En 1865, la Argentina, Brasil y Uruguay le declararon la guerra al Paraguay. El conflicto se conoció como la Guerra de la Triple Alianza, por el tratado que habían firmado los tres países. El objetivo declarado era terminar con el tirano Francisco Solano López y liberar al Paraguay de su dominio, abrir su mercado e incorporarlo al conjunto de naciones libres y soberanas. La meta no declarada era poner fin al desarrollo independiente del Paraguay, un país que se estaba convirtiendo en un motivo de preocupación para los dos gigantes que lo rodeaban (Brasil y Argentina).
En marzo de 1870, el mariscal López libró la última batalla al frente de lo que quedaba de su ejército. Prefirió morir a rendirse. La guerra terminó, el Paraguay fue vencido. Su población se redujo a casi una cuarta parte. El país se convirtió en uno de los vecinos pobres del continente.
En marzo de 1991, un siglo y veintiún años después, se firmó el Tratado de Asunción. Los protagonistas fueron los mismos de la Triple Alianza, pero esta vez el Paraguay se alineó con ellos. El tratado no fue de guerra, sino de comercio. Así nació, formalmente, el Mercado Común del Sur (Mercosur), cuyo proceso de gestación ya llevaba un largo tiempo.
El Paraguay no había participado en ese proceso porque estaba, “como antes”, dominado por un dictador: Alfredo Stroessner, quien se mantuvo en el poder durante 35 años. En realidad, Stroessner fue el poder durante ese largo período. Consiguió el sueño de todo dictador. Tenía el apoyo de un partido popular (el Colorado) y un ejército fiel. La oposición no logró consolidar un movimiento político capaz de derrocar al régimen y fue -literalmente- eliminada. En algunos casos, parte de esa oposición fue convencida para participar en las eternas reelecciones de Stroessner y así ayudar a simular cierta legalidad institucional.
DIFICIL ADAPTACION.
La democracia en el Paraguay está todavía en pañales. Mucho se ha avanzado en el terreno de las libertades públicas, pero mucho queda todavía por avanzar. Sin duda, la integración regional dentro del Mercosur será un elemento de gran presión en todos los niveles, comenzando por el aparato del Estado y los empresarios. Pero el gran interrogante sigue siendo éste: ¿cómo hará para adaptarse a las nuevas normas comunes un país cuya economía informal equivale, según algunos analistas, a no menos de 50% de las cifras oficiales? Como ejemplo basta citar que, en 1987, el Paraguay vendió al resto del mundo por un valor total de US$ 613 millones, en tanto que los informes del Banco Central registraban sólo US$ 353 millones. En ese mismo año, el Paraguay recibió del exterior mercaderías por un valor de US$ 819 millones; pero para el Banco Central las importaciones sumaron US$ 517 millones.
Aun antes de aplicarse los acuerdos concretos, ya han comenzado a surgir discrepancias serias en torno del tema del arancel externo común. Al parecer, Brasil y Argentina pretenden fijarlo en alrededor de 15%. El Paraguay tiene un régimen especial por el cual se establece un gravamen de 7% sobre el valor imponible a la importación de bienes de “uso turístico” que anteriormente se denominaban “mercadería en tránsito”, una categoría que incluye desde lapiceras hasta equipos electrónicos. Tras sumar a esto un impuesto a la renta de 3%, cualquier mercadería ingresada bajo ese rubro está lista para su comercialización legal. “Más barato que el contrabando y más seguro”, como afirma un alto ejecutivo paraguayo.
El Paraguay es ahora un inmenso depósito de bienes de consumo de todo tipo (en su mayoría provenientes de Estados Unidos, Europa y Asia) que tardarían años en agotarse si se vendieran en el mercado interno. En realidad, el destino principal de esos productos es la venta a los turistas que llegan de Argentina, Brasil y Uruguay.
