El lunes 15 de julio, la convocatoria de acreedores de WorldCom parecía cuestión de horas. A última hora del viernes 12, a través de una presentación judicial, 25 bancos acreedores, entre ellos el Citi y el Deutsche Bank, sostuvieron haber sido engañados por la empresa y pidieron a los tribunales de Nueva York “vedarle a la empresa el uso de créditos por US$ 2.600 millones, obtenidos en mayo”.
El ocultamiento de gastos o su asiento como inversiones por una suma que oscila según diversas fuentes entre US$ 3.850 y 4.850 millones, es la razón principal invocada por las entidades ante la jueza Helen Freedman, quien convocó a las partes y a la Securities & Exchange Commission (SEC). Entretanto, algunos observadores de Wall Street creían que, si WorldCom no se apresuraba a pedir su quiebra, lo harían los bancos, los cuales forzarían, también, la venta de activos básicos. En esta instancia, la descapitalización de la empresa ascendía a US$ 170.000 millones y el concurso involucraría algo más de US$ 104.000 millones según valor en libros. Por ende, WorldCom sustituiría a Enron como la máxima quiebra en la historia estadounidense.
Pocos días antes, el mercado sospechaba que la compañía estaba ya preparando la documentación para ampararse en el título XI de la Ley Federal de Quiebras. En otras palabras, el CEO John W. Sidgmore por cuya estabilidad nadie daba dos centavos trataba de adelantarse a los bancos acreedores. Pero sus graves infracciones contables ponían de manifiesto un problema de fondo y que, de hecho, no era es exclusivo de WorldCom: la crisis del modelo de negocios dominante desde la licuación del bloque soviético.
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La gota que rebasó el vaso fue la suma de gastos ocultos en los balances desde 1998 que, de acuerdo con el diputado Michael Oxley, era US$ 1.000 millones superior a la admitida. “Tengo la seria sospecha de que Bernard Ebbers, el ex CEO, estaba al tanto de todas las irregularidades”, señaló Oxley. Su comité citó a Ebbers para el 10, junto a Scott Sullivan (ex director financiero), pero ambos se negaron a declarar y ahora afrontan cargos por contumacia.
Montándose en la ola, James A. Courtier CEO de IDT Corporation anticipó que su compañía (Telecomunicaciones e Internet) podría aumentar la oferta de US$ 5.000 millones por tres unidades de WorldCom: MCI (larga distancia), MFS (telefonía local) y Brooks Fiber. “Todo es negociable explicaba sólo que en este momento nadie conoce el valor en libros de WorldCom o las controladas. Su contabilidad ya no es de fiar”. En plena euforia adquisitiva, Ebbers había pagado en 1998 US$ 62.000 millones por MCI y MFS.
Por las dudas, IDT ha salido en pos de esos clientes. A partir del 15 de julio, en efecto, ofrecía a los abonados de la segunda telefónica de larga distancia en Estados Unidos servicios de backup (respaldo operativo). La iniciativa buscaba prevenir defecciones de usuarios cubriendo interrupciones o discontinuidades derivadas de la crisis que vive WorldCom. En otras palabras, si ésta dejase de prestar algunos servicios por falta de fondos o por entrar en concurso, IDT los atendería mientras negociase la adquisición de redes y otros activos.
Acuciada por una deuda de US$ 26.400 millones (capital), WorldCom ya ha comenzado a desprenderse de activos y de personal. Pero se resistía a vender las unidades que quiere IDT. Según varios analistas, esto podía llevar a un intento de compra hostil.
Préstamos sin explicación
La Junta Directiva traicionó a los accionistas cuando resolvió prestarle al entonces presidente ejecutivo de WorldCom, Bernard Ebbers, más de US$ 400 millones. “Ese dinero era para forestaciones comerciales en Canadá, actividad totalmente ajena a la firma”, según lo afirmó el 12 de julio Richard Breeden, designado veedor, días antes, por el juez federal de Distrito, Jed Rakoff. Su tarea consistía en revisar actos recientes y evitar que los ejecutivos se asignen sumas exageradas o destruyan documentos. Breeden fue jefe de la SEC en los ´90.
“¿Cómo es que los directores burlaron sus deberes fiduciarios prestándole al CEO semejante suma para comprarse bosques?”, inquirió Breeden en rueda de prensa. “Es un curioso criterio para manejar el negocio de comunicaciones. Al parecer, esos US$ 400 millones se le entregaron para que Ebbers no vendiese sus acciones, lo cual habría bajado la cotización bursátil. En otras palabras, el CEO coaccionaba al Directorio.”
Heredero en aprietos
Por supuesto, también obraban cuestiones específicas, empezando por el papel de Sidgmore y su curiosa prescindencia. A fines de junio, mientras despedían a Sullivan como director financiero, el nuevo CEO confesó no estar al tanto de los manejos contables porque, simplemente, ya no seguía las operaciones cotidianas. Lo inexplicable, en tal caso, sería que Sidgmore hubiese aceptado varios millones de dólares en dinero y opciones accionarias sólo por ser figura decorativa.
A raíz de esa actitud, los accionistas principales se preguntaban si no sería preferible poner un presidente ejecutivo en serio o bien eliminar el cargo. Por otra parte, el 12 de julio, Sidgmore confirmó que continuaba siendo CEO de otra firma, E-Commerce Industries, proveedora de tecnología para fabricar elementos de oficina. También admitió integrar la junta de Boingo Wireless y el comité consultivo en Frazier Technology Ventures. Alguien observó que, geográficamente, las tres compañías estaban muy alejadas entre sí.
Sin duda, el riesgo de convocatoria por iliquidez no preocupa demasiado a Sidgmore, dada su diversificada cartera de cargos remunerados. Entretanto, los acreedores financieros analizaban la posibilidad de desplazar al CEO y nombrar un interventor especializado en este tipo de crisis para reorganizar la compañía al amparo del eventual concurso, para lo cual ya estaban conversando con Breeden.
Antecedentes demasiado breves
Amén de sus múltiples y simultáneos empleos, los antecedentes de Sidgmore no lo avalan como piloto de tormenta. En verdad, su experiencia en WorldCom data apenas de 1996, cuando llegó junto con el paquete de MFS Communications, donde se desempeñaba como ejecutivo. Al principio, era director operativo pero, al convertirse en presidente (1998), sólo se dedicó a compras, fusiones y discursos.
En sus cinco ejercicios completos en la empresa, cobró por lo menos US$ 6,5 millones más otros US$ 25 millones en dividendos, generados por las acciones con las cuales se lo bonificaba. No obstante, en teoría su sueldo anual fue cayendo de US$ 2,2 millones en 1998 a US$ 120.000 en 2001, caída que compensó uniéndose a media docena de directorios, además de los enumerados arriba.
“Una persona que cree correcto cobrar esas sumas sin trabajar, no sirve para CEO”, sostuvo Sarah Teslik, directora ejecutiva del Council on Institucional Investors, un grupo de 250 administradores de fondos en el mercado monetario. Esta experta y otros del mismo sector han censurado varias veces a Sidgmore por no haber dejado E-Commerce Industries y otras firmas al convertirse en CEO de WorldCom tras caer Bernard Ebbers. Gente ducha en la interna del Grupo aporta una explicación: “Sidgmore sabía que duraría poco en el nuevo cargo y que el propio Ebbers lo puso ahí para cubrirle la retirada”.
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