–¿En medio del proceso electoral, se le da en la Argentina la debida
importancia a la escalada bélica en Medio Oriente o el tema está
afuera de la agenda?
–En general, tanto la opinión pública de la Argentina como
muchos de sus líderes de opinión están bastante distantes
del enorme significado de lo que acontece en el Golfo Pérsico y en Irak,
como también de la decisión de Estados Unidos frente a ese país.
Estamos en un momento trascendental de las relaciones internacionales, que se
transforman de manera radical y, posiblemente, definitiva. Esto concierne a principios,
esquemas, estructuras e instituciones. Estados Unidos llegó a polarizar
tanto a la situación internacional que las instituciones que dábamos
por seguras como la Unión Europea (que buscaba una política exterior
y de seguridad común), la Otan (que era un acuerdo militar trascendental
para el occidente industrializado) y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas,
se han partido, fracturado, fragmentado y erosionado como producto de esta estrategia
de polarización. Y seguramente en cada uno de esos ámbitos tendremos
heridas y mutaciones inesperadas.
–¿Se refiere a la posición de Francia y Alemania opuesta a
la de Estados Unidos con respecto a la guerra?
–Las fracturas y heridas generadas por esta situación, y particularmente
entre los aliados más cercanos a Estados Unidos, serán de larga
data. Es difícil que entendamos la dinámica de alianzas firmes y
rigurosas que había durante la Guerra Fría y en parte de esa posguerra
con lo que probablemente se avecine, ya que pueden formarse alianzas más
ad hoc o sui generis para resolver problemas específicos. Es muy probable
que toda la configuración del derecho internacional, basada en limitar
lo máximo posible el poder de los poderosos, entre en desuso. Porque Estados
Unidos, a través de la estrategia de guerra preventiva, hace añicos
el artículo 51 de Naciones Unidas que sólo justifica el uso de la
fuerza en términos de autodefensa. La arquitectura geopolítica de
Medio Oriente, donde Estados Unidos era un actor primordial pero externo, varía
drásticamente si establece, por ejemplo, una suerte de protectorado de
uno a dos años en Irak, con lo cual se convierte de facto en vecino de
seis países de la región. Son transformaciones bastante verosímiles
y escapan a la consideración estratégica de nuestros líderes
de opinión, políticos, económicos, empresarios, militares
y académicos, como si la Argentina estuviera en un planeta distinto.
–También la posibilidad latente de un mundo al borde de un ataque
nuclear se considera muy poco al hablar sobre política exterior de cara
a las elecciones.
–En la Argentina hace mucho tiempo que no hay un pensamiento autónomo
en política exterior. Y ese pensamiento debe nacer de ámbitos como
el académico, el servicio exterior, los partidos políticos, los
centros de investigación o las ONG. Si se revisan los debates más
recientes, lo que se plantea en la Argentina sobre este tema es muy parroquial
o muy estrambótico. Así es obvio que cuando estamos en medio de
una campaña, en lugar de tener buenas ideas, o simplemente ideas sobre
estos temas, tenemos expresiones vacías o grandilocuentes. Que en el fondo
reflejan que en un ámbito clave, como el de las políticas de Estado
en materia exterior, que la mayoría de los países tiene, tenemos
carencias. Esta situación también se refleja en la falta de un consenso
estratégico.
–Teniendo en cuenta lo económico y político, ¿cuál
debería ser la posición argentina en un conflicto de este tipo?
–Creo que en la Argentina es fundamental definir, en primer lugar, cuáles
son los intereses nacionales en juego. Es central porque hay una serie de fenómenos
que derivan de una confrontación que afecta a los intereses del país.
Por ejemplo, un país subdesarrollado como la Argentina, en un escenario
internacional altamente conflictivo, verá afectado su desarrollo, su comercio,
su inserción económica y sus finanzas. Y puede generar efectos dominó
en diferentes regiones y afectar a sus vecindades.
–¿Cuáles serían esos efectos dominó?
–Imagino una exacerbación del conflicto en Colombia, una potenciación
de los problemas terroristas en la Triple Frontera, un sistema internacional donde
las instituciones empiezan a ser demolidas –como las Naciones Unidas–,
falta de respeto por los compromisos del derecho internacional y, así,
sufre el multilateralismo. Esto afecta mucho más a un país periférico
que a un país central. Porque tenemos más cosas en juego en estas
instancias multilaterales, que son un ámbito más natural en el cual
podemos lograr, con la convergencia de otras naciones, acuerdos y compromisos
que nos favorezcan. Perdemos espacio de discusión, de interlocución
y poder de negociación.
