El arte de la integración

    Por Jorge Beinstein

    En la tarde del 9 de mayo de 1950 Robert Schuman, ministro de Relaciones Exteriores de Francia, lanzaba su célebre “declaración” poniendo en marcha un acuerdo franco-alemán para explotar conjuntamente la producción de carbón y acero como primer paso para una comunidad europea más amplia sustentada en la libre circulación de personas, mercancías y capitales.
    La iniciativa fue en su momento objeto de muchas interpretaciones. La primera de ellas señalaba su ubicación en el contexto de la naciente Guerra Fría para concluir que detrás de su aspecto económico era visible el paraguas estadounidense protegiendo un instrumento destinado a fortalecer a la Europa occidental atlantista contra el “peligro rojo” que amenazaba desde el Este.
    En oposición a esta visión aparecía el enfoque europeísta impregnado de consideraciones culturales y pacifistas adornado a veces con elucubraciones geopolíticas como la célebre propuesta del General de Gaulle de construcción de una Europa unida “desde el Atlántico a los Urales”.
    Según este punto de vista se trataba del inicio de un largo camino de integración que enterraría para siempre muchos siglos de conflictos intereuropeos y fortalecería, daría juego propio a la región en un mundo repartido entre las dos superpotencias victoriosas de la Segunda Guerra Mundial. Pero también estaban quienes partían de la base de que después de la matanza de 1939-1945 el universo cultural europeo había pasado a formar parte del pasado y que por consiguiente sus descendientes quedaban limitados a una vida “económica” sin alma política.
    La Europa comunitaria, si se realiza, afirmaban, sólo puede aspirar a ser un gran mercado, un espacio de negocios; las grandes decisiones de la política internacional pertenecían a otros, en especial a Estados Unidos y a la Unión Soviética. Esto pareció confirmarse en 1956 cuando los decadentes imperios francés e inglés quedaron en ridículo en su invasión fracasada del Canal de Suez.
    Pero en 1957 se firmó el Tratado de Roma dando nacimiento al Mercado Común Europeo, con seis Estados pioneros: Francia, Italia, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y la parte occidental de Alemania y en los cuarenta años siguientes se fueron incorporando gradualmente casi todos los países del espacio occidental y finalmente doce Estados de la zona central y oriental (ex integrantes del disuelto bloque soviético) hasta totalizar 27 países que hoy se agrupan en la Unión Europea.
    En esa larga trayectoria se fueron combinando pragmáticamente expansiones territoriales y desarrollos de componentes políticas y económicas como la constitución del Parlamento europeo o el establecimiento del euro que prefiguran la conformación de un Estado multinacional; que por el momento se extiende a 4.300.000 kilómetros cuadrados, alberga a 486 millones de habitantes y representa por su tamaño la primera economía del mundo (según el FMI, desde 2005 su PBI supera el de Estados Unidos (1)).
    A partir de una pequeña base inicial (la “Europa de los seis” de 1957) fue atravesando convulsiones como la crisis de los años 1970, grandes etapas históricas como la era de la Guerra Fría, el derrumbe del bloque soviético y ahora la declinación de la superpotencia estadounidense. No es un “Imperio” pero influye cada vez más en el mundo, tiene fuertes contradicciones internas, es débil en muchos aspectos frente a Estados Unidos (en primer lugar en el área militar) pero va ocupando espacios de decisión abandonados por su viejo protector.

    Incertidumbres de la década pasada
    Aunque en los años 90 Europa occidental tuvo un crecimiento débil a medio camino entre el estancamiento japonés y la euforia estadounidense, el balance de ese período confirmaba la tendencia hacia la desaceleración del crecimiento económico iniciada veinte años atrás. El crecimiento real promedio anual del PBI del conjunto de las economías que conformaban la Unión Europea a comienzos de la década actual fue del orden de 4,2% en los 1960, bajó a 3,3% en los 1970, a 2,2% en los 1980 y a cerca de 1,8% en los 1990 (2). A mediados de los 90 las ilusiones de expansión rápida hacia el Este parecían diluirse mientras buena parte de los países de esa región se hundían en el desastre económico y afloraban síntomas de descomposición social (por ejemplo en Yugoslavia). La crisis rusa de 1998 presagiaba más y peores turbulencias.