En la ciudad fronteriza de Encarnación, ahora unida por un puente a Posadas, no es raro encontrar “empresarios” que tienen sus negocios establecidos en uno y otro lado de la frontera. Compran en un sitio y venden en el otro, indistintamente. Son los mismos contrabandistas de antes, a quienes irónicamente han bautizado como “ejecutivos de frontera”. Con el puente, cada ciudad prácticamente se ha convertido en un barrio de la otra. La zona cercana al puerto es un hormiguero de puestos de venta de todo tipo de artículos, un verdadero mercado persa. Otro tanto ocurre en Ciudad del Este (ex Puerto Presidente Stroessner), en la frontera con Brasil.
“ANTIIMPERIALISMO”.
El Centro de Importadores del Paraguay ha llegado a plantear que el país debía retirarse del Mercosur si Brasil y Argentina insistían en la “actitud imperialista” de reclamar aranceles externos más elevados para proteger sus industrias nacionales.
El coordinador de la delegación paraguaya al Tercer Seminario Empresarial de Mercosur, realizado a fines de abril en Buenos Aires fue, precisamente, el presidente de ese centro, Domingo Daher, quien parece haber reorientado la estrategia de los importadores. Señaló que “es necesario que el empresariado paraguayo se concientice de la necesidad de llegar a un ensamblaje (sic) e inclusive a una futura industrialización”. Se refería al ensamblaje de partes de productos electrodomésticos y electrónicos. De esta manera, el Paraguay recorrería, según Daher, el camino de los “grandes países industrializados, primero importadores, luego ensambladores y finalmente productores”.
Sin embargo, el mismo Daher, en declaraciones a diarios de Asunción, dijo que el Paraguay debía hacer uso de su propia soberanía en materia de política de comercio exterior y acceder al GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) por su propia cuenta, “por lo menos hasta la aplicación del arancel externo común”, en 1995. Para que no quedaran dudas, expresó: “Lo que quizás realmente nos convenga son los acuerdos multilaterales, como el GATT, para protegernos de prácticas y presiones como las que sabemos han sido aplicadas durante tanto tiempo por nuestros vecinos”.
Estas declaraciones no coinciden con las de Rubén Fadlala, subsecretario de Industria, quien a principios de abril afirmaba: “Nosotros no somos socios del GATT. Nuestro país va a continuar con su solicitud de acceso. Pero lo va a hacer como parte del Mercosur”.
En realidad, se podrían combinar todas las expresiones para definir el problema con un poco más de precisión:
-El país tratará de ingresar al GATT, solo o como miembro del Mercosur.
-No cederá su soberanía en políticas de comercio exterior, por lo menos hasta 1995. En ese momento se verá qué hacer y cómo conseguir algo que realmente sea ventajoso.
-El Paraguay no debe seguir siendo simplemente un importador de productos terminados. La alternativa es importar las partes, ensamblarlas y luego vender el producto terminado a sus socios del Mercosur.
OTROS TIEMPOS.
En la época de Stroessner todo era más claro, se podía hacer negocios, establecer industrias o lo que fuera, siempre que se contara con la anuencia del régimen, a través de una verdadera red de intermediarios. Muchos de ellos exhibían lo que se llamaba “certificado de amistad”, un documento que podía ser expedido por cualquier funcionario de alto nivel, militar o civil, donde se dejaba expresa constancia de que el portador era realmente un amigo recomendado por el firmante y que, por lo tanto, debía ser “ayudado” en cualquier situación. No se puede negar que había cierto orden.
Lo del certificado se hizo popular para evitar la mención no autorizada de vínculos a veces inexistentes.
Como ejemplo vale la pena relatar lo que ocurrió durante el gobierno de Stroessner con un representante de una importante empresa extranjera que pretendía instalar un complejo fabril.
Iniciadas las conversaciones, todos los obstáculos fueron allanados. La empresa iba a recibir, a un precio casi simbólico, tierras fiscales para levantar su planta, le otorgarían exenciones impositivas por varios años, permisos especiales para importar sin impuestos (o muy bajos) toda la maquinaria necesaria, etc.
