Pro y contra de la dolarización

    Esta vez, la página dedicada a iniciar la lectura de MERCADO con una sonrisa tiene dos novedades. La primera: marca la colaboración inicial de NIK, el mejor humorista gráfico de la actualidad en el país, con nuestra revista. La segunda: aunque “mal de muchos, consuelo de tontos”, los argentinos estamos empezando de detectar que, si bien “nos toca bailar con la más fea”, no somos los únicos inmersos en la crisis. Y no se trata solamente del escenario regional. Hay una crisis mundial, globalizada, que ya ni en Estados Unidos se puede ocultar.


    En este contexto sobrevive la polémica entre quienes dicen que nunca debimos dejar la convertibilidadm los que pretendían hacerlo hace años, los devaluadores a cualquier precio, y los que querían una depreciación controlada. Pero sobre todo, están los partidarios de la dolarización: dicen que es una tendencia mundial, y ponen como ejemplo al euro. Pero hay una enorme diferencia entre tener una moneda común adoptada por decisión de un grupo de países y adoptar una moneda ajena.


    Lo cierto es que -como queda registrado en la sección Documento de esta edición- recién ahora asumimos el “trilema” clásico de la política macroeconómica: no se puede tener al mismo tiempo autonomía monetaria, libre movilidad de capitales y tipo de cambio fijo. Por diez años el país -no apenas un gobierno- había elegido tener tipo de cambio fijo y libre movilidad de capitales, resignando la autonomía monetaria. Este esquema funcionó hasta la crisis rusa de 1998 y la devaluación brasileña de 1999, pero se quebró desde entonces. La Argentina estaba obligada a eliminar su desequilibrio de la cuenta corriente del sector externo por la vía de la deflación o por la vía de la devaluación. Probó el amargo sabor de la deflación y en enero de 2002 terminó en la devaluación.