La riqueza de las proteínas

    “La venta de ingredientes fue clave en el crecimiento de nuestro margen
    bruto. Es el segmento más dinámico y el que ofrece las mejores
    utilidades”, afirmaba Alberto Weisser, CEO de Bunge Limited, durante la
    presentación de resultados a los accionistas en el mes de abril. Pero
    vale una aclaración: donde dice “ingredientes” debe leerse
    “proteínas”, las estrellas de la división de productos
    industriales de la empresa.
    Si bien la planta elaboradora, que está radicada en Brasil, tiene una
    facturación pequeña dentro del conglomerado –US$ 81 millones–,
    hay innumerables razones para que sea una niña mimada dentro del gigante
    de la industria alimentaria: la posibilidad tecnológica de aislar las
    proteínas y aplicarlas a los más variados fines ha multiplicado
    su valor de mercado y, por lo tanto, las utilidades contenidas. Por caso, si
    la Argentina estuviera plenamente en la era proteinómica, la cosecha
    sojera 2001-2002 hubiera atesorado hasta US$ 44.000 millones en proteínas,
    un valor agregado para tener en cuenta.

    La nueva vieja protagonista

    El valor relacionado con las proteínas no es una novedad. Al jugar un
    papel fundamental en el desarrollo de los tejidos, su calidad y cantidad impactan
    fuertemente en la cotización del producto en el que van inmersas. La
    diferencia en la actualidad es que la obtención de las proteínas
    en alto grado de pureza permite multiplicar sus aplicaciones, aprovechando sus
    cualidades funcionales, nutricionales y terapéuticas, y dando lugar a
    la mejora de procesos de fabricación o al desarrollo de nuevos productos.
    “Una mejor ingesta de proteínas repercute en un mayor desarrollo
    muscular del animal, incrementado el volumen comercializable”, explica
    Raúl Paulinovich, director de Alimental, empresa elaboradora de alimentos
    balanceados.
    Si le ofrecen un snak de 65 gramos y le dicen que allí está su
    almuerzo y que puede optar entre distintos sabores y diversas funciones como
    para prevenir el cáncer de próstata, de mama e infartos o controlar
    la tensión, quizá no lo están estafando. Estos productos
    ya existen y gozan de la aprobación de la Foods & Drugs Agency (FDA)
    de Estados Unidos.
    Las nuevas generaciones de consumidores de los países desarrollados con
    una marcada preferencia por los alimentos naturales y la vida sana forman un
    mercado de alto poder adquisitivo, cuyo volumen difiere según los estudios.
    Sin embargo, todos los trabajos coinciden en que se trata de una demanda aún
    insatisfecha, lo que alienta al ingreso de nuevos players.
    “La demanda de proteína de soja fue de 300.000 toneladas y la producción
    fue de 211.000. Las proyecciones para 2005 hablan de una demanda de 500.000
    y una oferta que no alcanzaría los 400”, detalla Hugo Castello
    presidente de la cordobesa Arsoy, comercializadora y productora del complejo
    sojero.

    Una posibilidad pendiente

    La soja es, sin duda, una de las estrellas a la hora de buscar fuentes de proteínas,
    que constituyen 37% del peso del grano y son de una elevada calidad. Posee casi
    todos los aminoácidos que reúne la carne y ninguna de sus desventajas:
    está lejos de toda sospecha de portar el mal de la vaca loca, tiene un
    menor contenido graso y funcionalidades terapéuticas varias. Desafortunadamente,
    la Argentina, pese a haber cosechado 30 millones de toneladas en la última
    campaña –lo que equivale a 11 millones de toneladas de proteínas–
    no se caracteriza por ser fuerte en el rubro.
    La producción de concentrados se limita a las harinas de soja cuya versión
    premium contiene 48% de proteínas (la versión estándar,
    44 %). Estas harinas, que son el fruto del prensado que se utiliza para la extracción
    del aceite, son un producto comoditizado, lo que se refleja en los precios obtenidos.
    Las harinas premium cotizan en el Golfo de México US$ 220 por tonelada,
    20% por encima del grano, mientras que la tonelada de concentrados con 80% de
    proteína se valúan alrededor de US$ 1.700.