El representante estaba en la gloria, hasta que un día antes de regresar fue convocado a una reunión muy importante con un alto funcionario. Entonces le comunicaron que era de interés para las “altas esferas” que en ese proyecto participaran capitales nacionales. El representante preguntó cuál era el porcentaje de capital en que querrían participar. Le contestaron que pensaban entrar en el negocio con 25% de las acciones. El representante contestó que no estaba autorizado para aceptar una propuesta de ese tipo, pero que la consideraba viable y que lo propondría a su empresa. Pero incurrió entonces en la ingenuidad de preguntar cómo pensaban integrar ese capital. Lo miraron
sorprendidos y contestaron que todos los beneficios y ventajas que le estaban otorgando constituían ya ese 25%.
Está demás decir que el proyecto no siguió adelante.
En el Paraguay democrático ya no se aplican esas prácticas o por lo menos no con tanta crudeza. La libertad de prensa permite la denuncia y pone límites (no siempre, claro) a quienes continúan con esas “costumbres empresarias”. Sin embargo, la mentalidad de quienes vivieron una época de casi total impunidad no ha cambiado todavía.
BUENOS VECINOS.
Muchos industriales y comerciantes paraguayos, incluso aquellos que no simpatizan con el Mercosur, afirman: “Debemos integrarnos, no podemos quedarnos atrás; si el Paraguay no lo hace quedará solo y débil. Esto está en marcha, no sabemos si funcionará pero debemos comenzar nuestro aprendizaje y ver qué beneficios se pueden lograr”.
La alternativa es sombría: el aislamiento, la pérdida de oportunidad que significa no participar en un mercado de casi 200 millones de habitantes. Los primeros resultados muestran signos alentadores: el intercambio comercial entre los países miembros del Mercosur aumentó en 45% en el período 1990-1991. En 1990 el intercambio global fue de US$ 4.300 millones y en 1991 llegó a US$ 6.300 millones (US$ 2.700 millones correspondientes al intercambio entre Brasil y Argentina).
El régimen de Stroessner estableció poderosos vínculos con Brasil. Para Itamaratí, el Paraguay era un aliado incondicional. Eso no ocurría con Argentina, excepto cuando gobernaban los colegas militares del general paraguayo. Esta tendencia está cambiando. Ni el gobierno actual ni la oposición pueden olvidar el gesto del gobierno de Raúl Alfonsín cuando, apenas derrocado Stroessner, fue el primero en reconocer a las nuevas autoridades.
El gobierno de Andrés Rodríguez sigue manteniendo buenas relaciones con el Brasil, pese a que sirve de refugio, no solamente al anciano dictador, sino a su hijo, el coronel Gustavo Stroessner, reclamado por la justicia paraguaya. Sin embargo, existen potenciales conflictos:
– La presencia masiva de ciudadanos brasileños en territorio paraguayo en las zonas fronterizas y la presión ejercida por campesinos paraguayos sin tierra.
– El contrabando de madera en rollos -un promedio de 500 rollos diarios, según denuncias de diarios locales- que pasan al Brasil transportados por camioneros brasileños que circulan libremente por las rutas fronterizas gracias a las coimas y bajo la “supervisión” de los puestos de control militar.
– El Tratado de Itaipú, al que los paraguayos consideran injustamente impuesto por los brasileños, es cuestionado desde hace tiempo, y hay presiones para imponer su revisión. En la negociación del nuevo estatuto de la Entidad Binacional Itaipú, los negociadores paraguayos fueron criticados por la prensa por ceder, de nuevo, demasiado poder a los brasileños. El Ente Binacional sigue sin cobrar deudas por US$ 2.300 millones de empresas brasileñas y aún no se han pagado al Paraguay los royalties de 1990.
El Mercosur parece haber puesto al Paraguay en una situación parecida a la de 1865: o se rendía o era aplastado. Ahora, o se integra o queda aislado. No se trata de buscar paralelismos. Los protagonistas son lo único que tienen en común la guerra de la Triple Alianza y el Mercosur. Pero algunos paraguayos piensan que el resultado será el mismo: se integre o no, el país será una víctima (esta vez comercial) de sus poderosos vecinos, Argentina y Brasil.