatro grandes desafíos, a los que también deben contribuir las organizaciones.
El primer desafío consiste en renovarse continuamente desprendiéndose de “lo pasado”. Esto supone dejar de lado conocimientos y experiencias para estar dispuestos a aprender de nuevo.
El segundo tiene que ver con la gestión del propio talento. Desarrollar nuevas habilidades para enfrentarse a demandas laborales cambiantes, teniendo en cuenta que esas demandas van a seguir cambiando, lo cual requiere una capacidad para reciclarse de manera recurrente.
El tercer desafío es el de manejar objetivos de corto plazo, pasando de una tarea a otra y de un lugar a otro. Este paso es fundamental, y podemos decir que es una consecuencia natural de los desafíos anteriores: si el cambio es continuo, los objetivos se deberán ajustar a las novedades del entorno.
Y finalmente, el cuarto desafío consiste en gestionar la portabilidad, lo cual es más que un cambio cultural. En la portabilidad, convergen todas las tecnologías y las modalidades de comunicación (teléfonos celulares, notebooks, tablets, aplicaciones). Portamos nuestro trabajo y nuestra vida personal en dispositivos que no se ajustan a las categorías tradicionales del espacio y del tiempo. El concepto de trabajo con un lugar y horario fijos, característico de la industrialización, ya no tiene sentido. El trabajo se desarrolla en los momentos que cada individuo se auto–asigna y en los espacios urbanos disponibles. Las reuniones se transforman en una videollamada, la oficina es un co–working, y el empleado es un freelancer.
Ante este contexto, nos comportamos como productores, pero también como consumidores: consumimos al trabajo, consumimos al jefe y, si dejamos de estar satisfechos, buscamos otra alternativa que colme nuestras expectativas laborales. Cabe preguntarse: ¿son los millennials quienes están imponiendo nuevos paradigmas de comportamiento organizacional?, ¿o son las transformaciones socioeconómicas y tecnológicas las que generan las personalidades millennials? Mi opinión es que ambas cuestiones tienen respuesta afirmativa. Lo cual no es demasiado relevante, ya que lo importante es entender las maneras de adaptarnos a estos paradigmas, mejorando la productividad laboral y logrando personas más felices a través de su desarrollo profesional.
(*) Profesor Titular de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Agrarias. Universidad Católica Argentina.