    Valor agregado y social

    “Estudiamos la posibilidad
    de incursionar en fortificados pero discontinuamos el proyecto porque
    vimos un mercado pequeño”, indica Fulvio Pagani, director
    y accionista de Arcor. “Pero ahora estamos estudiando retomar el
    proyecto con un objetivo social”, agrega.
    La afirmación de Pagani no es caprichosa. Distintas experiencias
    sustentan la idea. “Con $ 1,5 se pueden elaborar raciones que contengan
    todos los requerimientos nutricionales diarios de una persona”,
    asegura Juan Carlos Gerlero, vicepresidente de Nutrición de Vida,
    una pyme cordobesa dedicada a la producción de alimentos fortificados.

    Nutrición de Vida también produce alfajores y galletas con
    proteínas y minerales destinados a la población infantil,
    a un costo de $ 0,35. A esos precios, la firma lograba una rentabilidad
    cercana a 20% sobre ventas mensuales promedio de $ 350.000.
    El canal era la explicación: “Lo pudimos lograr por los buenos
    costos argentinos y porque estaba dirigido a los planes alimentarios.
    Si hubiésemos utilizado los canales minoristas, el precio final
    se hubiera, por lo menos, duplicado”, explica Gerlero. Los problemas
    sobrevinieron con la quiebra del Estado. Nutrición de Vida espera
    reconstruir un canal de distribución pero los fortificados proteicos
    ya habían demostrado contar valor agregado y valor social.

    La lechería hace punta

    El sector productivo que sí avanzó en las nuevas olas es la industria
    láctea. Desde 1990 la santafesina Milkaut produce concentrados de proteínas
    de suero –WPC, por sus siglas en inglés–, que se obtiene
    ultrafiltrando el suero que, a su vez, se pierde en la elaboración del
    queso. Este producto se aplica para lograr texturas apetecibles para los consumidores
    en distintos alimentos y carece de caseína, proteína láctea
    que es fundamental en la formación de quesos.
    Desde 2000 la cooperativa santafesina sumó a su cartera la producción
    MPC, concentrados de leche, que contienen todas las proteínas naturales
    de la leche, y que se aplica, además de al texturado de alimentos, al
    fortificado proteínico. La escala de producción de Milkaut para
    este tipo de productos es pequeña (3.000 toneladas por año para
    el WPC y 2.000 toneladas para el MPC), y mayormente se exporta (60 y 100%, respectivamente).
    El arribo de Arla Foods Ingredients por medio de un joint venture con SanCor
    representó una inversión conjunta de US$ 60 millones. Desde mayo,
    la firma comenzó a producir WPC desde una planta en Porteña, provincia
    de Córdoba. Su capacidad instalada es de 500.000 toneladas anuales y
    80% de la producción está destinado al mercado externo.
    Tal como en el caso de la proteína de soja, los valores dependen del
    grado de concentración y se fijan “por mercados”. Según
    papers elaborados por el Inta el valor del WPC mayor a 90% puede alcanzar precios
    de hasta US$ 4.000 por tonelada.
    Teniendo en cuenta que las ventas argentinas de concentrados oscilan entre 40
    y 80%, el precio promedio obtenido por las exportaciones argentinas de proteínas
    lácteas fue de US$ 1.750 durante el primer semestre del año que
    pasó, 12% más que la leche en polvo entera, pero 30% menos que
    lo registrado durante el mismo período de 2001.

    De la fábrica al bolsillo

    Si de valor agregado se trata, los snaks o barras proteínicas prometen
    ser la clave para los fanáticos del rubro. La barrita de proteínas
    Musashi, una línea de productos energéticos de origen australiano
    representada en la Argentina por Sidus, tiene una concentración de 32%
    de proteínas. Equivale a una comida diaria y cuesta $ 3,4, casi un dólar.
    Esto equivale a US$ 15.000 la tonelada, casi la mitad de lo que valdría
    en Estados Unidos.
    Si bien las barritas serían un verdadero boom en los mercados estadounidense
    y europeo, según rezan los analistas, su performance no se repetiría
    en el Río de la Plata. “Las veces que quisimos expandir el producto
    por fuera del nicho constituido por los deportistas profesionales, fue infructuoso”,
    indica Gustavo Mercau, gerente de Musashi. “El mercado no ha crecido en
    el último tiempo y se mantiene alrededor de los $ 12 millones”,
    estima. M
    Juan Pablo Dalmasso