¿Por qué Argentina ya no iguala a Australia cuando, al menos hasta 1930, la superaba?. Los autores del trabajo que se resume a continuación se preguntan qué fundamentos puede tener la comparación, ante el abismo actual entre ambas economías. Hoy, Australia ocupa el décimo lugar del mundo en ingreso por habitante. Argentina está bajo el cuadragésimo (publicado en Mercado en mayo de 2005). <br /><br />Australia figura tercera en desarrollo humano y Argentina ocupa el puesto 34. En Australia, el 20% más rico de la población gana siete veces más que el 20% más pobre y nadie vive con menos de dos dólares estadounidenses diarios. En Argentina, el 20% más rico gana dieciocho veces el ingreso del 20% más pobre y más de 14% vive cada día con menos de dos dólares. <br />Las comparaciones eran muy válidas, por ejemplo, para muchos actores políticos entre fines del siglo XIX y la gran depresión, dicen los autores de este ensayo, Pablo Gerchunoff y Pablo Fajgelbaum, encomendado por la Fundación Pent (*). <br /><br />Julio A. Roca envió una misión a las colonias australianas, intuyendo que los informes de sus emisarios le develarían el misterio del futuro argentino. <br /><br />Poco después, Godofredo Daireaux examinó la pujanza de la estancia argentina en relación con los establecimientos australianos en el censo ganadero de 1908. Rafael Herrera Vegas, ministro de Hacienda de Marcelo T. de Alvear, decidió que el joven becario Raúl Prebisch viajara a Melbourne para analizar la tributación rural directa. <br /><br />Ambos países se disputaban los mercados internacionales de bienes primarios. Lo dice el título de un opúsculo publicado en 1901 por el político australiano A.W. Pearse (<em>Our great rival: the Argentine republic</em>). Lo decía también Pedro Luro, durante los debates de 1899: “Argentina y Australia luchan hoy por el primer rango en producción ovina. La exportación conjunta de carnes congeladas ha alcanzado en 1898 seis millones y pico de cabezas”. Para el dirigente, “si se estudian las condiciones de uno y otro, puede asegurarse que nosotros saldremos definitivamente triunfantes en esta<em> lucha por el predominio</em>”. Sin embargo, un siglo más tarde, Argentina y Australia no son adversarios económicos de la misma talla. <br /><br />¿Se debieron las erradas predicciones de Pearse y Luro a incapacidad de apreciar rasgos fundamentales en cada economía, ya evidentes entonces, o –acaso- acontecimientos totalmente imprevisibles dieron vuelta la historia? Sea cual fuere la respuesta, en algún momento la brecha entre ambas naciones del sur se tornaría abismal. <br /><br />Recién en esa fase surgió el interés académico: comparar Argentina con Australia era y es atrayente. Así, desde mediados de los años ´60, hubo numerosos debates y trabajos de historia económica dedicados a esa comparación, al menos del lado argentino. El caso recordado es el de un seminario en el Instituto Torcuato Di Tella (1979), con expertos argentinos y australianos. <br /><br />Más de 25 años después, puede ratificarse que –como afirmaban algunos panelistas- el progresivo deterioro argentino tenía, predominantemente, origen en ventajas geoeconómicas y geopolíticas de Australia. La ubicación en el Pacífico sur y su relación con Gran Bretaña la habían beneficiado comercialmente durante los conflictos bélicos en la primera mitad del siglo XX. El pacto Roca-Runciman (1934) es un ejemplo típico, en varios sentidos. <br /><br />La abundancia de recursos minerales había contribuido ya a diversificar la base industrial australiana y a reducir la dependencia de insumos importados. Sólo de manera marginal se hizo referencia, en 1979, a los rasgos distintivos en lo cultural e institucional que habían desvelado a los emisarios de Roca y constituyen ahora argumentos central: el legado británico en Australia, en contraste con el español en Argentina, la temprana instalación de la democracia allá o la solidez de sus instituciones <em>vis à vis</em> la demorada modernización argentina. <br /><br />El dictamen de ese seminario no llegaba a ser muy condenatorio del desarrollo argentino. Quedaba claro, sí, que el país había crecido más rápido hasta por lo menos 1930. Por cierto, las posturas más escépticas sobre Argentina no eran suficientemente sólidas para respaldar la idea de un fracaso argentino y un éxito australiano. La mayor parte del diferencial en el ingreso por habitante, a fines de los ´70 del siglo XX, se explicaba por los niveles de riqueza inicial. ¿Podrían refrendarse, con la información al presente, esas convicciones? <br /><br />La respuesta es inevitablemente negativa. Algo distinto ocurrió desde entonces. Desentrañar la brutal caída relativa de Argentina durante casi cuarenta años obligará a reescribir el pasado.
