Sumadas, las dos economías representan 40% de la producción mundial. La interdependencia es tan grande que un conflicto puede desatar una recesión mundial.
Hay una nueva generación de anuncios publicitarios ,especialmente de la industria automotriz- en Estados Unidos, que bordea peligrosamente el racismo, la intolerancia, el mal gusto. Todo vale: insidiosas referencias al fallecido emperador Hirohito; ridículas fotografías de supuestos “samurais”;
un pésimo acento inglés exagerado al máximo; y hasta referencias a presuntas extrañas actitudes sociales y culturales del pueblo nipón (muchos expertos recuerdan que el tono es el mismo que se utilizaba durante la Segunda Guerra). Más allá del éxito ,dudoso, por cierto, que puedan tener estos anuncios, su mera existencia refleja las enormes tensiones comerciales entre ambos países, la creciente percepción estadounidense de que Japón es una amenaza igual o más seria que la que representaban los soviéticos.
Los sentimientos norteamericanos son ambivalentes y hasta contradictorios. Una reciente encuesta reveló que 75% de los entrevistados declara sentimientos amistosos y de respeto hacia Japón. Al mismo tiempo, 64% de las respuestas dice que las inversiones japonesas son una real amenaza a la independencia económica del país (la compra del Rockfeller Center, de la Columbia Pictures y ahora de MCA, verdaderos símbolos del “american way of life”, han suscitado irritación y preocupación). Más o menos similar es la reacción de los japoneses cuando se consultan sus sentimientos hacia EE.UU.: 66% profesa amistad y simpatía al gran socio comercial. Curiosamente, la inversión europea en EE.UU., que es mayor que la japonesa, no provoca la misma reacción negativa.
En diez años, la inversión directa japonesa en EE.UU. creció a una tasa anual compuesta de 35,4%, mientras que la europea lo hizo a 63,3% (Gran Bretaña, 29,8%; Alemania, 17,3%; y Holanda, 16,2%).
UN ACUERDO SINGULAR.
Es probable que, en 1992, el principal tema de la campaña presidencial estadounidense sea cómo detener a Japón o, por lo menos, cómo crecer más que tan excelente competidor. Pero en 1991, como en cada año ,especialmente si los resultados de la Ronda Uruguay del GATT resultan magros, se reanudará la guerrilla comercial que amenaza con arruinar la relación entre dos socios que, sumados, representan 40% de la economía mundial. Los vínculos entre ambas economías son tan intensos que una desinteligencia puede originar una recesión a escala mundial. EE.UU. mantiene un déficit comercial permanente en su intercambio con Japón, que en 1987 ,año pico , era igual a 45%
del comercio bilateral y que en 1989 disminuyó a 32%.
Japón sostiene – y las estadísticas le dan razón – que, contra lo que se supone, el país está importando más bienes industriales. En 1990, la importación de productos manufacturados representó 50,3% del total de exportaciones japonesas (58,3% en el caso especial de EE.UU.). Los estadounidenses insisten en que esto no es cierto. Una alta proporción de las importaciones niponas son productos japoneses ensamblados en plantas del exterior -inclusive las ubicadas en EE.UU.- que utilizan componentes y licencias japonesas. Más aún, dicen en Washington, por cada dólar menos
que se importa directamente desde Japón, ingresan dos dólares en bienes producidos por plantas japonesas en el sudeste asiático o en Europa.
Los japoneses, con mucha renuencia, han flexibilizado enormemente su posición. La mejor prueba es la firma de la Iniciativa sobre Impedimentos Estructurales. Tanto Japón como EE.UU. han aceptado condiciones que en cualquier análisis se considerarían lesivas para la soberanía de ambos países, ya que se abordan temas de exclusiva competencia de la política económica interna. Japón se ha comprometido a:
1) reducir las horas de trabajo semanales de los empleados públicos -y a persuadir a la empresa privada a hacer lo propio-; 2) aumentar el gasto público (US$ 2.900 millones en obras públicas; 3) a estimular el consumo interno, a importar más y a modificar el sistema de comercialización interno para que circulen más mercancías extranjeras. Por su parte, Estados Unidos acordó:
1) disminuir el déficit fiscal; 2) elevar la tasa de ahorro interno; 3) mejorar la educación y 4) elevar el nivel de eficiencia laboral. Los términos del acuerdo son, desde todo punto de vista, extraordinarios y definen un nuevo modelo neoproteccionista que puede ser intensamente aplicado en todo el mundo durante esta década.
EL LOBBY.
Gobierno y corporaciones japonesas gastan US$ 400 millones anuales tratando de influir al Congreso y a la opinión pública de Estados Unidos. La tercera parte de los más importantes funcionarios de la Oficina Comercial de la Casa Blanca, desde 1973 hasta ahora, han sido contratados por firmas japonesas. Hay una lista con los nombres de los “agentes” japoneses -y de otros países- y de las sumas que reciben. (Pat Choate, Agents of Influence: How Japan´s Lobbyists in The United States Manipulate America´s Political and Economic System, editado por Knopf, US$ 22,95).