Incógnitas del nuevo órden

    Por primera vez en la historia contemporánea estamos en un mundo unipolar. Hasta 1989 era correcto hablar de bipolaridad, con Estados Unidos y la URSS manteniendo el control de las respectivas áreas de influencia. Lo que se vislumbraba era el avance hacia un mundo multipolar: varios centros de poder, eventualmente Japón y Alemania; la Comunidad Económica Europea como un solo bloque; además de los dos grandes protagonistas del último medio siglo.

    Esta perspectiva cambió en noviembre de 1989, con la caída del muro de Berlín y el subsiguiente derrumbe de los regímenes comunistas en Europa oriental (o central). Al principio se tuvo la percepción de que la multipolaridad estaba a las puertas y que el futuro pasaba por el poder económico antes que por el militar.

    La guerra en el golfo Pérsico cambió el eje del análisis. La resonante victoria estadounidense y las indecisiones de la CE (incapaz de formular una política exterior y de seguridad común), más el gris papel de Japón y de Alemania, demostraron que había una megapotencia con voluntad de imponer un modelo y un liderazgo, respaldados por una absoluta hegemonía militar.

    La multipolaridad queda diferida. Tal vez aparezca en la primera parte del siglo XXI.

    El final del siglo XX sigue siendo el de “la centuria americana”. Quedó demostrado que el poder económico no se traduce automáticamente en poder militar a escala mundial, o en visión geopolítica total. Hay media docena de potencias de segundo orden, y está Rusia que necesita consolidarse, pero

    todavía con poder militar y diplomático.

    El Nuevo Orden Internacional es una expresión acuñada en la Casa Blanca (sea el autor George Bush o alguno de sus asesores). El concepto entronca con la tradición de política exterior estadounidense expresada en ideas como “un mundo libre”, un “solo mundo”, o “un mundo seguro para la democracia”.

    CUMBRE BORRASCOSA.

    La visión convencional es que en 1950 Estados Unidos estuvo en la cumbre de su poderío e influencia en lo económico, lo político y lo militar. En lo económico se propició el GATT (y la idea del libre mercado); en lo político, las Naciones Unidas, y en materia de seguridad, la OTAN. Pero pronto se advirtió que esta visión era compartida por la mitad del mundo y rechazada por la otra mitad,

    organizada en torno de la URSS (el Comecon y el Pacto de Varsovia). La guerra de Corea no fue un triunfo absoluto, y Vietnam fue una clara derrota.

    Ahora, el libre mercado es la visión dominante, el Pacto de Varsovia se ha disuelto, lo mismo que el Comecon, y la OTAN y el mismo GATT aguardan una redefinición. El poderío de Estados Unidos es ahora más rotundo y más completo porque es absoluto en términos militares, y porque no tiene que

    comprometer inmensos recursos económicos para mantener esta hegemonía.

    Hay solamente dos elementos que pueden alterar el panorama y reducir el período de hegemonía estadounidense. Uno es lo que pueda ocurrir con la ex URSS. El país está desintegrado, pero puede haber un intento de restauración de un poder central, de incierto resultado. En todo caso, Rusia (150 millones de habitantes, 80% de territorio soviético y 85% de la capacidad militar) está intacta y puede resurgir con fuerte sentido nacionalista.

    El segundo es lo que ocurra en el GATT. Si es posible reflotar la Ronda Uruguay y evitar una guerra comercial entre los principales países industrializados, se evitará el proteccionismo a gran escala. Si fracasa este intento, el gobierno universal de Washington puede ser demasiado breve.

    Hay otros ingredientes a tener en cuenta, aunque no tan significativos.

    La CE puede avanzar o demorar su proceso de integración debido a las dificultades para lograr un federalismo político o avanzar en la cesión de cuotas de soberanía. Europa oriental, si se frustra, puede buscar una tercera vía dejando de lado el modelo del libre mercado. Japón y Estados Unidos deben resolver su conflicto comercial. Las dos economías más interdependientes del planeta no se pueden dar el lujo de un enfrentamiento. El capitalismo parece haber triunfado sobre el comunismo, pero ahora, sin enemigo a la vista, afronta sus contradicciones internas.

    -Futura estrategia de Washington-

    LA GUERRA CON OTRAS ARMAS.

    Los norteamericanos enfrentan el desafío de liderar la economía internacional. Tendrán que desplegar, para ello, esfuerzos tan intensos como los que realizaron 40 años atrás para responder a la amenaza soviética.