–¿Cuál es su opinión sobre la relevancia que los efectos
de una guerra tendrían sobre el sector petrolero argentino?
–Impactaría en la Argentina y en cualquier país, tanto productor
como consumidor de petróleo. Hay que señalar la vulnerabilidad que
tenemos hoy respecto de otros momentos históricos. En la Primera Guerra
Mundial, la Argentina era una de las 10 economías más fuertes del
sistema internacional y la séptima en términos de comercio mundial.
Era un país pujante, con activos estratégicos como la alimentación,
rubro en el que podía abastecer al sistema internacional. Estaba distante
del teatro de operaciones y se beneficiaba materialmente, tanto de la confrontación
como de la paz, debido a la situación europea. Hoy es demasiado vulnerable,
carente de recursos estratégicos y cualquier confrontación, breve
o larga, la afectaría de manera decisiva. Necesitamos un escenario de estabilidad
y paz. Pensar que hay otros, en los que “ganemos”, es una concepción
falsa.
–¿Estados Unidos sólo apuesta a la guerra porque considera
que Irak es una amenaza o hay más intereses en juego?
–Hay tres puntos concurrentes. Uno es el de los recursos energéticos,
entre los que están el petróleo y el gas, y no sólo en Medio
Oriente sino en Asia central. En estas dos áreas tenemos el espacio geopolítico
más relevante del planeta en términos energéticos. Y en Medio
Oriente es muy probable que el agua sea en el futuro fuente de mayores conflictos
porque hay una carencia dramática. El segundo radica en que el valor geopolítico
tiene importancia porque Estados Unidos se coloca en un espacio en el cual pasa
a ser colindante directo de la Unión Europea y Rusia y se ubica a su vez
en las cercanías de China. Pasa a ser el actor militar local; y no distante,
sino presencial y directo más cercano a estas tres áreas y países
que son los de mayor fortaleza en el mundo, lo que es altamente significativo.
Con el tercer punto Estados Unidos pretende, y no quiere decir que lo logre, estabilizar
una zona, la del conflicto israelí-palestino. Aquí el efecto de
demostración es muy grande.
–Más allá de una guerra, hay analistas locales que sostienen
que la alineación argentina con Estados Unidos deber ser automática
en todos los ámbitos. Otros piensan lo opuesto. ¿Se puede volver
a aquellas relaciones carnales de los ’90?
–Apartémonos de las condiciones ideológicas y centrémonos
en los resultados concretos. En 2004 se cumplirán 15 años del inicio
del primer mandato de Carlos Menem. Para ese año tendríamos ya tres
lustros de un alineamiento casi irrestricto con Estados Unidos: más carnal
con Menem, igualmente carnoso en la administración De la Rúa y aún
cariñoso con Eduardo Duhalde. Luego de 15 años, en términos
de política interna, el resultado indica que la Argentina es más
pobre, inequitativa y fracturada que en 1989. Y en política exterior es
más débil, menos relevante y más chantajeable. Insistir sobre
lo mismo es posible, pero sometería nuevamente al país a una situación
en la que los resultados prácticos nos demuestran que esto fue un equívoco.
Que haya sectores, individuos o algunos grupitos que se beneficiaron con esa política,
es real. Pero si se mira en términos de intereses nacionales y no particulares,
y luego de 15 años, que significan una generación completa, la Argentina
es menos significativa, más irrelevante, más pauperizada y más
marginal que en 1989. Ese solo resultado es demasiado elocuente como para decir
que debemos hacer lo mismo, volver a sobreactuar y a prometer más cosas.
No me remito a la ideología ni a una especulación a futuro. Tomo
esos 15 años y tengo resultados. Me parece demasiado categórico
como para insistir con esa política.
–A esta altura de los acontecimientos, ¿es posible detener la guerra
en Irak?
–Es muy difícil, porque el gobierno de Estados Unidos ha logrado algo
importante en cualquier condición de guerra: el respaldo de su propia opinión
pública. Ésa es la que cuenta para el presidente Bush. Es muy difícil
también desarrollar un plan que lleva aproximadamente de seis a ocho meses
en términos de planificación estratégica, movilización
de tropas y presencia militar en la región y el desarrollo de una guerra
psicológica sobre Irak, con acciones letales y bombardeos sistemáticos.
Es muy complicado parar esta maquinaria y decir “ahora nos conformaremos
con que los inspectores se queden unos días más”. Es difícil
de frenar y, más aún, de revertir. Casi imposible. M