<strong>Fases de comparación </strong><br /><br />Si la comparación se justifica, deberá centrarse en su medida sumaria: el producto por habitante de Argentina en relación con el de Australia. Este estudio parte de cifras y tendencias sobre 120 años. Al comienzo, el PB/h argentino crece más rápido que el australiano y parece convalidar aquel optimismo de Luro. Pero esas esperanzas nunca cristalizan y, a partir de cierto momento, la brecha vuelve a ensancharse hasta caer por debajo de los valores de partida. Forman una U invertida, cuyo brazo izquierdo marca la <em>convergencia argentina</em>, ese medio siglo inicial de pujanza. <br /><br />El brazo derecho marca una desalentadora <em>divergencia </em>de siete décadas. Así pues ¿dónde se ubica la ruptura entre las dos épocas? Aparecen dos posibilidades: 1929/32 y 1945/51, la gran depresión y el primer peronismo. <br /><br />Hay dos historias distintas detrás de cada fecha y, también, una disputa nada trivial entre econometristas. Este trabajo, al examinar tendencias, termina ubicándose en una clara corriente historiográfica, pues considera la crisis de los ´30 como punto de corte. Ante dos fases largas de trazo grueso, conviene resaltar los matices. Hay una <em>convergencia inicial</em>, hasta la primera guerra mundial, y una <em>convergencia final,</em> a partir de ella. El año ´14 significó un golpe más duro para la dinámica economía argentina que para la medianía australiana. Si bien la convergencia se retomó en 1919, mostraba ya rasgos estructurales y políticos diferentes en cada país. <br /><br />La historia de la <em>divergencia </em>es un camino en tres etapas, hasta que los desiguales perfiles económicos de Argentina y Australia tornan casi caprichosa la comparación. La primera etapa va desde comienzos de la gran depresión hasta fines de la segunda guerra (1929-1945) y refleja una <em>divergencia moderada</em>. La segunda fase coincide con los<em> treinta años gloriosos</em> de expansión mundial (1946-75) y marca una<em> divergencia débil</em>. La tercera etapa (1976 en más) es el final de la historia y muestra la<em> divergencia fuerte</em>. <br /><br />Durante la convergencia inicial, Argentina exhibe su mayor tasa de crecimiento de población, gracias a una caudalosa inmigración. Pero, al tratarse de una economía joven, donde el trabajo aún constituye una proporción importante del ingreso, el aumento en el PBI era todavía más veloz. <br /><br />Incrementos de productividad y mercado en expansión van por entonces de la mano. Así se genera el elevado diferencial en los PB/h de Argentina y Australia. Durante la convergencia final, una combinación de factores internacionales y domésticos desacelera el crecimiento del PBI y la población en ambos países. Australia registra una expansión casi cero en el PB/h y el angostamiento de la brecha se prolonga a un ritmo apenas inferior al de la <em>convergencia inicial. </em><br /><br />A partir de la crisis del 30, los vientos favorables a la Argentina se revierten bruscamente. Pero, para apreciar la magnitud y las características del cambio, será útil un ejercicio de descomposición. Enfocando sólo el PB/h, se concluye que la caída relativa de Argentina entre 1929 y 1945 (-1,47% anual) está por debajo de la correspondiente al desastre final (-2,15% anual). Pero hay otra perspectiva que refuerza los conceptos de <em>divergencia moderada y fuerte</em>: entre 1929 y 1945, el crecimiento de la población argentina explica la mitad de la caída en el PB/h relativo. Mientras tanto, entre 1976 y 2002 casi la totalidad reside en el estancamiento del PBI.
