En Gran Bretaña, la mayonesa Hellmann’s contiene el 50% de grasa saturada –mala para el colesterol- que su original norteamericana. El queso cremoso Philadelphia lleva 15% más calorías en Nueva York que en Roma. A su vez, las superdulces barritas All-Bran (Kellogg’s) tienen en Los Ángeles el triple de sodio que en Monterrey.
Todo es igual, inclusive la publicidad, salvo el contenido de los envases. Adentro, “surgen inesperadas diferencias nutricionales, porque –señalan la inglesa Deborah Ball y la estadounidense Sarah Ellison- las empresas alimentarias adaptan recetas a gustos, condiciones de plaza y regulaciones locales. O sea que las marcas globales no pasan del marketing.
Así, varias líneas de alimentos y golosinas habituales en los supermercados norteamericanos contienen bastante más grasas, sodio y edulcorantes artificiales que sus equivalentes vendidos en la Unión Europea o Japón. Algo parecido, aunque en menor escala, se da en comida para mascotas.
“En Europa occidental, Japón, Surcorea o Taiwán, los alimentos tienden a ser más sanos que en ambas Américas”, admite Peter Mattson, de Mattson & Co., firma especializada en desarrollo de productos alimenticios. “El público europeo, en particular, se ocupa más de su salud”.
Existen notables diferencias cuando se trata de compuestos u organismos genéticamente modificados (OGM). En la Unión Europea, el consumidor desconfía mucho de ellos. Por el contrario, Europa oriental, EE.UU. y Asia oriental no se interesan en el asunto. Eso se nota, además, en las exigencias para etiquetas: la Comisión Europea es terminante al respecto –obliga a describir OGM-, no así el resto de los reguladores (en las economías donde existen).
La mayonesa es un ejemplo típico, señala un trabajo publicado en el “Wall Street Journal”. “Unilever emplea aceite vegetal para fabricar Hellmann’s en Gran Bretaña, pero aceite de soya –generalmente OGM- en EE.UU. Eso explica la mayor proporción de grasas saturadas en el producto norteamericano”.
Pero aparecen tendencias opuestas. Con la población de los países prósperos preocupada por la obesidad, el colesterol malo y las grasas, las transnacionales se siente presionadas para mejorar y unificar contenidos nutricionales alrededor del mundo. “Somos hoy menos tolerantes a diferencias y excepciones locales”, afirma el holandés Jan Weststrate, del Instituto de Salud Unilever. “Ahora nos fijamos en niveles de grasa, azúcar y sodio”.
También empiezan a aparecer peculiaridades culturales o dietas religiosas. Por supuesto, alimentos y bebidas “kasher” existen desde hace generaciones en ciudades con colectividades judías. Pero hoy se trata de hábitos chinos, hindúes, vietnamitas, etc. En el Reino del Medio, Cadbury Schweppes fabrica chocolates de la marca inglesa con menos leche y manteca (algo así sucede en Argentina, si bien no en forma explícita). En ese caso, los productos de adaptan a la dieta escasa en lácteos de los chinos.
En 2003, Nestlé y Unilever hicieron punta en planes para reducir grasas (especialmente las transaturadas) y sodio en escala internacional. Poco después, Kraftt las emulaba. Así, meses atrás Unilever eliminó grasas transaturadas de la margarina Promise en EE.UU., imitándose a sí misma, pues lo había hecho diez años antes en Gran Bretaña. Por el contrario, en Latinoámerica las peligrosos grasas transaturadas están por todos lados.
En Gran Bretaña, la mayonesa Hellmann’s contiene el 50% de grasa saturada –mala para el colesterol- que su original norteamericana. El queso cremoso Philadelphia lleva 15% más calorías en Nueva York que en Roma. A su vez, las superdulces barritas All-Bran (Kellogg’s) tienen en Los Ángeles el triple de sodio que en Monterrey.
Todo es igual, inclusive la publicidad, salvo el contenido de los envases. Adentro, “surgen inesperadas diferencias nutricionales, porque –señalan la inglesa Deborah Ball y la estadounidense Sarah Ellison- las empresas alimentarias adaptan recetas a gustos, condiciones de plaza y regulaciones locales. O sea que las marcas globales no pasan del marketing.
Así, varias líneas de alimentos y golosinas habituales en los supermercados norteamericanos contienen bastante más grasas, sodio y edulcorantes artificiales que sus equivalentes vendidos en la Unión Europea o Japón. Algo parecido, aunque en menor escala, se da en comida para mascotas.
“En Europa occidental, Japón, Surcorea o Taiwán, los alimentos tienden a ser más sanos que en ambas Américas”, admite Peter Mattson, de Mattson & Co., firma especializada en desarrollo de productos alimenticios. “El público europeo, en particular, se ocupa más de su salud”.
Existen notables diferencias cuando se trata de compuestos u organismos genéticamente modificados (OGM). En la Unión Europea, el consumidor desconfía mucho de ellos. Por el contrario, Europa oriental, EE.UU. y Asia oriental no se interesan en el asunto. Eso se nota, además, en las exigencias para etiquetas: la Comisión Europea es terminante al respecto –obliga a describir OGM-, no así el resto de los reguladores (en las economías donde existen).
La mayonesa es un ejemplo típico, señala un trabajo publicado en el “Wall Street Journal”. “Unilever emplea aceite vegetal para fabricar Hellmann’s en Gran Bretaña, pero aceite de soya –generalmente OGM- en EE.UU. Eso explica la mayor proporción de grasas saturadas en el producto norteamericano”.
Pero aparecen tendencias opuestas. Con la población de los países prósperos preocupada por la obesidad, el colesterol malo y las grasas, las transnacionales se siente presionadas para mejorar y unificar contenidos nutricionales alrededor del mundo. “Somos hoy menos tolerantes a diferencias y excepciones locales”, afirma el holandés Jan Weststrate, del Instituto de Salud Unilever. “Ahora nos fijamos en niveles de grasa, azúcar y sodio”.
También empiezan a aparecer peculiaridades culturales o dietas religiosas. Por supuesto, alimentos y bebidas “kasher” existen desde hace generaciones en ciudades con colectividades judías. Pero hoy se trata de hábitos chinos, hindúes, vietnamitas, etc. En el Reino del Medio, Cadbury Schweppes fabrica chocolates de la marca inglesa con menos leche y manteca (algo así sucede en Argentina, si bien no en forma explícita). En ese caso, los productos de adaptan a la dieta escasa en lácteos de los chinos.
En 2003, Nestlé y Unilever hicieron punta en planes para reducir grasas (especialmente las transaturadas) y sodio en escala internacional. Poco después, Kraftt las emulaba. Así, meses atrás Unilever eliminó grasas transaturadas de la margarina Promise en EE.UU., imitándose a sí misma, pues lo había hecho diez años antes en Gran Bretaña. Por el contrario, en Latinoámerica las peligrosos grasas transaturadas están por todos lados.