Esta es la base de una gran discusión que tiene repercusiones en todas las latitudes y en todos los ámbitos de actividad. Ocho de las diez empresas con mayor valor en todo el mundo, son firmas tecnológicas de vanguardia.
El valor combinado de capitalización bursátil asciende a US$ 4,7 billones (millones de millones en español).
Si se revisa la lista de las 100 empresas más valiosas del planeta, estas ocho representan 30% del valor combinado de las otras 92.
Cinco de estas firmas son de Estados Unidos (Apple, Alphabet, Microsoft, Amazon y Facebook); dos son de China (Alibaba y Tencent); y la restante es de Corea del Sur (Samsung).
Para tener una idea de magnitudes, la empresa tecnológica europea más importante –SAP- es la número 60 entre las más grandes del mundo.
Es cierto que el actual valor de mercado, debido a multitud de circunstancias, puede descender abruptamente, pero éste es el punto de partida.
Para algunos analistas, lo positivo es que empresas de todo el mundo pueden sacar ventajas de esta posición lograda por este puñado de firmas. Los que tienen una visión negativa es que una economía que no tiene rol que jugar en este campo tecnológico, tampoco tendrá futuro en el escenario económico del futuro.
El gran tema que suscita el intenso debate es la extraordinaria valuación que tienen estas firmas. Por ejemplo, Apple tiene un capital de US$ 134 mil millones, pero la valuación del mercado es de casi US$ 900 mil millones. La implicación generalizada desde la perspectiva económica es que la firma es sin duda un monopolio. Con todos los beneficios que ello supone en el plano de la competencia. El año pasado el valor de todos los activos de Apple era de US$ 375 mil millones. Pero los activos fijos eran apenas de US$ 34 millones, diez veces menos.
Esta creencia que es compartida por George Soros, el conocido financista internacional, que como otros críticos piensa que se debe evitar que estas firmas compren potenciales competidores.
En la charla que dio en Davos, se sumó a estas críticas contra las grandes tecnológicas que hasta el año pasado, en ese mismo ámbito, merecieron solo elogios de los asistentes.
Explicó que, desde su perspectiva, son un obstáculo a la innovación, que en verdad se han convertido en fondos de inversión. Lo peor, dice Soros, es que cuando se vuelva lento el ritmo de crecimiento, se aliarán con regímenes autoritarios para proteger su posición y de paso, colaborarán con estados que tienen una política de vigilancia sobre sus ciudadanos.
Tal vez no hubo claridad sobre qué es lo que conviene hacer en estas circunstancias. Sin embargo el filántropo internacional, sostiene que la regulación y mayores impuestos que se deben imponer a estas firmas, reducirán su influencia y se evitará que el monopolio dañe a los individuos, a la innovación y a la democracia.
Si bien las empresas aludidas no contestaron, la crítica llega justo cuando tanto Bruselas como Washington están sometiendo a estas firmas a un riguroso escrutinio.