¿Más trabajo es salud? No en el actual contexto global

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Los norteamericanos parecen de neurosis laboral en un mercado que no perdona: 64% declaran que sus tareas han aumentado en el primer semestre, 54% se sienten hartos o agotados. Aun en casa, están al alcance de computadoras y celulares.

Todo eso, más inestabilidad laboral, deterioro de planes jubilatorios e hipotecas, basta y sobra para enfermar a la gente. Y así ocurre. Varias investigaciones, en las últimas semanas, revelan que el “stress” laboral o profesional –no el de los ejecutivos, que tienen sus necesidades satisfechas- tiene impacto mensurable en la salud de los empleados. Por extensión, en la productividad y los resultados de las empresas.

Este tipo de costos significa, sólo en Estados Unidos, más de US$ 300.000 millones anuales en atención médica, inasistencias y producción. Así señala el American Institute of Stress (Nueva York). El personal que se enferma representa gastos médicos 46% superiores al promedio general (US$ 600 por año y empleado). Eso afirma el National Institute for Occupational Safety and Health.

Los norteamericanos no son únicos en materia de neurosis causadas por crecientes exigencias laborales. En la Unión Europea, las compañías están recortando vacaciones otrora generosas y aumentando horas trabajadas. Los efectos de estas presiones en la salud le cuestan a Gran Bretaña –para tomar un caso- 13 millones de horas laborales por año. Pero se trata de un fenómeno urbano mundial, indica la Oficina Internacional de Trabajo (OIT), dependiente de Naciones Unidas.

Hasta ahora, en general las neurosis laborales y sus consecuencias no llegan al “karoshi” japonés, o sea la muerte por exceso de trabajo. Pero los achicamientos de estructuras (eliminan puestos), la veloz expansión de negocios, la tercerización –tendencias que, según la sapiencia convencional, son buenas para la salud de una economía- aumentan las faltas por razones médicas, los tratamientos clínicos, los riesgos de infarto y una horda de problemas ligados al “stress”.

Se han acabado los tiempos cuando un empleador le aseguraba trabajo estable a quien cumpliera bien sus tareas. La carrera tradicional de toda la vida, subiendo escalón por escalón en una o dos empresas, ya no existe. Un joven norteamericano o británico con educación terciaria debe prepararse para cambiar de trabajo no menos de once veces antes de jubilarse (si llega a hacerlo).

El sector privado ha dejado atrás el empleo tradicional, o sea de tiempo completo y duración indefinida. En cambio, uno de cada cuatro estadounidenses no tiene relación de dependencia, trabaja medio tiempo o es cuentapropista. Cuatro de diez norteamericanos trabajan fuera de hora; es decir, por la noche, en turnos rotatorios o fines de semana. ¿Para qué? Para cubrir exigencias de negocios globales –cadenas de abastecimiento, centros de llamadas, telecomunicaciones, computación, Internet-, que tienen clientes o usuarios alrededor del planeta.

Este tipo de tareas requiere también, en forma creciente, más tiempo. En EE.UU., se trabaja ya más de 1.800 horas anuales. Eso contrasta con Alemania (900) y representa algo más que en Japón, señala la OIT. En economías emergentes y periféricas, naturalmente, hay casos superiores a 5.000 horas, pero es difícil verificarlos o probarlos.

Todo eso, más inestabilidad laboral, deterioro de planes jubilatorios e hipotecas, basta y sobra para enfermar a la gente. Y así ocurre. Varias investigaciones, en las últimas semanas, revelan que el “stress” laboral o profesional –no el de los ejecutivos, que tienen sus necesidades satisfechas- tiene impacto mensurable en la salud de los empleados. Por extensión, en la productividad y los resultados de las empresas.

Este tipo de costos significa, sólo en Estados Unidos, más de US$ 300.000 millones anuales en atención médica, inasistencias y producción. Así señala el American Institute of Stress (Nueva York). El personal que se enferma representa gastos médicos 46% superiores al promedio general (US$ 600 por año y empleado). Eso afirma el National Institute for Occupational Safety and Health.

Los norteamericanos no son únicos en materia de neurosis causadas por crecientes exigencias laborales. En la Unión Europea, las compañías están recortando vacaciones otrora generosas y aumentando horas trabajadas. Los efectos de estas presiones en la salud le cuestan a Gran Bretaña –para tomar un caso- 13 millones de horas laborales por año. Pero se trata de un fenómeno urbano mundial, indica la Oficina Internacional de Trabajo (OIT), dependiente de Naciones Unidas.

Hasta ahora, en general las neurosis laborales y sus consecuencias no llegan al “karoshi” japonés, o sea la muerte por exceso de trabajo. Pero los achicamientos de estructuras (eliminan puestos), la veloz expansión de negocios, la tercerización –tendencias que, según la sapiencia convencional, son buenas para la salud de una economía- aumentan las faltas por razones médicas, los tratamientos clínicos, los riesgos de infarto y una horda de problemas ligados al “stress”.

Se han acabado los tiempos cuando un empleador le aseguraba trabajo estable a quien cumpliera bien sus tareas. La carrera tradicional de toda la vida, subiendo escalón por escalón en una o dos empresas, ya no existe. Un joven norteamericano o británico con educación terciaria debe prepararse para cambiar de trabajo no menos de once veces antes de jubilarse (si llega a hacerlo).

El sector privado ha dejado atrás el empleo tradicional, o sea de tiempo completo y duración indefinida. En cambio, uno de cada cuatro estadounidenses no tiene relación de dependencia, trabaja medio tiempo o es cuentapropista. Cuatro de diez norteamericanos trabajan fuera de hora; es decir, por la noche, en turnos rotatorios o fines de semana. ¿Para qué? Para cubrir exigencias de negocios globales –cadenas de abastecimiento, centros de llamadas, telecomunicaciones, computación, Internet-, que tienen clientes o usuarios alrededor del planeta.

Este tipo de tareas requiere también, en forma creciente, más tiempo. En EE.UU., se trabaja ya más de 1.800 horas anuales. Eso contrasta con Alemania (900) y representa algo más que en Japón, señala la OIT. En economías emergentes y periféricas, naturalmente, hay casos superiores a 5.000 horas, pero es difícil verificarlos o probarlos.

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