jueves, 26 de diciembre de 2024

Computadoras inteligentes con capacidad de especular

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Michael Kearns, Vasant Dhar y otros herederos de Alan Turing sueñan con la inteligencia artificial (IA). Pero su sesgo es poco tranquilizador: la ponen al servicio de la especulación financiera, no de la economía real ni la sociedad.

<p>Trabajando para la difunta Lehman Brothers, por ejemplo, Kearns hab&iacute;a intentado que una computadora hiciese algo hasta ahora casi imposible: pensar como un operador de Wall Street, pero manejando miles de transacciones sin perder de vistas sutiles cambios en los mercados.<br /><br />En un sentido, esta eventual &ldquo;m&aacute;quina de sacar ganancias&rdquo; parece una mutaci&oacute;n muy peligrosa de un proyecto japon&eacute;s, conocido hace m&aacute;s de veinte a&ntilde;os: los ordenadores de quinta generaci&oacute;n. Por motivos nunca bien claros, la idea qued&oacute; sepultada en los archivos. En 2007, ingenieros de sistemas y matem&aacute;ticos la desenterraron &ndash;sin mencionar su origen-, pero orientada a afinar instrumentos para grandes intermediarios financieros y burs&aacute;tiles.<br /><br />Naturalmente, el concepto de IA remite a la &ldquo;prueba de Turing&rdquo; (1951) para reconocer la inteligencia cibern&eacute;tica. Su ep&oacute;nimo, Alan Turing, se suicid&oacute; en 1954 y, reci&eacute;n en 1956, surgi&oacute; el t&eacute;rmino &ldquo;inteligencia artificial&rdquo;. A los dos a&ntilde;os, se cre&oacute; el programa Lisp, un lenguaje de IA, sustituido en 1964 por computadoras capaces de entender lenguaje humano b&aacute;sico, suficiente para resolver problemas algebraicos. Por fin, en 1965, aparece Eliza, un programa interactivo capaz de dialogar en ingl&eacute;s neutro y esquem&aacute;tico sobre cualquier t&oacute;pico.<br /><br />Ah&iacute; arrancan las innovaciones que desembocar&aacute;n en nuevos ensayos de &ldquo;IA financiera&rdquo;. En 1968, Stanley Kubrick, imagina &ndash;partiendo de Arthur Clarke- en &ldquo;2001&rdquo; un ordenador inteligente de tipo hol&iacute;stico, HAL-9000. A su vez, el escritor se inspiraba en el antepasado de la computaci&oacute;n, Charles Babbage (1792/1871), que concibi&oacute; -pero no construy&oacute;- una computadora de fichas perforadas. Mucho despu&eacute;s, en 1987/8, las operaciones autom&aacute;ticas ayudaron a provocar un crac burs&aacute;til global.<br /><br />Ello no impidi&oacute; que diversas aplicaciones de IA (&ldquo;m&aacute;quinas que aprenden&rdquo;) invadan todo tipo de sectores y, al fin, Internet. En 1999, Sony present&oacute; un perro robot que s&oacute;lo parece servir para que los japoneses se diviertan. En 2000, &ldquo;Inteligencia artificial&rdquo;, un producto mediocre de Steven Spielberg (astuto, pero nunca un Kubrick) se candidateaba para un Oscar que no obtuvo.<br /><br />&nbsp;</p>