    Hay una frase del presidente francés, François Mitterrand, que tiene un extraordinario poder de síntesis: vivimos el tránsito de un sistema internacional con un orden estable pero injusto, a otro que puede ser más justo, pero que ciertamente será menos estable.

    Por un lado, nos bombardean las tesis -y las realidades- que impone la globalidad. Por el otro, resurge crudamente el nacionalismo, no ya referido a las fronteras del Estado nacional, sino a los grupos étnicos y religiosos que conviven forzosamente dentro de fronteras, muchas veces arbitrarias.

    Los Balcanes están otra vez en ebullición; Croacia y Eslovenia quieren ser repúblicas independientes; la fragmentación del imperio soviético puede generar gravísimos episodios; vascos e irlandeses del norte reclaman independencia, mientras que catalanes y escoceses demandan la devolución de viejas facultades a Madrid y Londres; Canadá enfrenta el riesgo de secesión de varias de sus provincias. Los kurdos luchan por sobrevivir en tres naciones diferentes. En el Medio Oriente, Estados Unidos ganó la guerra y ahora -que todo sigue igual- podría perder la paz.

    ¿Cómo será posible organizar un nuevo orden internacional en este contexto?

    Si Estados Unidos ha sido durante todos estos años el más importante poder del mundo occidental, ello se debió a su hegemonía militar y a su capacidad de convertirse en escudo contra cualquier agresión de la otra superpotencia. Pero en ese esfuerzo, dejó de ser la principal fuente de recursos financieros del mundo y se convirtió en el primer deudor; retrocedió su poderío industrial y

    comercial para pasar a ser un importador neto de bienes industriales. La amenaza militar del bloque soviético aseguraba obediencia de los aliados y soporte financiero para el déficit fiscal de Washington.

    Esa amenaza ha dejado de existir. Por tanto los aliados sienten que recuperan su iniciativa y que tienen la posibilidad de seguir cursos alternos.

    NUEVA CONTIENDA.

    En apariencia, todo el esfuerzo diplomático de EE.UU. parece hoy concentrado en procurar una solución estable al problema del Medio Oriente, un tema que no preocupa a japoneses ni europeos, y tampoco a muchos estadounidenses. El petróleo sigue siendo un suministro vital, pero en proporción es cada vez un porcentaje menor del producto bruto. Además, como dicen crudamente los japoneses, quienquiera que gobierne en Medio Oriente, necesita venderlo.

    La nueva gran contienda es por poder económico, comercial, financiero e industrial. Los conflictos, en su gran mayoría, cambiarán de naturaleza. ¿Qué puede hacer Estados Unidos para preservar su rol hegemónico, en un mundo unipolar en los aspectos militares y multipolar en lo económico?

    Edward Luttwak, del Centro para Asuntos Estratégicos e Internacionales, que acuñó el concepto de geoeconomía (en contraposición al de geopolítica) y que está escribiendo un nuevo libro (“The Third-Worldization of America”), cree que la fórmula es un desarme total -no de armamentos- por el cual todas las economías de avanzada renuncien a restricciones expresas u ocultas a la exportación, barreras no arancelarias y cuotas de importación. También habría que prescindir de todo subsidio, agrícola, industrial o inclusive de programas de desarrollo tecnológico.

    Si no se logra consenso en este campo, el destino es la partición del mundo en bloques comerciales que competirán ferozmente. En síntesis, haría falta un consenso, para comenzar, en las actuales deliberaciones de la Ronda Uruguay del GATT. Pero habría que ir más lejos: rediseñar las organizaciones, acuerdos y mecanismos internacionales de modo que reflejen la nueva situación.

    De no lograrse este objetivo, Estados Unidos está mal equipado para enfrentar lo que se viene. Así como, al final de los 50, no estaba en condiciones de afrontar el desafío soviético y fue preciso un esfuerzo colosal para la sociedad estadounidense para estar a la altura de la circunstancia; ahora, el país está pésimamente preparado para manejar la economía internacional. Hará falta un esfuerzo similar en intensidad al de hace cuatro décadas.

    El país tiene un vasto potencial militar, pero un sistema bancario débil, y una industria con dificultades para invertir. La opción es clara: o se logra un consenso internacional sobre temas comerciales, o EE.UU. debe iniciar de inmediato un tremendo esfuerzo colectivo para situarse otra vez en el tope de la colina.