    Mientras tanto la desocupación siguió aumentando. En 1981 los Estados de lo que hacia fines de los 1990 sería conocido como la “Unión Europea de los 15” (3) reunía cerca de 10 millones de desocupados, en 1990 llegaban a 12 millones, y la situación empeoró a lo largo de la década afectando muy duramente a los jóvenes. En 1997 la tasa general de desempleo superaba en Francia 12% de la población económicamente activa, pero el desempleo juvenil se acercaba a 30%; en Bélgica las cifras respectivas eran 9,7% y 22,4%; en Inglaterra 6% y 16%. Por otra parte el “desempleo de larga duración” (mayor a un año) abarcaba en 1997 a 50% de los desocupados de la UE-15 (3).
    Mientras la sociedad civil se deterioraba, los Estados acumulaban deudas haciéndose cada vez más frágiles y dependientes de los vaivenes de la especulación financiera. En 1981 la deuda pública bruta de los países de la UE-15 alcanzaba US$ 1,3 billones, en 1997 rondaba US$ 5,8 billones (4,4 veces más) mientras que el PBI sólo había aumentado 2,6 veces. En consecuencia, la deuda que representaba 42% del PBI en la primera fecha llegaba a 72% en la segunda (4) (ver el gráfico: “Deuda pública de los países de la Unión Europea /UE-15”).
    El endeudamiento público permitió durante un cierto tiempo amortiguar la caída de la demanda pero llegado a un cierto nivel su peso comenzó a provocar efectos contrarios a los originariamente buscados. Las necesidades de fondos por parte del Estado mantuvieron altas las tasas reales de interés frenando así las inversiones; las obligaciones del pago de la deuda se expresaron en cargas tributarias que introducían bloqueos adicionales a la demanda.
    Sin embargo, una fuerte reducción del ritmo de endeudamiento (bajando el gasto público y/o subiendo la presión fiscal) habría tenido efectos recesivos afectando la recaudación impositiva, ampliándose así el déficit que se quería combatir y para colmo con menor actividad económica. A ello es necesario sumar otros factores adversos como el envejecimiento poblacional, o el ascenso de la desocupación que imponen aumentos en las erogaciones sociales (jubilaciones, subsidios a desempleados, etc).
    Los acuerdos de Maastricht (1992), paso decisivo de la integración europea, impusieron ciertos frenos al endeudamiento buscando de ese modo evitar futuras crisis, echando uno que otro balde de agua fría a la demanda sin por ello evitar que la deuda siguiera creciendo: al iniciarse el año 2000 superaba US$ 6 billones.

    El neoliberalismo inglés
    Mientras tanto Inglaterra se había convertido en la vitrina europea de las estrategias neoliberales confrontando con los restos de “estatismo” y “economía social” conservados en el continente. Sin embargo, sus éxitos aparentes (profusamente publicitados) no podían ocultar una realidad sombría: entre 1979 y 1994 el número de personas viviendo en la calle se duplicó, el volumen de niños dependientes para sobrevivir del servicio de asistencia social pública pasó de 7% a 26%. Entre mediados de los 1970 y mediados de los 1990 la población definida formalmente como “pobre” (la que percibe menos de la mitad del ingreso medio) pasó de 5.000.000 de personas a 13.700.000 mientras que 10% más pobre de la población bajó su poder de compra en 13%, y 10% más rico lo incrementó en 65% (5).
    En un informe de la OCDE era señalado que en Inglaterra “la desigualdad de ingresos se ha agravado más rápidamente que en la mayor parte de países de la OCDE” (6).
