La depresión que está sufriendo la economía argentina es más intensa que la de 1890 y tan aguda como la que experimentó Estados Unidos entre 1929 y 1933. La Argentina pudo superar la crisis de 1890 porque sus exportaciones crecieron a un ritmo nunca igualado para abastecer la demanda de alimentos del Reino Unido.
Estados Unidos superó la crisis de 1929-33 una vez que el presidente Roosevelt rompió con el patrón oro, dolarizó los contratos (lo que en nuestra experiencia actual sería equivalente a pesificarlos) y puso en marcha políticas monetarias y fiscales expansivas para recuperar su mercado interno.
Si un problema de fondo afronta el país es que no tiene una estrategia superadora de su crisis actual. La recuperación del mercado interno es un requisito sine qua non para reducir la enorme tasa de desempleo. Pero los instrumentos macroeconómicos expansivos que otrora se usaban -muchas veces en exceso- no están disponibles hoy: no hay política monetaria orientada a reducir la tasa de interés allí donde reina la desconfianza sobre la moneda doméstica y una tasa de interés alta es indispensable para contener la cotización del dólar; no hay política fiscal expansiva allí donde el nivel de deuda pública es tan alto que mata los sueños keynesianos de los gobernantes.
La Argentina está, pues, frente a dilemas sustantivos, pero ni la administración Duhalde ni quienes aspiran a sucederlo parecen tener recursos políticos (quizá tampoco deseos) para afrontarlos.
Un primer ejemplo de cómo el Gobierno está paralizado frente a las cuestiones de fondo es el tema de la reestructuración de la deuda. En verdad, los argentinos no sabemos cuánto debemos. No hay todavía un cómputo preciso de las compensaciones que recibirán los bancos por la asimetría de la pesificación, por las excepciones al CER del lado del activo y por la demora en aplicarlo. Después del fallo de la Corte Suprema de Justicia declarando inconstitucional los recortes salariales del presidente Fernando de la Rúa, se ha agregado otra incógnita, ya que la actual administración no podrá pagar en efectivo las obligaciones que se acumularon y deberá emitir nuevos bonos.
De todas maneras, una vez que las cosas queden claras se comprobará que la relación Deuda/PBI se encuentra en el entorno de 130%: imposible de honrar. Para que la economía retorne a un escenario que con buena voluntad podamos calificar como normal, deberá haber quita de deuda (algunos analistas estadounidenses aventuran que esa quita tendría que incluir a los organismos multilaterales de crédito), expansión del PBI y apreciación de la moneda doméstica.
Construyamos un escenario tentativo: si el tipo de cambio real baja a 2,50 y hay una quita de 50% exclusivamente para los acreedores privados, hará falta una tasa de crecimiento del PBI de 4,5% anual durante 10 años para que la relación Deuda/PBI retorne a 50%. Por el momento, no han comenzado las negociaciones con los tenedores de bonos ni hay vestigios de una recuperación sostenida del nivel de actividad.
La Argentina sigue siendo un país en quiebra y, además, el único que a ocho meses de declarada la cesación de pagos no ha construido una política para salir de ella.
Tarifas públicas
Otros ejemplos de temas sustantivos sin resolver son las cuentas fiscales y las tarifas de las empresas de servicios públicos. Parece claro que el superávit primario alcanzado por el Gobierno, gracias a la combinación de retenciones a las exportaciones e inflación, será insuficiente para llegar a un acuerdo con el FMI y para entablar un diálogo creíble con los acreedores.
En cuanto a las tarifas públicas, el ministro Lavagna tiene claro un punto: no otorgará incrementos mayores de 15% aunque esto implique un recorte de gran magnitud en las inversiones y por lo tanto en la calidad futura de los servicios.
Finalmente, un país pobre no puede aspirar a una oferta de servicios públicos similar a la de un país rico. Ésa fue la ficción de los ´90. Eso es lo que quedará definitivamente atrás, según Lavagna, cuando haya una renegociación contractual, sector por sector, a partir de mediados de 2003.