domingo, 22 de diciembre de 2024

Efecto invernadero: un proyecto en el congreso norteamericano

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Fracasó la conferencia sobre cambio climático de Naciones Unidas, en Balí. Estados Unidos, Japón, China, Rusia y la Unión Europea no lograron compromisos en cuanto a dióxido y monóxido de carbono. Ahora resta una opción “blanda”.

Se trata de un planteo más modesto, pero útil, que circula por el Capitolio. En su versión actual, el proyecto Lieberman-Warner tiende a una ley de seguridad climática. Su clave: poner topes a insumos contaminantes vía un plan de permisos intercambiables. Por supuesto, hay muchos debates sobre qué nivel para reducir emisiones es realista. Los críticos del esquema objeta que podría deteriorar la competencia estadounidense ante grandes exportadores en desarrollo, en particular China e India.

Pero, en vez de esgrimir la pasividad de Beijing como excusa para afrontar el problemas, EE.UU. debiera analizar por qué aumentan las emisiones chinas. Obran muchos factores, todos relativos al rápido crecimiento económico. Uno de ellos es la enorme expansión de la industria exportadora. Por cierto, un estudio de Tyndall Centre (una entidad británica dedicada al cambio climático) revela que, en 206, las exportaciones representaban 23% de los gases tipo invernadero emitidos en China.

Todo saben adónde van esas exportaciones: a economías centrales, en especial EE.UU., que absorbe un cuarto. Casi 6% de emisiones de gases contaminantes chinas se usa o consume en la superpotencia. Eso equivale el total producido por Australia o Francia.

Tyndall sostiene que las políticas para reducciónde gases fósiles debieran centrarse en el consumo de carbono, no en las emisiones. Esto tiene sentido, al menos mientras no se alcancen acuerdos globales sobre el efecto invernadero.

Un objeto del sistema de permisos intercambiables es que los precios de bienes reflejen los daños que su fabricación le causan al planeta. Por ejemplo, un televisor cuyo proceso industrial incluya alta emisión de gases contaminantes costará más, porque sus productores deberán comprar más permisos de emisión.

No faltarán problemas, claro. Verbigracia, si una empresa debe adquirir permisos para fabricar televisores en un país con restricciones sobre emisión de gases carbónicos, pero no en uno donde no existan normas al respecto. Los aparatos de este país serán más baratos y no serán incentivos para disminuir emisiones.

En la versión corriente del proyecto norteamericano, una cláusula vincula la responsabilidad a usuarios o comsumidores, no a productores de emisiones. Pero esto refleja un doble “lobby”, típico de EE.UU., que combina las compañía eléctricas con los sindicatos de la actividad. Esta cláusula requiere a importadores de bienes provenientes de países sin restricciones a obtener igualmente, permisos canjeables.

Naturalmente, este proyecto generará costos inmediatos. Los métodos industriales chinos, por ejemplo, son mucho más “sucios” que los occidentales. Por tanto, el esquema elevará el precio promedio de importaciones chinas, quizás el móvil real tras la propuesta parlamentaria.

Se trata de un planteo más modesto, pero útil, que circula por el Capitolio. En su versión actual, el proyecto Lieberman-Warner tiende a una ley de seguridad climática. Su clave: poner topes a insumos contaminantes vía un plan de permisos intercambiables. Por supuesto, hay muchos debates sobre qué nivel para reducir emisiones es realista. Los críticos del esquema objeta que podría deteriorar la competencia estadounidense ante grandes exportadores en desarrollo, en particular China e India.

Pero, en vez de esgrimir la pasividad de Beijing como excusa para afrontar el problemas, EE.UU. debiera analizar por qué aumentan las emisiones chinas. Obran muchos factores, todos relativos al rápido crecimiento económico. Uno de ellos es la enorme expansión de la industria exportadora. Por cierto, un estudio de Tyndall Centre (una entidad británica dedicada al cambio climático) revela que, en 206, las exportaciones representaban 23% de los gases tipo invernadero emitidos en China.

Todo saben adónde van esas exportaciones: a economías centrales, en especial EE.UU., que absorbe un cuarto. Casi 6% de emisiones de gases contaminantes chinas se usa o consume en la superpotencia. Eso equivale el total producido por Australia o Francia.

Tyndall sostiene que las políticas para reducciónde gases fósiles debieran centrarse en el consumo de carbono, no en las emisiones. Esto tiene sentido, al menos mientras no se alcancen acuerdos globales sobre el efecto invernadero.

Un objeto del sistema de permisos intercambiables es que los precios de bienes reflejen los daños que su fabricación le causan al planeta. Por ejemplo, un televisor cuyo proceso industrial incluya alta emisión de gases contaminantes costará más, porque sus productores deberán comprar más permisos de emisión.

No faltarán problemas, claro. Verbigracia, si una empresa debe adquirir permisos para fabricar televisores en un país con restricciones sobre emisión de gases carbónicos, pero no en uno donde no existan normas al respecto. Los aparatos de este país serán más baratos y no serán incentivos para disminuir emisiones.

En la versión corriente del proyecto norteamericano, una cláusula vincula la responsabilidad a usuarios o comsumidores, no a productores de emisiones. Pero esto refleja un doble “lobby”, típico de EE.UU., que combina las compañía eléctricas con los sindicatos de la actividad. Esta cláusula requiere a importadores de bienes provenientes de países sin restricciones a obtener igualmente, permisos canjeables.

Naturalmente, este proyecto generará costos inmediatos. Los métodos industriales chinos, por ejemplo, son mucho más “sucios” que los occidentales. Por tanto, el esquema elevará el precio promedio de importaciones chinas, quizás el móvil real tras la propuesta parlamentaria.

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