    Una de las victorias exhibidas por el neoliberalismo inglés fue la reducción de la desocupación frente a su agravamiento en el resto de Europa, ello se habría debido según la propaganda oficial a la eliminación de diversas formas de proteccionismo social dejando paso a una flexibilización laboral extrema. Desde la llegada al poder de Margaret Thatcher (1979) hasta comienzos de 1997 los conservadores modificaron 32 veces la forma de calcular el desempleo con el objetivo evidente de reducir dicha cifra a través de sucesivas exclusiones (menores de 17 años, mayores de 55, desocupados de larga duración, etc.). De ese modo al iniciarse 1997 según las estadísticas gubernamentales Inglaterra contaba con 1,7 millones de desocupados, utilizando la metodología empleada inmediatamente antes de la formación del gobierno ultraliberal los desocupados habrían alcanzado los 3 millones y según un informe del Midland’s Bank sería necesario subir esa cifra a 4 millones es decir a 14% de la población activa. Cuando el 4 de febrero de 1997 el Gobierno volvió a modificar el método de cálculo esa vez no para excluir sino para incorporar nuevas categorías, el Reino Unido “descubrió” oficialmente de un día para otro la existencia de cerca de medio millón de desocupados adicionales (7).
    El deterioro social no fue compensado con grandes logros macroeconómicos, el balance comercial se mantuvo crónicamente negativo, las tasas de crecimiento del PBI estuvieron dentro de los niveles modestos obtenidos por la mayor parte de la Unión Europea.

    El motor alemán
    La Unión Europea fue forjada en torno de la alianza franco-alemana. Francia no pudo en los 90 superar los males que arrastraba de las dos décadas anteriores, la tasa de crecimiento del PBI persistió en niveles mediocres, la desocupación y la deuda pública siguieron subiendo. En 1981 la tasa de desocupación alcanzaba 7,4% de la población activa, había llegado a 9,4% en 1991 y a 12,4% en 1998. En diciembre de ese último año 3.100.000 personas eran consideradas oficialmente desocupadas, mientras tanto el endeudamiento del Estado francés que representaba 30% del PBI en 1981, llegaba a 40% en 1990 y a 66% en 1998 (8). Hacia fines de 1995 se desató una ola de protestas sociales que derivó tiempo después en la caída del gobierno conservador y el retorno de los socialistas acompañando un vasto giro político similar en Europa Occidental (laboristas en Inglaterra, socialdemocracia en Alemania, centroizquierda en Italia, etc.).
    Pero es en Alemania, considerada tradicionalmente como el motor de la economía europea donde es necesario centrar el análisis. Ya en los 1980 aparecieron los primeros síntomas de deterioro de la dinámica del “milagro”, la anexión posterior de la RDA parecía marcar un gran salto hacia arriba, pero no fue así; por el contrario ese hecho acentuó a mediano plazo las tendencias negativas.
    La tasa de crecimiento de la productividad del trabajo fue descendiendo desde un promedio de 5% anual en los 60, hasta llegar a 1,5% en el primer lustro de los años 1990 (9). Esto causó pérdida de competitividad, expresado a lo largo de los 90 por el estancamiento de las exportaciones, salvo algún año excepcional, y la declinación de su participación en las del conjunto de países industrializados. Incluso perdió posiciones entre sus socios europeos: un ejemplo de ello fue la modificación de las corrientes comerciales con Francia crecientemente favorables a esta última.
    En enero de 1999 Alemania contaba con más de 4 millones de desocupados. La tasa de desempleo fue pasando de 4,5% en 1981, a 6,2% en 1990, a 8,8% en 1993 y a 11,4% en 1998. El panorama empeora cuando es analizada la estructura de la población desocupada constatándose el peso relativo creciente de la desocupación de larga duración, que en 1974 representaba 7% de los desocupados, en 1980 13%, hacia mediados de los 1980 rondaba 24% y en 1994 llegaba a 33% (10).
    La evolución negativa no pudo ser revertida con la anexión de la RDA pese a la gigantesca transferencia neta de riquezas en beneficio de empresas y familias del Oeste.
    El proceso fue orquestado por diversos mecanismos, uno de ellos fue la restitución masiva de propiedades por lo general a ciudadanos de la República Federal, de esa manera cerca de la mitad de la población oriental fue afectada en sus alojamientos principales, casas de campo, etc. Entre restituciones y privatizaciones la mayor parte del patrimonio inmobiliario de la ex RDA pasó a manos de alemanes occidentales produciendo un notable “efecto riqueza” que apuntaló su consumo e inversión.
