Retenciones para todos o para nadie

    Entre tantos debates simultáneos que se dan en el plano económico, éste es el más caliente. La pesificación total de los activos del sistema financiero a 1×1 con tasa de interés regulada y la unificación ­con liberación parcial- del mercado cambiario fue la decisión que siguió a la sorda puja distributiva que culminó con un desequilibrio en el balance de los bancos cercano a los 20.000 millones de pesos, ya que los pasivos se pesificaron a 1,40 más un mecanismo de indexación por precios.


    ¿Quién va a hacerse cargo de ese desequilibrio?. Las autoridades han rechazado lo que parecía el expediente más simple y ­ según algunos – probablemente más justo, el de imponer un porcentaje de retenciones a la totalidad de las exportaciones, beneficiadas por la devaluación, lo cual hubiera permitido constituir un fondo especial para compensar tal desequilibrio.


    En algunos años, dependiendo del porcentaje de retención que se decidiera aplicar, el costo de esta pesificación se hubiera pagado y las retenciones se habrían podido eliminar.


    Es cierto que las retenciones hubieran generado fuertes protestas entre los exportadores, y en particular en el sector agropecuario, pero nadie diría que parece irrazonable que los costos de la devaluación en el sistema financiero sean pagados por los “ganadores del nuevo modelo”, sobre todo cuando seguirían siendo ganadores aún después del recorte parcial de precios.


    Ahora bien, no se pueden justificar más discriminaciones: o retenciones para todos los sectores o para ninguno. Hay quienes sostienen alegremente que está bien una retención de 20% a las exportaciones petroleras, una de 5% (o tal vez 10%) a las agropecuarias, y ninguna para los productos de la industria, que de por sí está tan vapuleada.


    Muchos funcionarios parecen no tener ideas claras. Si la industria está casi destruída y los efectos positivos de la devaluación ­cuando se perciban ­ devuelven vigor, rentabilidad y permiten generar empleo es obvio que sería necio castigarla con retenciones. Pero el agro, que genera la mayor parte de los dólares comerciales, genuinos, que a partir de ahora obtendrá el país, tiene los campos hipotecados y nuevos y altos costos de sus insumos importados. Cierto que obtendrá ganancias. En buena hora: los bancos recuperarán buena parte de su cartera de crédito, hoy en condiciones dudosas.


    Por último, las retenciones petroleras. Parece que no terminamos de entender el mundo. Las compañías internacionales exportan ­o importan ­ desde donde les conviene. Para eso actúan por todo el planeta. Si hay que pagar 20% de gravamen a las exportaciones, es seguro que éstas se reducirán, con mil y una explicaciones razonables. Pero lo cierto es que ni el gobierno recaudará lo que espera, ni al país le ingresarán los dólares comerciales que tan desesperadamente requiere.


    Marchas y contramarchas. Esto es lo más peligroso que se advierte en el accionar del gobierno. Había una negociación casi cerrada para imponer un impuesto de 8% al petróleo en boca de pozo, y abruptamente apareció el decreto con 20% de retenciones. Ahora se reconsidera la medida y es posible que en parte se retroceda. Desde que alguien dijo que el FMI vería bien retenciones de 5% a las exportaciones agropecuarias, la tesis va ganando adeptos rápidamente.


    Es cierto, que si no hay retenciones, el desequilibrio en el balance de los bancos se financiará con la pesificación de los préstamos garantizados y con mayor endeudamiento público. Esta es la otra cara de la moneda que también hay que afrontar.