<p>Kearns es un optimista cl&aacute;sico y sostiene que &ldquo;la IA cambiar&aacute; Wall Street primero y despu&eacute;s, el mundo&rdquo;. Olvida que gur&uacute;es de la ef&iacute;mera &ldquo;nueva econom&iacute;a&rdquo;, como Nicholas Negroponte o Abigail Cohen (Goldman Sachs) promet&iacute;an lo mismo hace diez a&ntilde;os. Tampoco advierte que, en el mundillo acad&eacute;mico, &ldquo;AI&rdquo; tiene una traducci&oacute;n ir&oacute;nica, &ldquo;aventuras imposibles&rdquo;. Sea como fuere, un ej&eacute;rcito de analistas cuantitativos (AC) y graduados terciarios quisiera desbancar a operadores convencionales.</p><p>Por supuesto, hace decenios que bancas de inversi&oacute;n, fondos de cobertura y otros segmentos usan AC para detectar relaciones y tendencias subyacentes. El objeto consiste en explotar esos datos en veloces transacciones computadas. Los AC pretenden excluir m&oacute;viles humanos &ndash;miedo, codicia-, pero ocurre que sus empleadores y los medios ven la codicia como virtud teologal.</p><p>Ap&oacute;stoles de la IA como Kearns, Dhar o Kathleen McKeown creen que el tiempo est&aacute; de su lado. Algunos tienen una meta nada modesta: construir un Warren Buffett cibern&eacute;tico, capaz de procesar todo tipo de interrogante financiero, econ&oacute;mico, geopol&iacute;tico, etc., que afecte al mercado. Por el contrario, muchos cient&iacute;ficos, empresarios o ejecutivos prefieren &ndash;como el difunto Peter Drucker, que conoci&oacute; a Turing-no tocar el tema. En verdad, la AI nunca satisfizo las ilusiones de los a&ntilde;os 60 y 70.</p><p>Existe una raz&oacute;n objetiva, bellamente expuesta en &ldquo;Solyaris&rdquo; &ndash;filme de Andry&eacute;i Tarkovskiy- o el ciclo &ldquo;Fundaci&oacute;n&rdquo; de Isaac As&igrave;mov. Tiene que ver con una situaci&oacute;n ya cl&aacute;sica: el ordenador derrota a eximios ajedrecistas, pero no puede predecir el decurso de una sola acci&oacute;n relevante. &iquest;Por qu&eacute;? Porque el tablero de ajedrez tridimensional es un sistema cerrado. Al rev&eacute;s, el mercado es un sistema abierto, una masa ilimitada o cambiante de operadores y otra similar de eventos, v&iacute;nculos, situaciones e imponderables. Por ello, una computadora no parece capaz de ganar una partida de p&oacute;quer ni la guerra en Afganist&aacute;n-Pakist&aacute;n.<br /><br />Obviamente, seg&uacute;n apunta Brian Hamilton (Raleigh), los programas tipo IA pueden resolver problemas espec&iacute;ficos seg&uacute;n par&aacute;metros finitos. As&iacute;, en febrero Intel anunci&oacute; haber desarrollado un microprocesador tama&ntilde;o u&ntilde;a capaz de procesar un bill&oacute;n de c&aacute;lculos por segundo. En los a&ntilde;os 90, lo mismo exig&iacute;a 10.000 semiconductores. Ante los creyentes se yergue otro obst&aacute;culo: el procesamiento de lenguajes naturales (PLN). Puesto en t&eacute;rminos f&aacute;ciles, la posibilidad de que un ordenador entienda un idioma humano, pueda usarlo y hasta aplicarlo a decisiones financieras.<br />&nbsp;</p>

<p>La norteamericana Collective Intellect emplea ya programas elementales tipo PLN que &ldquo;peinan&rdquo; 55 millones de sitios web en pos de datos que generen utilidades a fondos de cobertura (derivados). Otro campo de IA, las redes neurales, implica replicar con &ldquo;nanochips&rdquo; el esquema de la corteza cerebral. Pero hoy, ni los programas m&aacute;s complejos de IA muestran sentido com&uacute;n u olfato y, en situaciones cr&iacute;ticas, pueden ocasionar cat&aacute;strofes, confiesan Kearns y Dhar.<br />
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Sin duda, el lenguaje seguir&aacute; constituyendo una enrome brecha entre inteligencia humana y artificial. &ldquo;Cerrarla requiere enormes inversiones por parte de Wall Street y otras plazas&rdquo;, afirma Dhar, que concibe los mercados especulativos como &ldquo;gigantescos bancos de pruebas para la IA&rdquo;. <br />
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En medio de los nuevos debates, julio termina con otra novedad espectacular: avanzan estudio sobre c&oacute;mo el cerebro descifra el lenguaje escrito. Sucede que la escritura reci&eacute;n surge hace unos seis mil a&ntilde;os, si se aceptan como primeras formas el sistema cuneiforme sumerio y los jerogl&iacute;ficos egipcios. Pero el nexo directo entre sonidos y letras reci&eacute;n data de hace unos 3.500 a&ntilde;os. Obviamente, es muy poco para generar cambios evolutivos en el hombre, pero algo ocurri&oacute; para que las redes neurales hayan podido detectar signos y grupos fon&eacute;ticos cada vez m&aacute;s complejos. <br />
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