    La “Treuhand”, organismo encargado de administrar las empresas estatales del Este, tuvo a su disposición unas 30 mil empresas, con 4 millones y medio de asalariados, cuya privatización benefició a reducidos grupos del Oeste y dejó sin empleo a más de tres millones de personas en el Este donde la caída de la demanda fue amortiguada con subsidios al desempleo y otras transferencias que fueron pagados con impuestos que afectaron a toda la población alemana.

    La expansión europea
    Uno de los resultados de la primera fase de la integración fue la existencia de lo que ha dado en llamarse “la Europa a dos velocidades”, una compuesta por Alemania, Francia, Holanda y el resto de países de elevado nivel de desarrollo y otra de nivel menor que abarcaba a Portugal, Grecia, las regiones menos desarrolladas de Italia y España, etc. (y en los 90 la Alemania del este).
    De todos modos la integración pudo avanzar a través de un sistema de subsidios y programas de asistencia que buscaban homogeneizar económicamente a la región. Ello no impidió que las diferencias se sigan reproduciendo, por ejemplo en los niveles salariales (ver el gráfico “Pagos horarios directos a los trabajadores de la industria manufacturera”). Hacia comienzos de la década actual existía un abanico de salarios, desde Alemania con casi € 19 por hora hasta llegar a Portugal con algo menos de € 4. La tendencia a la homogeneización, vía traslado de trabajadores de las zonas salariales peores hacia las mejores, se ha visto contrarrestada por barreras como la lingüística y otras rigideces culturales que reducen los desplazamientos, en especial desde países cuya integración a la Unión Europea ha mejorado de manera significativa el nivel de vida de la población. El salario horario promedio de un trabajador español es algo menos de la mitad del recibido por un trabajador alemán, además existe una fuerte tradición de emigración española a Alemania, sin embargo la mejora (y las expectativas de mejora) en las condiciones de vida en España, parecería en numerosos casos “compensar” la diferencia.
    La heterogeneidad de la Europa de los 15 se profundizó a partir de 2004 cuando empezó a concretarse la integración de los países de Europa central y oriental. A comienzos de 2007 quedó conformada la Europa de los 27 (11), un verdadero rompecabezas de niveles de desarrollo. Desde Luxemburgo en el corazón de Europa occidental con 500 mil habitantes y un ingreso anual per cápita de € 40.000 o Alemania (€ 21.800), Austria (€ 23.300), Bélgica (€ 24.300) hasta llegar a Rumania (€ 6.300), Polonia (€ 8.100) o Lituania (€ 7.000).
    De ese modo la UE dispone en el Este de una vasta periferia sometida a un intenso proceso de adaptación (inversiones directas provenientes del Oeste, fuertes controles monetarios y fiscales, etc.). Desde el punto de vista económico los países de la vieja UE-15, en especial su núcleo de alto desarrollo, al incorporar esos Estados se asegura mercados y mano de obra barata y de buen nivel técnico, pero también debe afrontar presiones migratorias, el financiamiento de asistencias, subsidios, etc. Aunque es en el plano político donde aparecen los grandes beneficios estratégicos, la conformación de la “Gran Europa” por ahora con casi 500 millones de habitantes y el primer PBI del mundo otorga a sus países líderes, principalmente Francia-Alemania, una enorme capacidad de intervención a escala global.

    El euro y Eurolandia
    Impulsada por su vocación política, la UE creó el Euro (enero de 1999) y su zona al interior de la Unión integrada por sólo 12 países (Bélgica, Alemania, Grecia, España, Francia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Holanda, Austria, Portugal y Finlandia) que se diferencian así de los países periféricos de Europa central y oriental, y de otros de alto nivel de desarrollo como Inglaterra o Suecia reacios a someterse a la estrategia monetaria común. Se trata del núcleo duro de la UE, su espacio central; de ese modo pertenecer a la Unión Europea no es lo mismo que formar parte de Eurolandia (zona-euro) que evidentemente apunta hacia tres objetivos de largo plazo:
    1. Homogeneizar en torno de la alianza franco-alemana al espacio central de la Unión Europea.
    2. Otorgar a ese espacio la conducción estratégica de la UE apartando a un país poderoso como Inglaterra pero demasiado dependiente de Estados Unidos y subordinando completamente a la periferia subdesarrollada del Este.