Los comienzos <br /> <br /> Yendo hacia atrás, considerando que Argentina y Australia eran espacios de colonización reciente, resulta tentador identificar el comienzo de los “tiempos modernos” con el arribo de los conquistadores. Pero sería incorrecto, pues -aparte de la diferencia cronológica entre ambas ocupaciones-, durante un largo período posterior a la llegada de los primeros colonizadores, hubo obstáculos institucionales y económicos que inhibieron tanto a la Argentina como a Australia. <br /><br /> El territorio australiano fue <em>descubierto </em>en el siglo XVI por españoles (si no antes por chinos) y, en el siguiente, por holandeses. Recién pasó a control inglés con la llegada de James Cook en 1770. Visto como solución para el hacinamiento penitenciario de Gran Bretaña, entre 1788 y 1821 se construyeron allí cuatro penales, utilizando como mano de obra a quienes irían a ocuparlos. <br /><br /> En ese lapso, ingresaron más de 30.000 convictos. Durante casi cuarenta años, el progreso estuvo limitado por la estática estructura de la sociedad carcelaria, concebida para mantener vivos a oficiales, soldados y reclusos. No para hacer negocios. Aún en 1820, más de 65% de los habitantes eran niños y presos, en tanto la actividad económica pasaba por la destilación y el tráfico ilegales de bebidas alcohólicas. <br /><br /> Sin embargo, a partir de los años ´20 (siglo XIX), Australia experimentó su primer auge pastoril. La inmigración de trabajadores británicos y el incremento de población libre nacida en las colonias mejoraron el capital humano. Paralelamente, la abundancia de pasturas y el clima benigno favorecieron la producción de lana fina apta para las industrias textiles de Yorkshire. Entre 1830 y 1850 su producción creció veinte veces y la población pasó de 70.000 a 405.000 habitantes. En Argentina, el crecimiento llegó casi medio siglo después del auge lanero australiano. <br /><br /> Aunque el virreinato del Río de la Plata se constituyó casi al mismo tiempo que la conquista de James Cook (pero seguía a dos siglos de presencia española), los conflictos armados internos y externos hasta el último cuarto del siglo XIX contrastaban con la pacífica evolución de las colonias australianas. Su transición hacia el autogobierno se produjo sin lucha contra la metrópoli. <br /><br /> No había países limítrofes con quienes guerrear. Por otra parte, los indígenas fueron diezmados con facilidad y las disputas intercoloniales no pasaban de la competencia por atraer inmigrantes o roces comerciales que, en comparación con las turbulencias argentinas, resultaban pintorescos. <br /><br /> En Argentina, por el contrario, a las luchas por la independencia les sucedieron enfrentamientos entre unitarios y federales, guerras con países limítrofes (principalmente la de la Triple Alianza), rebeliones internas -lideradas por caudillos diversos- y el aniquilamiento de los nativos. <br /><br /> Así, suele fecharse recién en 1880 la consolidación de un orden institucional favorable al progreso. Admitiendo la demora institucional postulada por Tulio Halperín Donghi, ¿debe compararse entonces el 1880 argentino con el 1820 australiano? Para los compiladores de este estudio, la respuesta es negativa. Sería un error equiparar –sostienen- la expansión argentina desde fin del siglo XIX con el crecimiento australiano, impulsado por un temprano florecimiento rural. <br /><br /> Ello implicaría olvidar que Argentina exhibió una prehistoria de cierto dinamismo económico anterior a Roca. De hecho, se comenzó a producir y exportar cuero, tasajo y lana mucho antes de completarse las campañas del desierto y el Chaco. <br /> Desde la instauración del comercio libre, poco antes de la revolución de 1810 (influían las invasiones inglesas y la representación de los hacendados, 1806 a 1808), Argentina había iniciado un recorrido lento y por cierto elemental hacia la integración con los flujos del intercambio mundial. Por ese camino llegaría a disputarle algunos mercados a la lana australiana, hacia mediados del siglo. Pero, más que por eso, la comparación sería errónea porque el crecimiento argentino finisecular y la transformación social aparejada fueron demasiado espectaculares como para contrastarlos con el tranquilo despegue agrario australiano. Hubo en esa aceleración argentina una combinación afortunada: el afianzamiento del estado nacional coincidió con una época de refinamiento en las relaciones económicas internacionales y evolución cualitativa de técnicas de producción y transporte: la máquina y el barco a vapor, el enfriamiento artificial de carnes, etc.. <br /> <br /> <strong>La bonanza del oro </strong><br /> <br /> Pero, entonces ¿cuándo comenzó en Australia una fase de progreso de magnitud análoga a la de Argentina desde 1880? En verdad, ese continente no debió esperar hasta el excepcional contexto que supo aprovechar su rival. Un hallazgo en su propio subsuelo, el oro, le permitiría gozar por décadas del ingreso por habitante más elevado del mundo. <br /><br /> El inicio de esta inusitada bonanza está fechado: abril de 1851 en Bathurst, Nueva Gales del Sur. Ahí se descubrió la primera veta áurea. Rápidamente, siguieron otras en el resto del país, que motivaron un nuevo aluvión inmigratorio. La población se triplicó en una década hasta alcanzar 1.200.000 en 1861 y volvió a hacerlo durante los treinta años siguientes. En tanto, se multiplicaban las inversiones británicas. <br /><br /> En 1880, Argentina inició su propia historia de singular prosperidad, coincidiendo con la época cuando los altos rindes auríferos en Australia estaban ya decayendo. Fue la combinación de ambas circunstancias lo que permitió las comparaciones entre ambos competidores del sur. <br /><br /> La hipótesis de la convergencia y el “efecto carrera de caballos” ayudan, entonces, a comprender la pujanza argentina durante medio siglo (que no va más allá de 1930). Los supuestos que respaldan esta teoría implican que la convergencia debería suceder, monótonamente, hasta la igualación de los ingresos por habitante. Pero, si así hubiera sido, no se hubiera observado la declinación argentina relativa desde 1929/32: otros factores tienen que haber operado.
