Imaginar la vida en un planeta más caliente

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La urgencia con que tenemos que ocuparnos del cambio climático no es por una cuestión de corrección política, es por una razón de verdadero peligro. Pero como el peligro es de largo plazo, es difícil logar acciones urgentes.

Por lo general se habla de los peligros del cambio climático con argumentos éticos y hasta bíblicos. Pero el mundo necesita comenzar a pensar en el cambio del clima en el lenguaje frío y práctico del riesgo y la seguridad. Visto con esta lente, invertir dinero para contener el calentamiento del planeta en el corto plazo con mecanismos como fijar un precio a las emisiones de CO2, como invertir en tecnologías de energía limpia y en la preservación de bosques podría resultar un tema más digerible para todos.

Esto es, en síntesis, lo que Gernot Wagner y Martin L. Weitzman dicen en Climate Shock: The Economic Consequences of a Hotter Planet, economista del Environmental Defense Fund el primero y de la Harvard University el segundo.

El libro hace una sintética mirada al cambio climático desde la perspectiva económica, comparando el calentamiento global con otros riesgos y peligros que enfrenta la humanidad.

La imagen más reveladora del libro es la posibilidad de una catástrofe global, que definen como un eventual aumento de la temperatura promedio global de más de 6º que se produciría como resultado de un cambio climático de alrededor de 10%. El mundo cambiaría irremediablemente si solo la mitad de eso ocurriera.

Un aumento catastrófico de la temperatura significaría costos de 10% o más y pérdidas superiores a 30% en producción económica global. Esos costos vendrían asociados a enormes inversiones en infraestructura industrial necesarios para hacer la transición a un mundo con un nuevo clima y mayores niveles oceánicos. También incluyen pérdidas de ecosistemas y de vidas humanas y animales imposibles de cuantificar.

Por todo esto, los autores señalan que tiene una enorme lógica económica invertir fuerte en tratar de contener y reducir el cambio climático en el corto plazo. Proponen, como punto de partida para este argumento, que los gobiernos del mundo pongan un precio a las emisiones de dióxido de carbono de por lo menos US$ 40 por tonelada, mediante impuestos ya sea al uso de la energía o a la producción de energía.

Según ellos, ese tipo de impuestos son lógicos y fáciles de recaudar. Pero, por mínimos que sean, generan polémica. Australia los acaba de abolir. Según los autores, hasta las ideas más fantasiosas, como construir un sistema de detección de asteroides para desviarlos en su carrera hacia la tierra parecen menos polémicos que invertir en crear políticas ambiciosas para atender el cambio climático. ¿Por qué? Porque ese problema es incierto y de largo plazo, aunque sea irreversible.”

 

Difícil convencer

 

Ahí está el problema, en que es difícil convencer a la gente de que se proteja contra un fenómeno o una posibilidad que no cree que le afecte en forma inminente, o dentro de lo que le queda de vida. Y en el que además no creen. Un estudio realizado hace poco en Estados Unidos descubrió que en ninguno de los 50 estados que conforman el país hay una mayoría de residentes que cree que el calentamiento global los dañará personalmente.

Algo parecido ocurre con este libro y el resto de los libros sobre el mismo tema. Quien no cree en la seriedad del peligro del cambio climático no lo va a encontrar interesante. No se propone, además, convencer a los que no creen en la importancia de la ciencia del cambio climático global.

Sin embargo, el libro sirve como un llamado a la acción para los dueños de empresas, líderes, economistas y políticos que buscan argumentos puramente racionales y enfocados en las finanzas para actuar sobre el clima. Evita en todo momento el tono grandilocuente de muchos otros trabajos sobre el clima, como dijo Wagner a Strategy + Business en una entrevista.

Los activistas alarmistas, que son muchos, son muy criticados y se los acusa de crear movimientos sin metas logrables. Algunos proponen que el mundo vuelva a un estado en el cual la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera sea de 350 partes por millón, el nivel donde se encontraba hace 25 años. Eso es tecnológica y económicamente imposible. Otras “soluciones” como dejar de invertir en combustibles fósiles ofrecen cierta satisfacción moral pero pueden no producir resultados útiles.

Queda por verse si el temor a un shock económico será lo suficientemente poderoso como para instar a la acción a diferentes instituciones.

 

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