    3. Brindar un instrumento monetario decisivo a Eurolandia en la disputa por la hegemonía financiera global.
    Vasapollo y Arriola, dos especialistas en el tema sostienen que “la importancia del euro no se encuentra en los cambios de la política económica que induce, sino en una estrategia de largo plazo en la cual se está definiendo el nuevo mapa de las relaciones entre las grandes potencias del siglo 21. La política económica del euro –la probable y la posible– no se puede entender sin tomar en consideración el nuevo momento histórico que se define a partir de la decisión de creación de una soberanía monetaria europea… la fecha clave es el 15 de agosto de 1971 (fin del patrón dólar-oro) cuando el Gobierno de Estados Unidos reconoce de facto la pérdida de la hegemonía económica de su país y la quiebra del sistema económico internacional con base en el dólar como medio de pago internacional y activo de reserva” (12).
    En ese plano la confrontación entre Eurolandia y Estados Unidos resulta inevitable, los estadounidenses tratan de desestabilizar el euro promoviendo fluctuaciones en su precio (tipos de cambio, tasas de interés) con el fin de frenar o bloquear la aceptación universal de dicha moneda. Pero Eurolandia no se queda con los brazos cruzados, afirma la subordinación económica de los países recientemente integrados de la Europa del este, estrecha vínculos con Rusia y con el inmenso espacio eurasiático en general (no sólo en temas energéticos sino en un espectro mucho más amplio). De todos modos ni los europeos apuestan al derrumbe del dólar ni los estadounidenses a turbulencias excesivas en el comportamiento del euro. Se trata de una disputa que no va más allá de ciertos límites. Los estadounidenses saben que un fuerte deterioro del euro podría afectar flujos de capitales indispensables para el funcionamiento de su economía y los europeos están convencidos de que una caída estrepitosa del dólar los arrastraría también a ellos hacia una crisis de consecuencias impredecibles.

    Vulnerabilidades y tentaciones
    Mientras tanto la Unión Europea prosigue su expansión territorial. En la década actual ha recuperado un dinamismo económico que parecía perderse en los 90, las exportaciones alemanas crecieron como parte decisiva del crecimiento exportador de la Unión (ver los gráficos “Exportaciones alemanas” y “Unión Europea-25, exportaciones y Producto Bruto Interno”).
    El crecimiento lento pero persistente permitió frenar y finalmente hacer retroceder suavemente la tasa de desocupación: 9,1% en promedio anual para el período 1997-2001 contra 8,7% para el período 2002-2006 (9,1% en 2004, 8,8% en 2005, 8,2 en 2006) (13). El ascenso exportador empujó la economía comunitaria en su conjunto, la expansión de la demanda mundial alentada por el crecimiento chino-estadounidense cumplió un rol significativo lo que hace temer que al cambiar el contexto internacional el impulso europeo pierda fuerza (dicho contexto está empezando a cambiar arrastrado por los primeros síntomas de enfriamiento en Estados Unidos, Japón… más la probable desaceleración de China… si se cumplen los pronósticos de sus autoridades).
    De todos modos cerca de dos tercios de las exportaciones del conjunto de países de la Unión Europea son compradas por la propia Unión Europea, esto reduce la vulnerabilidad externa que de todos modos sigue siendo un problema fundamental. Además una porción importante de sus excedentes de capitales son colocados fuera de la región, por ejemplo en Estados Unidos; la contracción o estancamiento de esos mercados no dejará de afectar negativamente las tramas financieras de la UE.
    A esto debemos agregar factores sociales y políticos que obstaculizan la construcción europea. La crisis de legitimidad de las instituciones comunitarias (Banco Central Europeo, Parlamento Europeo, etc.) sumada a los desniveles sociales entre Eurolandia y los países del Este y a la persistencia de altas tasas de desocupación (especialmente entre los jóvenes) ofrecen fisuras que podrían ampliarse si el crecimiento se detiene.
    Sin embargo, es necesario considerar que la arquitectura compleja de la UE obedece a una voluntad política de largo plazo: desde la proclama europeísta de Robert Schuman de 1950 y la constitución de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero en 1951 ha pasado más de medio siglo de elaboración paciente y sistemática.