<strong>Dos países, un conflicto distributivo </strong><br />
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Si la convergencia tiene una explicación simple, la divergencia es por demás compleja. Se ha visto que con la <em>economía dura </em>se explica la convergencia pero no la divergencia, pues la <em>historia dura</em> responderá que el fracaso de la economía se origina en ignorar que cada caso es particular. Mas ello invalida la comparación. <br />
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La historia, es cierto, ayudará a reconocer que los <em>puntos de partida </em>no son necesariamente idénticos; tampoco los accidentes en cada país. Pero la economía vendrá en auxilio, demostrando que Argentina y Australia tienen rasgos comunes que -por contraste- permiten identificar los factores que bifurcaron caminos. <br />
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Los autores definen, en este punto, un país imaginario llamado <em>Argentalia</em>, predominantemente templado, ubicado en el hemisferio sur (Buenos Aires y Sydney están sobre el paralelo 34), a gran distancia de los centros de poder (Buenos Aires está a 11.000 kilómetros de Londres y 8.450 de Nueva York; Sydney a 17.000 y 15.990 respectivamente). <em>Argentalia </em>dispone, desde su origen, de población escasa y tierra abundante (ya en 1896, Argentina y Australia eran los dos países con menos habitantes por kilómetro cuadrado de tierra productiva). Debido a esa dotación de recursos, ha tenido salarios relativamente altos respecto del promedio mundial. <br />
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Como productora de materias primas, <em>Argentalia </em>vio la cara y la ceca de la moneda. Por décadas, mantuvo relación privilegiada con la potencia dominante, exportándole productos primarios, necesarios a su industrialización, e importando insumos, bienes de capital y uso, amén de mano de obra. Desde 1930, en cambio, sufrió la decadencia del comercio de bienes primarios. <br />
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Con fortuna en algunas épocas e infortunio en otras, Argentalia chocó de todas maneras con una revelación: la dotación originaria de recursos había sido una condena. Al calor del mercado interno y la evolución tecnológica de los procesos productivos, fueron surgiendo algunas manufacturas, especialmente las que transforman materias primas antes exportadas. Pero <em>Argentalia </em>no es un país bien pertrechado para una industrialización sostenida y diversificada. <br />
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Obviamente, mientras las corrientes mundiales sigan beneficiándola, a <em>Argentalia </em>le conviene el libre comercio, porque esto impulsa el crecimiento. Pero a sus trabajadores les conviene el proteccionismo porque, dadas las condiciones estructurales, la protección creará empleo, elevará salarios reales y mejorará la distribución del ingreso. <br />
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Este conflicto distributivo característico tiene manifestaciones diferentes según los países reales en los que <em>Argentalia </em>se encarna históricamente. Más agudo será el conflicto cuanto más distributivo sea el proteccionismo y más distributivo será el proteccionismo cuanto más trabajo intensivos sean los sectores industriales nacidos a su amparo, cuanto mayor sea la proporción del empleo total aportado por sectores protegidos y cuanto mayor sea la participación de materias primas exportadas en la canasta de consumo popular. <br />
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Sobre el final de esta síntesis, puede notarse que, en la fase de divergencia, Australia ha tenido un conflicto distributivo y una volatilidad más atemperados que Argentina. Cabe aquí una digresión: en <em>Argentalia</em>, las políticas distributivas no se originan necesariamente en el proteccionismo. Eventualmente, podrá haberlas de otra índole pero, si el comercio mundial es dinámico, ese proteccionismo impedirá que los precios relativos de economía abierta neutralicen el impacto distributivo de esas otras medidas y hará tolerable a las empresas el aumento del costo laboral. <br />
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(*)<em> Encuentros y desencuentros de dos primos lejanos. Un ensayo de historia económica comparada de Argentina y Australia.</em>