El comienzo del año transcurrió, para la economía, en medio de signos contradictorios. Por una parte, el plan de convertibilidad cumplió su tercer año de vida mostrando resultados sorprendentes en materia de estabilidad y crecimiento, aumento de la inversión y de los ingresos fiscales. Por la
otra, existe una serie de interrogantes relacionados principalmente con la evolución futura de las cuentas externas y con las variables políticas, que condicionan el programa en marcha. En este contexto, una legislación laboral más flexible y un aumento del superávit fiscal, que permita financiar una política de estímulo a la exportación, ayudarían a despejar las sombras en el horizonte.
A comienzos de abril el plan de convertibilidad cumplió su tercer aniversario. El programa ha tenido resultados notables en materia de crecimiento y estabilidad, alentando los negocios y el ingreso de capitales. En primer lugar, la economía argentina acumuló un crecimiento del producto de 25% en el
lapso 1991/´93. Mientras tanto, la tasa de inversión pasó de 14% del PBI en 1990 a 16,8% en 1993. El proceso de crecimiento de la actividad económica continuó durante el primer trimestre de 1994, aunque aparentemente a un ritmo más moderado.
En segundo lugar, la expansión económica de los últimos tres años fue acompañada por una declinación de la tasa de inflación, que se ha extendido hasta el comienzo de este año. Como consecuencia, en los últimos meses se ha frenado el deterioro del tipo de cambio real, lo que a su vez ha evitado que se agrave el problema de competitividad de las empresas que buscan insertarse en
los mercados externos o que deben competir con los productos importados en el mercado local.
Sin embargo, desde el comienzo mismo del plan, la competitividad de estas empresas ha sido
afectada no sólo por la caída en el tipo de cambio real, que en febrero de 1994 era 15% menor que en abril de 1991, sino también por los constantes incrementos del costo salarial en dólares, que durante ese mismo período aumentó en 29% (ver cuadro 1).
Esto condujo a un cambio de signo de la balanza comercial, que a partir de 1992 volvió a ser deficitaria, algo que no ocurría desde 1981 (ver cuadro 2). Hasta fines del año pasado, en un contexto caracterizado por el descenso de las tasas internacionales de interés y la abundancia de capitales dispuestos a trasladarse a los mercados emergentes, el financiamiento del déficit comercial no acarreó inconvenientes. Pero el comienzo de 1994 trajo consigo una importante novedad en ese terreno: el aumento de las tasas de interés en Estados Unidos. Este hecho, además de provocar un incremento -por ahora pequeño- en el gasto público, probablemente ocasionará un debilitamiento de
la afluencia de capitales hacia América latina, ya que aumenta el atractivo de las inversiones en Estados Unidos.
En la Argentina, la retracción en la entrada de capitales va a significar un menor nivel de ahorro externo para financiar las inversiones productivas. Por lo tanto, aun para mantener el actual nivel de inversión -que, por cierto, está aún lejos del que sería necesario para asegurar un crecimiento económico sostenido en el largo plazo-, va a requerirse un aumento del ahorro interno, ya sea
público (o sea, superávit fiscal) o privado.
Los datos del sector externo en el comienzo del año no fueron alentadores. En enero de 1994 el déficit comercial se situó en US$ 586 millones, muy superior al registrado en enero de 1993.
Mientras tanto, en un clima enrarecido por razones políticas, las ventas de dólares del Banco Central alcanzaron en marzo una magnitud significativa: US$ 725 millones.
Las variables político-económicas (que afectan el desempeño económico pero dependen de factores políticos ajenos al ministerio que timonea Cavallo) no han colaborado en el inicio del año con el afianzamiento del plan de convertibilidad.
Por un lado, la flexibilización laboral, que constituye un instrumento sumamente útil para mejorar la competitividad de las empresas argentinas y aumentar las posibilidades de empleo de quienes no tienen trabajo, sigue sin ser debatida en el Parlamento. Por el otro, la reforma constitucional tampoco parece contribuir a la consolidación del plan Cavallo, ya que probablemente dará lugar a un
aumento en el gasto público (más senadores, ministerios, nuevos organismos). La cuestión de la reforma de la Carta Magna suscita, además, el temor de que se introduzcan innovaciones populistas y contrarias a la racionalidad económica, tal como ocurrió en Brasil.
Por otra parte, en el comienzo del año la relación Menem-Cavallo estuvo marcada por un aumento en las tensiones, que llegaron a su punto máximo con el episodio que culminó con la destitución del titular de la Comisión Nacional de Valores, Martín Redrado. Sin embargo, el resultado de los comicios del 10 de abril fortaleció la figura de Cavallo: preocupado por la pérdida de votos sufrida
por el oficialismo y consciente de que es posible que de ahora en más la economía mundial juegue en su contra, Menem parece haber revalorizado a su ministro.
Pese a las dificultades, la columna vertebral de la convertibilidad se mantiene por ahora en buen estado: el superávit fiscal aumentó en 1993, permitiendo financiar la totalidad de los pagos de intereses de la deuda pública (ver gráfico).
Aunque en el primer trimestre de 1994 la recaudación tributaria siguió la curva ascendente de los últimos años, la evolución futura de las cuentas fiscales aparece condicionada por dos razones adicionales: la reducción de aportes patronales (que el gobierno espera extender a todos los sectores desde junio) y el desvío, a partir de julio, de buena parte de los aportes previsionales de los
trabajadores a las AFJP´s.
En un marco caracterizado por el deterioro de las cuentas externas y la necesidad de aumentar el ahorro interno, parece oportuno desacelerar el crecimiento del consumo y estimular las exportaciones. Un aumento del superávit fiscal que permita financiar una política de estímulo a la exportación contribuiría, por cierto, con ambos objetivos.