    Dicha construcción aparece desafiada por diversas amenazas y tentaciones. En primer lugar la telaraña de compromisos político-militares e interpenetraciones económicas con Estados Unidos que jugó a su división interna cuando el núcleo franco-alemán se opuso a la aventura iraquí de la Casa Blanca y que la arrastró a la guerra en Afganistán (bajo el paraguas de la OTAN). El fracaso estadounidense en Eurasia obliga a los europeos a complicadas y sórdidas maniobras que buscan al mismo tiempo despegarse de la aventura de Bush sin enemistarse demasiado con él y sus sucesores. Juegos parecidos se desarrollan en torno de la puja dólar-euro.
    Soluciones razonables a esas disputas colocarían a Eurolandia en una mejor posición para enfrentar un segundo problema: la tentación eurasiática. Allí aparecen la dependencia energética respecto de Rusia y la posibilidad concreta de extender los lazos comerciales y las inversiones hacia lo que constituye la gran convergencia del siglo 21, un mega espacio que cubre el conjunto de países de la ex Unión Soviética, Medio Oriente, Asia central, India, China hasta llegar a Japón. En esa zona se desarrollan actualmente complejos procesos de integración (China-Rusia-Irán, China-India, China-Japón, etc.) una de cuyas expresiones institucionales es la Organización de Cooperación de Shangai (14). ¿Cómo establecer sólidos lazos con esos fenómenos preservando un alto nivel de autonomía?
    Pero mientras intentan profundizar la amistad con los osos asiáticos ensayando evitar sus abrazos demasiado efusivos al mismo tiempo que buscan tomar distancia de los halcones estadounidenses sin ofenderles, deben hacer frente a su tercer problema, el principal: impedir que la heterogeneidad de la Unión sumado al declive de la legitimidad social de sus instituciones (tanto las comunitarias como las nacionales) termine por poner en jaque la integración. Demasiados desafíos aunque no insuperables para los descendientes de Maquiavelo. M

    Notas:
    (1) Según los datos del FMI para 2006, el PBI nominal de la Unión Europea fue de US$ 13,9 billones; el estadounidense fue de US$ 13,2 billones.
    (2) OECD, –OECD Economic Outlook–, 1997 ; IFRI-RAMSES, Synthèse annuelle de l´activité mondiale 1999, DUNOD, París, 2000.
    (3) UE-15: Inglaterra, Irlanda, España, Portugal, Francia, Luxemburgo, Bélgica, Holanda, Alemania, Dinamarca, Austria, Grecia, Suecia, Finlandia e Italia.
    (4) OECD, ‘OECD Economic Outlook’ , 1997 y 1998.
    (5) Le Monde Diplomatique, Dossier: Le Royaume-Uni champion de la ‘flexibilité’, février 1997.
    (6) OCDE, ‘Etudes économiques de l’OCDE, Royaume-Uni, 1996’, París, 1996.
    (7) Robert Anne-Cecile, ‘Faux emplois et vrai chômage’, Le Monde Diplomatique, Avril 1998.
    (8) OECD, ‘OECD Economic Outlook’-62, December 1997; IFRI-RAMSES, Synthèse annuelle de lactivité mondiale, DUNOD, París, 1997.
    (9) Gave François, ‘Le modèle alemand est-il en crise?’, CERI, París, 1996.
    (10) OCDE, Economic Outlook, 2001.
    (11) Con un primer tramo de diez países: República Checa, Chipre (sector greco chipriota), Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta y Polonia. El 1 de enero de 2007 se incorporaron Rumania y Bulgaria… mientras aguardan en la puerta otros Estados algunos con estatus oficial de candidatos como Turquía, Croacia y Macedonia.
    (12) Joaquin Arriola y Luciano Vasapollo; “La recomposición de Europa”, pág. 104, El viejo topo, Barcelona, 2004.
    (13) European Commission; “European Economy-Economic Forecast-Autumn 2006”, n° 5, 2006.
    (14) Jorge Beinstein, “Todo empezó en Shangai. El súper gigante inesperado”, Mercado, Agosto 2006.