Física: Nobel por probar la teoría de la explosión primigenia

Otra vez, dos norteamericanos se imponen, George Smoot y John Mather obtuvieron el Nobel de física. Entretanto, John Barrow busca una intervención divina en el “big bang” vía “diseño inteligente”.

4 octubre, 2006

En mayo de 1992, Smoot reveló haber obtenido una “foto” muy precisa del universo apenas producida la explosión primigenia, término bastante más serio que “big bang”. Se trataba realmente de un mapa estelar trazado por el satélite explorador de radiación cósmica de fondo.

La imagen celeste mostraba fluctuaciones de temperatura de un cienmilésimo de grado Celsius, que respaldaban la teoría de la explosión iniciadora del espaciotiempo donde se mueve este cosmos. El martes, los dos investigadores supieron que habían recibido el Nobel por “su descubrimiento de la forma de un cuerpo obscuro y la anisotropía de la radiación cósmica de fondo”.

A criterio de varios astrofísicos y como ocurrió con el Nobel de fisiología, ambos nombres estaban cantados. Más aún: el británico Stephen Hawking había calificado esos trabajos como “uno de los hallazgos más importantes de la historia”. Desde que, en 1965, Arno Penzias y Robert Wilson descubrieron accidentalmente la radiación cósmica de fondo, un ruido inexplicable en la atmósfera asociado a radiación residual (o “eco” de la explosión primigenia), los científicos buscaban obtener imágenes más precisas para corroborar la teoría en sí.

Se postulaba que, en ese punto espaciotemporal, hubo deshomogeneidades que se transmitieron a la materia. Para los expertos, eran como grumos, semillas necesarias para que la materia empezase a agregarse y a formar estructuras como las conocidas hoy.

Pero no todos los astrofísicos son tan racionales ni laicos. Uno de ellos, John Barrow, acaba de publicar un curioso artículo en el mensuario “Newton”. Según él, existen serias posibilidades de elaborar una teoría del “big bang” ligada a la intervención divina. Una forma más sutil del “diseño inteligente” que imaginan los creacionistas norteamericanos, enemigos de Isaac Newton, Charles Darwin y otros réprobos.

En mayo de 1992, Smoot reveló haber obtenido una “foto” muy precisa del universo apenas producida la explosión primigenia, término bastante más serio que “big bang”. Se trataba realmente de un mapa estelar trazado por el satélite explorador de radiación cósmica de fondo.

La imagen celeste mostraba fluctuaciones de temperatura de un cienmilésimo de grado Celsius, que respaldaban la teoría de la explosión iniciadora del espaciotiempo donde se mueve este cosmos. El martes, los dos investigadores supieron que habían recibido el Nobel por “su descubrimiento de la forma de un cuerpo obscuro y la anisotropía de la radiación cósmica de fondo”.

A criterio de varios astrofísicos y como ocurrió con el Nobel de fisiología, ambos nombres estaban cantados. Más aún: el británico Stephen Hawking había calificado esos trabajos como “uno de los hallazgos más importantes de la historia”. Desde que, en 1965, Arno Penzias y Robert Wilson descubrieron accidentalmente la radiación cósmica de fondo, un ruido inexplicable en la atmósfera asociado a radiación residual (o “eco” de la explosión primigenia), los científicos buscaban obtener imágenes más precisas para corroborar la teoría en sí.

Se postulaba que, en ese punto espaciotemporal, hubo deshomogeneidades que se transmitieron a la materia. Para los expertos, eran como grumos, semillas necesarias para que la materia empezase a agregarse y a formar estructuras como las conocidas hoy.

Pero no todos los astrofísicos son tan racionales ni laicos. Uno de ellos, John Barrow, acaba de publicar un curioso artículo en el mensuario “Newton”. Según él, existen serias posibilidades de elaborar una teoría del “big bang” ligada a la intervención divina. Una forma más sutil del “diseño inteligente” que imaginan los creacionistas norteamericanos, enemigos de Isaac Newton, Charles Darwin y otros réprobos.

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